lunes, 29 de junio de 2015

Un encuentro inesperado


CINCO


(continuación de Berta Belausteguigoitia)



Berta se había encaprichado de un jovenzuelo que conoció una de esas noches que se quedaba por ahí porque no le apetecía ir a casa.
No se sabe bien como terminó el encuentro pero lo que sí supieron los amigos del pipiolo es que al final se había quedado con Berta.
Y lo peor de todo es que a partir de esa especie de aventura medio romántica, se había encaprichado del chavalín e intentaba coincidir con él, lo cual no solía suceder, pero si tras una búsqueda exhaustiva le vislumbraba en la distancia, el susodicho huía despavorido.
Ella no se amilanaba, estaba demasiado acostumbrada a luchar para conseguir todo lo que deseaba.
Sabía que si lograba estar con él una vez más, la conquista estaba garantizada.
Además, no tenía prisa.

Berta tenía la capacidad de no dejarse distraer por menudencias cuando se trataba de sus finanzas, por lo que cuando recibió una carta en la que era requerida en París para hablar con el director de un banco, ni corta ni perezosa y disfrutando con la idea de conducir su BMW último modelo, se lanzó a la carretera.
Hizo el viaje de una tirada.
No se le había perdido nada en el camino.
Llegó a París anocheciendo y fue directamente a su hotel predilecto donde había reservado una habitación.
Tenía por costumbre hospedarse en “l´hotel”, en la calle de las Bellas Artes, que es uno de los lugares mas exclusivos de la capital francesa.
Es encantador, decorado con un gusto exquisito adecuado para gente muy sofisticada.
A Berta no le hubiera sorprendido encontrarse allí con Frank Sinatra o con Grace Kelly a los que había visto en otras ocasiones, pero ni por un momento se le pasó por la imaginación que pudiera toparse con el padre del objeto de sus deseos.

Ignacio Iturriaga era un empresario que se había hecho rico y famoso gracias a su iniciativa en  la creación de empresas importantísimas en las que daba trabajo a miles de personas.
Berta estaba al tanto de los éxitos de Iturriaga, no solo porque eran de todos conocidos sino también y sobretodo porque era el padre de su reciente obsesión, el señorito Nacho Iturriaga.
Tuvo que hacer un esfuerzo para disimular su sorpresa cuando se lo cruzó en el hall del hotel y mucho mas esfuerzo cuando se le acercó y amablemente le invitó a cenar esa noche.
Berta estaba tan desconcertada que accedió sin darse cuenta de lo que estaba pasando.
Había oído hablar de la valía del industrial y le admiraba.
Solo se conocían de vista.
Nunca se habían tratado y pensó que podría ser divertido cenar con él.

A la hora convenida se encontraron en el bar del hotel y enseguida pasaron al comedor donde les esperaba una conversación que se le quedaría grabada para el resto de su vida.
Iturrriaga no se anduvo con chiquitas.
Tomó las riendas de la situación y ni siquiera permitió que Berta dijera lo que quería cenar.
Comentó como de pasada que ya había ordenado lo que iban a tomar y que no quería perder el tiempo.
Suavemente, sin levantar la voz y con una actitud seria que no tenía nada que ver con el amable saludo que le había hecho por la mañana, entró en materia directamente diciendo:

No quiero que vuelvas a ver a mi hijo.
Es un chico joven que está en pleno proceso de maduración y no le conviene distraerse de sus estudios.
Mucho menos con una mujer como tu que puede volverle loco”.

Berta le miraba estupefacta mientras Iturriaga hablaba:

Hace unos días que le he notado cambiado, estaba distraído y no me gustaba su actitud.
No he necesitado apretarle demasiado las tuercas para lograr que cantara”.

Berta se quedó muda.
No se le había ocurrido que la conversación pudiera tomar esos derroteros.

“Espero que lo hayas entendido y que no tenga que volver a decirte algo parecido”.

