miércoles, 22 de abril de 2015

El cuidado de la palabra







He sido repipi desde que nací.
Me di cuenta en el colegio, con una profesora de gramática que al pasar lista el primer día de clase, pronunció mi apellido como si fuera la hora de un reloj, es decir Ora.
Le reprendí muy ufana diciendo: Oraa con dos “as”.
Y ella, mucho mas chula que yo, replicó:
Con dos “aes".
Se me quedó grabado y desde entonces cuando me corrigen, aunque mi reacción instintiva sea negativa, enseguida reacciono y lo agradezco, porque sé que ya no se me olvidará.
Es lo bueno de una corrección directa.
Todos los miembros de mi familia, especialmente mis hermanos mayores, daban mucha importancia a hablar con propiedad.
Sobre todo mi hermano Gabriel.
A menudo pienso en él con gratitud porque tuvo esa paciencia, fruto del amor fraterno.
Gracias a él aprendí a conjugar los verbos irregulares y a utilizar los adverbios cuando y donde corresponde.
En el momento en que salí de casa de mis padres y dejé de frecuentar la compañía de mis hermanos, nadie se ocupó de corregirme y me quedé estancada.
Lo que oía en la calle no me servía de referencia.
Tuve la gran suerte de tener una amiga que adoraba la palabra y respetaba el castellano de manera casi obsesiva.
Hablaba poco, lentamente y todo lo que decía era el resultado de profunda reflexión, gran inteligencia y uso del diccionario.
Con ella aprendí no solo a ser cuidadosa en el lenguaje sino a utilizar palabras específicas, desconocidas por mi hasta entonces y a poner los acentos en el lugar adecuado.
Me proporcionaba auténtico regocijo desentrañar las particularidades de mi lengua materna, el supremo instrumento y el mas preciso para la comunicación .
Recuerdo con verdadero deleite cuando me enseñó a distinguir el adjetivo “lívido” con “v” y con acento en la primera “i” que significa pálido o amoratado, del sustantivo “libido” que representa deseo o impulso sexual.

Dedicarme a las artes plásticas desvió mi atención hacia los signos visuales, dejando de lado la palabra.
¿Cómo iba a suponer que un día el estudio de la gramática me resultaría mas interesante que la semiótica?
No pongo en duda la importancia de la sintomatología pero creo que sin una sólida base lingüística, el lenguaje de los signos puede resultar falso.
La escritura me empuja a volver al origen.
A medida que profundizo en el estudio de la gramática constato mis carencias.
Gracias a la corrección del ordenador he aprendido que el verbo oír lleva tilde para romper el diptongo y así separar las dos sílabas o-ir.
Supongo que Borges diría que lo que estoy aprendiendo no debería comentarlo por demasiado obvio, aun así es tan nuevo para mí que me apetece compartirlo.
He escrito en Google: diferencia entre tilde y acento.
Contesta:
“Hay que distinguir entre el acento prosódico, que es el mayor relieve con que se pronuncia una determinada sílaba dentro de una palabra, y el acento gráfico u ortográfico —también llamado tilde—, que es el signo con el cual, en determinados casos, se representa en la escritura el acento prosódico”.
Y constato que es bueno haber ido directamente a la RAE porque las demás explicaciones resultan confusas.
He oído muchas veces la palabra acústico cuando se trata de un concierto, pero nunca me había molestado en comprobar el significado exacto.
Me he llevado una pequeña sorpresa al cerciorarme de que se trata simplemente de que los instrumentos estén desenchufados.
Nada hay mas bonito que descifrar enigmas.

Fernando Pessoa escribe:

La gramática
es más perfecta
que la vida.

La ortografía
es más importante
que la política.

La suerte de un pueblo
depende del estado
de su gramática.

Me impresiona lo que dice Pessoa.
Me impresiona, porque aunque pienso que la gramática es importante, no sabía que tuviera tanta relevancia como para que alguien llegara a decir que es “mas perfecta que la vida”.
Reviso los textos de Pessoa y sobre Pessoa y recuerdo cuanto me afectó el libro del desasosiego cuando cayó en mis manos hace muchos años.
Era la primera vez que leía algo tan profundo y que calara tan dentro de mi.
Y eso que mi naturaleza no tiene ese tono oscuro que le da Pessoa a la vida.
Sin embargo a veces me emociona como nada ni nadie consigue hacerlo.
Casi lloro cuando él habla del placer que siente al leer algo que está muy bien escrito.
Me siento afín a él.
Y así me pasa con todas las palabras.


martes, 14 de abril de 2015

Asuntos “de culto”






Cuando algo se considera “de culto” se despierta mi interés.
Se aviva en mi un profundo sentimiento de solemne respeto, mezclado con curiosidad y urgencia de examinarlo para saber en qué consiste.
Me pasa siempre y con todo, incluso con cosas que no sé hasta que punto merecen ser consideradas así.
Quizás la vez que mas me sorprendió que algo fuera “de culto” sucedió con la hamburguesería In N Out.
Lo pronunció mi hijo pequeño cuando vivíamos en Los Ángeles.
Me quedé muda, extasiada ante la idea de que unas hamburguesas pudieran ser “de culto”.
Reconozco que tengo cierta debilidad por este hijo mío y que todo lo que dice me interesa de una manera especial.
Quise indagar un poco mas sobre este asunto que me había desconcertado y discretamente le pregunté qué tenía de singular ese local para ser tratado con tanta deferencia.
A lo que tranquilamente respondió sin inmutarse:
Las patatas fritas son naturales, las pelan a mano antes de freírlas.

¡Ah! pensé.
¡Cuánto tengo que aprender!

