domingo, 28 de enero de 2018

DOS MIL VEINTINUEVE







Ayer fui a comer a un restorán egipcio que han abierto en Bilbao.
No es cómodo, pero la comida es estupenda, del estilo de la que llaman del Middle East.

Estar con Rosa sin espinas siempre es un auténtico placer.
Es una persona muy educada, que desde pequeña ha sido amable, hasta tal punto que 
su propia madre decía de ella, que era cera líquida.
Se ha preocupado de conocerse y ha tratado y sigue haciéndolo, de mejorar cada día.

La ilusión de su vida era vivir en el campo, así que cuando murieron sus padres y heredó un poco de dinero, se compró una casa en Bercedo que es un pueblecito minúsculo que está en el monte, en la zona de las merindades de Burgos.

Cuando vivía en Sopelana nos veíamos a menudo, solíamos ir a comer juntas y a dar paseos por Uribe Kosta, pero desde que vive en Bercedo nos vemos menos, porque tanto a ella como a mi, nos cuesta movernos.

Ella pertenece a Vida Universal, una comunidad cuya profeta, Gabriele, les enseña ciertas normas de los cristianos originarios, para que se vayan perfeccionando.
Rosa suele ir a Alemania, que es donde vive Gabriele, para escuchar sus conferencias.

En Vida Universal también se encargan de los animales, a quienes consideran nuestros hermanos pequeños.
Tienen una gran propiedad en donde viven todos juntos, me refiero a los animales, en armonía y a pesar que de yo todavía no he estado allí, por lo que me cuenta Rosa es como estar en el paraíso.

También tienen una clínica en la que de manera natural, desintoxican a los pacientes y salen de allí como nuevos, tras pasar una semana comiendo alimentos de sus propios huertos.
Son vegetarianos.

Rosa nunca juzga a nadie, es dulce, amable, generosa, siempre dispuesta a hacer un favor.

Yo doy gracias al cielo cada día por tener una amiga tan especial.

Tiene muy claro que lo más importante es sentirse bien, por lo que se cuida mucho.

Ha tenido una vida difícil.
Se casó, tuvo tres hijos y se deprimió.
Lo pasó muy mal y gracias al psiquiatra Luis Illá, con quien se psicoanalizó durante años, consiguió salir de aquel infierno sin tomar una pastilla.
No ha vuelto a recaer.

Decidió que necesitaba estar sola y se marchó de casa dejando a los hijos con su marido, que era un hombre muy responsable.
Empezó a vivir desde cero y los domingos iba a visitar a sus hijos.

Poco a poco las cosas se fueron poniendo en su sitio y cuando ya sus hijos eran mayores y parecía que todo se había ordenado, a Daniel, el único chico, le dio un infarto y se murió.


Han pasado los años y Rosa sigue siendo esa mujer maravillosa a la que yo conocí, justo cuando se acababa de separar.







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