Siguió hablando como si tal cosa y comiendo.
Berta hizo de tripas corazón y haciendo alarde de una entereza que no sentía, le siguió la conversación como si lo que allí estaba ocurriendo fuera la cosa mas natural del mundo.
No tomaron postre ni café.
Era evidente que ambos estaban deseando que la entrevista terminara cuanto antes.

Iturriaga estaba encantado.
Desde el momento en que supo el motivo del desasosiego de su hijo había estado tramando la manera de poner fin a ese estúpido juego cuyas consecuencias eran imprevisibles.
Las circunstancias vinieron en su ayuda ya que tenía gran amistad e importantes negocios con la persona que motivó el viaje de Berta a París. 
No necesitó entrar en detalles.
Solo mencionó sus deseos.
Un poco mas difícil le resultó enterarse del hotel al que acudiría Berta puesto que no está relacionado en absoluto con los hoteles que frecuentan los hombres de negocios pero su esposa que era una mujer moderna y muy sociable le puso sobre la pista.
Todo se había desarrollado como lo había imaginado.
No olvidemos que estaba acostumbrado a lidiar con asuntos de gran envergadura.

A Berta le había sorprendido que le hicieran ir a París para algo que se hubiera resuelto con una llamada telefónica, pero accedió sin hacer preguntas porque la idea de estar unos días en París le resultaba atractiva.
Sin embargo, en el momento en que logró zafarse del señor Echevarría, lo único que deseaba era volver deprisa a Bilbao para poder desahogarse con su amiga contándole lo sucedido.
No había mucho que comentar ya que todo había sido rápido, simple y concreto.

¿Significaba eso que la posible aventura había terminado antes de empezar?.

viernes, 26 de junio de 2015

Una falda blanca







Cuando me rompí el fémur y a pesar de las múltiples operaciones no conseguía que se soldase, mi pierna se iba acortando por momentos y también torciéndose hasta que se convirtió en una pierna imposible.
Decidí abandonar la idea de ponerme pantalones y me compré por internet tres faldas con vuelo para que disimularan los defectos.
Una de las faldas era blanca y evasé.
Me gustaba bastante.
Me gusta vestirme combinando el negro con el blanco.

En una entrevista que le hacían a Karl Lagerfeld le preguntaban:

¿cual es la prenda que mas le gusta en una mujer?

Contestó sin pensárselo:

Una falda blanca.

Se me quedó grabada esa respuesta tan contundente y aunque no tenía demasiada ocasiones para ponerme la falda blanca, cuando lo hacía, era consciente de llevar algo especial.
Una persona allegada a mi que me consta que sabe vestirse, me sorprendió agradablemente cuando le vi con una falda blanca.
Su falda no se parecía a la mía ya que era fruncida y con mucho vuelo.
Me gustó como le quedaba combinada con una camiseta negra.
Y me maravilló lo bien que le sentaba a pesar de tener las caderas excesivamente anchas.

Volví a pensar en Karl Lagerfeld que es uno de los modistos que mas sabe sobre vestimenta femenina y no dudo que también masculina.
Alguien me había comentado que le había visto paseando por Biarritz en donde tiene una casa a la que va de vez en cuando y la había llamado la atención lo bien vestido que estaba.
Al acercarse comprobó que todo lo que llevaba puesto era de seda natural.

Entre las 20 frases de Karl Lagerfeld que publicó Vanity Fair, leí la siguiente:

“Si me preguntas qué es lo que me habría gustado inventar en moda, te diría que la falda blanca. Para mí la falda blanca es la base de todo. Todo lo demás llegó después”. 