Produce mas efecto en mi saber que algo es “de culto” que cualquier otra referencia.
Si algo es muy bueno, magistral, imprescindible, genial, magnífico, soberbio, extraordinario, incluso perfecto, lo puedo posponer, pero si es “de culto”, la necesidad de comprobarlo por mi misma se hace perentoria.

Respecto a música, libros y cine no me suele extrañar que sean “de culto”, pero nunca se me había pasado por la cabeza que en el terreno de las hamburgueserías también existiera auténtica veneración.
Vivir en Los Ángeles no solo me enseñó a aceptar con naturalidad simples hechos que para una estrecha mentalidad europea pueden resultar insólitos, sino que al cabo de unos meses los acepté como si siempre hubieran sido normales para mi.
Me pasó con el propietario de la primera casita que alquilé, cuando me dijo que era el director del museo del surf.
Acostumbrada como estaba a que los museos en Europa fueran Instituciones relacionadas con la ciencia y el arte, me trastocó que algo tan moderno a mi entender, tuviera ya su museo.
Y no era un museo cualquiera, sino que estaba considerado como el mejor museo de California en su modalidad.
Pasado cierto tiempo comprobé que en mayor o menor medida, todos los extranjeros que vivíamos en Los Ángeles nos habíamos integrado de tal manera, que nada ni nadie nos llamaba la atención.
Daba igual si procedíamos de India, Japón, Alemania o Nicaragua.
Todos nos comportábamos como auténticos angelinos..

Me hice amiga de una japonesa, Fumio Yoshida, que había estudiado violín en su país pero al darse cuenta de que nunca triunfaría, avergonzada por tener que cambiar de carrera, se fue a Estados Unidos para estudiar Psicología.
Me contó que tanto se había emocionado con el modus vivendi americano, donde todo consiste en proporcionar placer instantáneo, que llegó a sentirse culpable al comprobar que había dejado de admirar a Mishima.
Tras una profunda reflexión, llegó a la conclusión de que para disfrutar de la civilización japonesa, es necesario poseer una sólida educación, mientras que para deleitarse con la cultura americana, lo único que hace falta es dejarse llevar.

Así se tranquilizó y siguió comiendo hamburguesas en Mac Donald’s y escuchando a los Ramones, sabiendo que cuando volviera a Tokio, seguiría siendo capaz de apreciar los libros de Tanizaki y las películas de Takeshi Kitano.

miércoles, 8 de abril de 2015

Cenando con Pavarotti








A mi prima Isabel le encanta la ópera.
A mi no me gusta nada pero cuando viajábamos juntas, las dos cedíamos para poder hacer los mismos planes.
La mayoría de las veces coincidíamos.
Creo que ella no tenía que hacer mucho esfuerzo para ir conmigo a los museos porque aunque no tenga especial predilección por la pintura contemporánea, es muy culta y todo le interesa.
Peor era para mi acompañarle a la ópera pero lo hacía gustosa por estar con ella.
En aquella época nos movíamos bastante con una organización en la que casi siempre encontrábamos gente que conocíamos.
Llegábamos a las ciudades y lo primero que hacíamos era comprar la guía del ocio.
Ella se encargaba de mirar las óperas y yo las exposiciones.
En San Francisco, cuando Isabel se enteró de que Luciano Pavarotti estaba actuando, se puso muy contenta y decidió pedirle dos entradas.
Le conocía y tenía suficiente confianza para hacerlo.
Isabel desconocía el significado de la palabra pereza.
A mi me entusiasma cómo canta Pavarotti pero la idea de estar sentada en una butaca tres horas en completo silencio, no me atraía.
Estaba bastante tranquila porque pensé que no conseguiría hablar con el cantante y me ahorraría tener que asistir al evento, pero me equivoqué.
No solo obtuvo las entradas sino que me comunicó entusiasmada que estábamos invitadas a cenar con él.
Nos citó a las ocho en un hotel magnífico.
Luciano vivía en una especie de apartamento grande dentro de un hotel decorado en plan inglés, muy elegante.
Nos hizo un gran recibimiento.
Cuando llegamos estaba hablando con una periodista americana de la que pronto se desembarazó.
Se notaba que le hacía ilusión encontrarse con Isabel.
Conmigo estuvo muy cálido y simpático.
Isabel y Luciano hablaban y hablaban.
Yo casi no podía intervenir porque mi italiano es imperceptible.
Además, tenía hambre y estaba deseando salir a cenar pero Luciano estaba tan contento que se iba animando por momentos y dijo que resultaría mas agradable quedarnos en el hotel y que él prepararía la cena, ya que como buen italiano era un gran cocinero.
Desde que entró en la cocina hasta que nos sentamos en el comedor, no recuerdo nada.
De lo que me acuerdo perfectamente es del susto que me pegué cuando apareció Luciano con una gran fuente repleta de conejo con champiñones, de la que se sentía muy orgulloso.
No estoy familiarizada con ese tipo de comida por lo que, haciendo de tripas corazón, engullí lo imprescindible, deseando que terminara el festín.
Luciano estaba pletórico.
A pesar de que el conejo no me seduce, el chianti me ayudó a desinhibirme y pronto fui capaz de hablar italiano y poder así incorporarme a la conversación que mantenían Isabel y Luciano.
Terminada la cena, Luciano quiso que tomáramos una copa en el salón.
Se llevó una gran desilusión cuando dijimos que queríamos retirarnos.
Habíamos volado y necesitábamos descansar.
Insistió en que nos quedáramos a dormir con él.
Por nada del mundo quería que nos fuéramos.
Se puso muy persistente.
Lo hacía de una manera simpática pero reconozco que cuando conseguí encontrarme en el ascensor del hotel, respiré.

Resonaban en mis oídos sus últimas palabras: Posso con tutti e due! Poso con tutti e due!