Cuando voy a las tiendas de ropa intento encontrar una falda blanca pero reconozco, no sin cierto desasosiego que nunca lo consigo.


miércoles, 24 de junio de 2015

Cuando Pizca conoció a Dalí





Pizca se hizo muy amiga de Fabrizia cuando ambas estudiaban inglés cerca de Londres y al llegar el verano, le invitó a pasar unos días en su casa del Maresme.
Fabrizia tenía ganas de conocer gente diferente, personas que se salieran de lo normal.
Cuando le preguntó si podía presentarle a alguien especial, Pizca inmediatamente pensó en Dalí.
Ni por un momento se le pasó por la imaginación que el hecho de no conocerle pudiera ser un impedimento para presentárselo a su amiga.
Así que fueron a Cadaqués, se acercaron a Portlligat, que es donde se encontraba la casa del pintor actualmente convertida en museo y golpearon la puerta.
Pizca presentó a Fabrizia como una periodista que quería hacerle una entrevista para una revista italiana.
Ningún problema.
La única condición que puso Dalí es que subieran de una en una.
Fabrizia fue la primera.
Cuando terminó, sin tiempo para intercambiar palabra, le dijeron a Pizca que era su turno.
Subió las escaleras y entró en un recinto decorado con cestas llenas de barras de pan a la manera de símbolos fálicos.
Pizca, sin hacer aspavientos, comentó que le parecía muy mono como estaban dispuestos los panes.
Dalí le indicó que se sentara en una silla que estaba sobre una tarima, lo cual le hacía sentirse como protagonista de algún juego que desconocía.
Con mucho teatro le invitó a jugar con unas piezas en las que había dibujos de hombres y mujeres, y también palabras, todo con cierto tono erótico en plan de cómic.
Pizca hacía  algunos comentarios aunque la situación no le interesaba demasiado.
No sentía nada.
La manera de hablar de Dalí no era normal, forzaba las palabras como si le costara pronunciarlas.
Ella no miraba a Dalí, se entretenía con los dibujos.
Quizás Dalí esperaba que Pizca se mostrase sorprendida por lo que allí estaba pasando.
Ella no recuerda gran cosa de aquella visita excepto que fue el principio de una relación que dio lugar a otros encuentros de lo más variopintos.

Pizca estaba muy familiarizada con el mundo del surrealismo.
Ella misma tenía un estudio en Barcelona a cuyas fiestas acudían artistas e intelectuales tanto catalanes como extranjeros que se dejaban caer en esa Gauche Divine que empezaba a fraguarse.

Cuando Dalí iba a Barcelona se hospedaba en el Ritz. 
Un día, el capitán Moore, secretario de Dalí, llamó a Pizca porque Salvador quería estar con ella.
Cuando llegó al Ritz se lo encontró jugando con dos ocelotes que no eran peligrosos porque les habían cortado los dientes.
Esas visitas se hicieron frecuentes.
Y también los encuentros en la casa de Portlligat.
A veces le invitaban a cenar con otras personas.
En la casa de Portlligat siempre se bebía Moet Chandon rosado que ya estaba servido en las copas.
A Pizca lo que de verdad le gustaba era la casa.
La casa de Dalí le gustaba más que Dalí.
Todo lo que había en esa casa era especial.
La piscina era muy larga y muy estrecha, ni siquiera cabían dos personas al mismo tiempo.
A Dalí le gustaba poner huevos gigantes en el tejado.
Para el diseño de la casa Dalí le contó que se inspiraba en los huecos del poliuretano en el que encajaban los electrodomésticos.
A partir de los huecos diseñaba las formas que aplicaba a la casa lo cual le daba un encanto especial.

Encargaron a un escultor francés que hiciera un busto de Dalí y se quedó a vivir allí mientras lo hacía.
Dalí organizó una especie de performance que consistía en que el escultor introducía su falo en la vagina de una joven francesa que también andaba por allí y todos miraban.
A Pizca le daba pena la chica porque se había quemado con el sol y se veía que lo estaba pasando mal.

Un día, en Barcelona, Dalí le dijo a Pizca que quería llevarle a un sitio especial y que debía vestirse de negro y taparse la cara con una mantilla.
No le dio mas explicaciones.
Llegaron a una casa en el centro de Barcelona en la que había una pareja haciendo el amor.
Dalí presentó a Pizca como una viuda a quien se le había muerto el marido hacía poco tiempo.
El plan consistía en sentarse y mirar a la pareja.
Pizca se aburría, esperó un ratito y se marchó.
Evidentemente a Dalí le gustaba contemplar ese tipo de espectáculos y a poder ser hacerlo acompañado de sus invitados.
Pizca empezó a salir con un vasco estudiante de arquitectura muy entusiasta de Dalí, así que un día Pizca le llevó a Portlligat para presentárselo a su amigo.
Comieron en la mesa que estaba al final de la piscina y por la tarde Dalí decidió prestar atención a la pareja. 
Mirándole a Pizca como adivinando su futuro, dijo que le veía con un cuerno en la frente.
¿Qué significaría?
A Pizca le pareció divertido pero no le dio importancia.
Dalí podía ser gracioso como persona que siempre estaba haciendo un show pero tanto arrastrar las palabras y hablar de cibernética le cansaba.

En otra ocasión coincidió con Salvador en París.
Pizca estaba en una casa de amigos y Dalí que se hospedaba en el hotel Meurice le invitó y le insistió para que acudiera con ellos.
Pizca le notó contento e integrado en la cultura francesa.
Dalí se mostró realmente encantador, se le notaba más relajado.
No le extrañó porque en Francia respetan a los artistas de manera especial.
Probablemente esa fue la última vez que se vieron ya que cuando Pizca se casó, se instaló en Bilbao y no volvió a Cadaqués.


Grande fue su sorpresa cuando hace unos meses aparecieron en Facebook unas fotos en las que aparecía Pizca con Dalí tomando el sol en traje de baño en la casa de Portlligat.
Fotos que causaron gran expectación y se hicieron virales.
Fue a raíz de ver esas fotos cuando me entró la curiosidad por saber cómo había sido aquella relación de la que alguna vez me había hablado sin entrar en detalles.


Ahora que Martí Manen, como comisario que representa a España en la Bienal de Venecia, ha elegido la figura de Dalí, he mantenido algunas conversaciones con Pizca, para que me pusiera al corriente de esa relación de la que casi no se acuerda y que resulta tan surrealista como casi todo en la vida de Pizca Rivière.

lunes, 22 de junio de 2015

Un soplo de aire americano






Vivir en California supuso para mi una apertura importante para mi estrecha mente europea.
En lucha permanente entre la restricción de impronta que me incrustaron cuando nací y mi propia naturaleza que deseaba expandir sus miras, encontré exactamente lo que me convenía.
Había recibido una invitación para hacer voluntariado y me gustó la idea.
Pensé que siete semanas sería el tiempo perfecto para hacer algo interesante.
Alquilé una habitación encantadora en un motel cercano a la playa. 
La cambié por algo de dinero y una cera de la fachada que pinté allí mismo en los ratos libres.
Les había enseñado mi portfolio cuando llegué y les había gustado mi trabajo.
Me tomé unos días de descanso para situarme y en seguida empecé a participar en el proyecto. 
Me resultaba fácil sentirme cómoda en Los Ángeles.
Viniendo de Europa donde todo es tan complicado, América resulta fácil y encantador.
Los americanos no son sofisticados, son simplemente prácticos.
Me sentía como pez en el agua.

Al poco de llegar conocí a una terapeuta, Carol Sher, que liberaba bloqueos en poquísimo tiempo.
Le pedí una cita.
No necesité demasiadas explicaciones para saber que lo que ella hacía iba a ser bueno para mi.
Me tumbé en una camilla.
Carol investigaba mi cuerpo poco a poco, al tiempo que me hacía preguntas.
Cuando consideraba que había un atasco, explotaba un globo.
Entre el ruido de la explosión y el susto que me pegaba, salí de su casa como nueva.
De esa manera deshacía todos los bloqueos.
Al despertarme al día siguiente noté todo mi cuerpo dolorido, como si hubiera estado escayolada toda mi vida y como que al quitarme el yeso, mi cuerpo tuviera que empezar a moverse desde cero.
Era algo tangible.
Podría decir que ese fue el comienzo de mi aventura americana, ya que decidí quedarme mas tiempo del previsto.
Tomé la determinación de seguir allí indefinidamente.
Me compré un Ford Granada del 79 por 750 dólares.
Un coche era imprescindible.
Me sentía demasiado feliz como para cortar por lo sano.

Alquilé lo que los mejicanos llaman una traila que es una casa ambulante instalada en el jardín de los propietarios.
Era estupenda y además de disponer de un jardincito tenía una playa privada a la que accedía a través de un camino salvaje, desde el que se oía el tintineo de las serpientes cascabel.
En aquellos días todavía no me había cruzado con ninguna y desconocía el peligro que corría.
Mas tarde cambié mi pensamiento respecto a las cascabel y las otras.
A medida que pasaba el tiempo me iba encontrando cada día mejor y mas integrada.
A veces me preguntaban:

Blanca ¿cuando vas a volver a España?

Y yo respondía sin pensarlo:

Nunca

Y eso era lo que realmente sentía.
Tardé mucho tiempo en cambiar de opinión.
A medida que pasaba el tiempo empecé a sentir la necesidad de trabajar en mi producción artística y es entonces cuando comprobé la influencia que la vida en California supuso para mi.
Es evidente en el manifiesto de artista que escribí:


My life and my artwork are in such harmony that it is impossible to separate one from the other. Sometimes I know about my life through my paintings, and vice versa.
The force of my life pushes me with such strength that I often need to invent new techniques in order to accomplish the requirements of my entelechy.
Such is the case of my recent series of mixed media artwork called "Stapling," because of the constant use of this tool.
My new life in California, my adjustment to this culture and free way of living - the rhythm, the pace - so fast - invite me to take a new step in expressing myself. The result is this new series of paintings related to the American quilt, as a way of approximation and adaptation to the American Heritage.
Here I am, trying to discover my own shadow under the California sun.

My vida y mi trabajo artístico están en tal armonía que es imposible separarlos.
A veces sé de mi vida a través de mis pinturas y viceversa.
La fuerza de la vida me empuja con tanta firmeza que a menudo tengo que inventar nuevas técnicas para llevar a cabo lo que requiere mi entelequia.
Este es el caso de mi reciente serie llamada Grapeando por el constante uso de este instrumento (grapadora).
Mi nueva vida en California, mi adaptación a esta cultura y a su manera de vivir en libertad  _el ritmo tan rápido_, me invitan a dar un paso en mi manera de expresarme.
El resultado es esta nueva serie de piezas relacionadas con la famosa “manta de patchwork”, como un modo de aproximación y adaptación al legado americano.

Aquí estoy, tratando de descubrir mi sombra bajo el sol de California.

jueves, 18 de junio de 2015

Mis pintores favoritos









Casi podría asegurar que todos los pintores son mis favoritos debido a que la pintura es, de todas las artes, con la que mas me identifico.
Desde mi mas tierna infancia supe que quería ser pintora.
Siendo muy joven me llevaron al museo del Prado y cuando vi “Las Meninas”, recibí una impresión desconocida para mi hasta entonces.
Como regalo de mi décimo tercer cumpleaños, pedí a mi padre, que siempre intentaba complacerme, un libro muy grande sobre Velázquez.
Lo había visto en una escaparate y quería hurgar en su interior.
Durante mucho tiempo, Velázquez fue mi pintor favorito y el libro con las fotos de sus cuadros, mi objeto preferido.
Siempre que podía, iba al Museo del Prado para contemplar en la realidad aquellos cuadros que me parecían el summum de la pintura.
Vivía en Madrid por lo que no me resultaba difícil acudir a menudo.
Pude ver, en una exposición antológica, “La venus del espejo” que actualmente se encuentra en la National Gallery de Londres.
Me fascinó.
Todos los cuadros de Velázquez me entusiasmaban.

Siendo ya adulta fui a Milán y tuve la oportunidad de contemplar, yo sola, en el silencio de ese espacio de recogimiento que es el refectorio de Santa María delle Grazie, “La última cena” de Leonardo.
Me quedé petrificada y comprendí que el impacto que ese mural produjo en mi, desplazaba a Velázquez del primer puesto.
Ni siquiera pude verlo bien ya que lo estaban restaurando y los andamios impedían la visión del conjunto.
Leonardo había inventado una técnica para pintar al fresco con la que conseguía una gama de colores mas amplia, pero que pronto empezaba a desprenderse, lo que significa que siempre la están restaurando.
Eso no impide que lo que yo sentí allí fuera algo divino.
Creo que fui presa del síndrome de Stendhal.

Cuando volví a Bilbao me dediqué a profundizar en el estudio de Leonardo y así comprendí los motivos por los que su “Última Cena” me había conmocionado.
Leonardo da Vinci era un esotérico, además de un extraordinario artista.
“La última cena” esconde tantos misterios que es imposible no sentir algo especial que trasciende este mundo material.
A partir de aquella visión, mi interés por la pintura ha permanecido intacto e incluso ha crecido.
He visitado muchos museos y he visto cuadros magníficos pero ninguno ha conseguido hacerme sentir algo parecido.

Hace unos años fui a Milán para asistir a una conferencia sobre la paz.
Preparé mi viaje dejando una mañana libre para acercarme a Santa María delle Grazie y deleitarme en la contemplación de mi obra de arte favorita.
Ingenua de mi, no tuve en cuenta que con el paso del tiempo todo cambia.
Era un hermoso día de verano en el que la ciudad brillaba en todo su esplendor.
Italia siempre está viva. 
Los italianos son alegres, hablan, gritan, gesticulan, cantan, rien…
A medida que me acercaba a Santa María delle Grazie constaté que mucha gente se arremolinaba por allí, y los que estaban cerca se ordenaban en una larga cola.

No importa, pensé, esperaré.

Me dispuse a hacer cola tranquilamente y cuando estaba llegando a la taquilla, intuí que algo no iba del todo bien.
Efectivamente, para conseguir entrar en ese recinto sagrado, era necesario haber encargado la entrada por internet con varios meses de antelación.
Me sentí decepcionada pero enseguida reaccioné y sentí alegría al comprobar que muchas personas mostraban interés por lo que para mi era tan apreciado.

Visitando el Louvre hace muchos años me encontré frente a “La Gioconda” sin ni siquiera haber pensado en ello y reconozco que me dio un vuelco el corazón.
Hasta ese momento no había comprendido el motivo por el que un simple retrato de mujer pudiera causar tanto expectación.
Estaba sola en el silencio de aquella sala sombría, así que tomé mi tiempo para contemplar ese cuadro tan oscuro y tan famoso.
Me hipnotizó.
Notaba una especie de atracción que me impedía seguir mi visita.
Cuando por fin logré escapar de su influjo ya no tuve ganas de ver mas cuadros.
Me refugié en mi hotel sintiendo una especie de plenitud religiosa.

Hoy en día la sala donde se encuentra “La Gioconda” y sobretodo el espacio donde está colgada, protegida por una especie de valla para impedir que el público se acerque demasiado, está atestada de gente todos los días de la semana a todas horas excepto los martes que cierran el museo.
Y no se trata de gente calmada que se sumerge en meditación ante los obras de arte.
Muy al contrario.
Es una multitud pletórica y entusiasta en continuo movimiento, semejante a lo que se suele ver a la entrada de un estadio de fútbol.



Y mientras tanto, los milaneses comentan que Leonardo era vago…

miércoles, 17 de junio de 2015

La exposición de Jeff Koons





El domingo pasado decidí dedicar la mañana a ver la expo de Jeff Koons que fue inaugurada hace unos días en el museo Guggenheim de Bilbao.
Reconozco que llegué cargada de prejuicios y lo único que me motivaba era la curiosidad por saber qué tendría de especial la obra del artista contemporáneo vivo mejor pagado del mundo.
Había visto algunas piezas suyas, incluido el perro de flores que está en la entrada, algún reportaje en el que se ve como trabajan sus esbirros, y sabía que había estado casado con la famosa artista porno, cantante y ex_política italiana Cicciolina.
A medida que me paseaba por las impresionantes salas en las que se encontraban las obras de factura impoluta, mis estados de ánimo evolucionaban y adquirían toda clase de tonalidades.
Al principio sentí cierto enfado provocado por la sensación de que me estaban tomando el pelo.
Intenté calmarme y traté de empezar otra vez desde cero, lo cual era difícil, porque ya tenía demasiadas referencias sobre este artista tan famoso.
Al ver el título “Diversión fácil” comprendí que se trataba simplemente de pasar un buen rato y que nadie quería reírse de mi, sino conmigo.
Creo que por primera vez en mi vida realicé lo que significa esta frase tan manida.
Desde esa estado sereno de aceptación y entendimiento, me vino a la cabeza que es muy posible que los que vieron por primera vez el urinario de Duchamp cuando lo envió a la exposición de Nueva York en 1917 con el título “Fuente”, debieron de tener una primera reacción parecida a la mía, y sin embargo, recientemente ha sido elegido por medio millar de expertos, críticos y artistas, como la obra de arte más influyente del siglo XX.
Luego tuve la sensación de que todo era un circo y de que el primero que lo sabe es el propio artista, el cual ni siquiera ejecuta sus piezas sino que tras hacer unos tejemanejes en el ordenador, juntando lo que ha tenido mas o menos repercusión desde la antigua Grecia hasta nuestros días, incluyendo juguetes de niños y de mayores, elementos kitsch, alusiones publicitarias y muchísimos mas ingredientes que componen su fuente de inspiración, decide lo que desea y lo pone en manos de sus 150 asistentes, que se encargan de llevar a cabo una realización impecable.
Cuando llegué a la sala donde se exponen las aspiradoras, tuve que hacer acopio de todas mis fuerzas para aceptar que me costaba reconocer sus piezas como obras de arte.
Respiré una vez mas.
Koons es muy listo y sabe a la perfección lo que se trae entre manos.
Sabe como nadie mezclar arte con mercantilismo.

Salí de la expo un poco descompuesta y necesité un tiempo para ordenar mis ideas.
Me veía incapacitada para saber lo que me había parecido. 
Si los estudiosos del arte le consideran tanto, será por algo que yo no he sido capaz de apreciar.
Tenía demasiados pensamientos encontrados.
Lo que necesitaba era saber lo que opina Calvo Serraller sobre Jeff Koons y así encontrar un punto de apoyo.
El respeto que profeso al criterio de Calvo Serraller seguro que me tranquilizaría y me ayudaría a poner orden en mis ideas.
Efectivamente, al llegar a casa encontré un video en el que Calvo Serraller habla del arte pop desde la antigüedad hasta nuestros días, gracias al cual fui capaz de poner en contexto lo que significa la obra de Koons en el momento actual.
También tropecé con un texto en el que Calvo Serraller hace un acertado paralelismo entre la obra de Zurbarán que está expuesto en el Thyssen al mismo tiempo que Koons en el Guggenheim, diciendo que ambos artistas son producto del momento histórico en el que viven, lo cual les convierte en artistas pop.


Ahora que he aprendido de qué trata el arte pop y la obra de Koons en particular, estoy deseando volver al Guggenheim y disfrutar de la inmensidad de la muestra, que según el propio artista es la mejor de su vida. 

viernes, 12 de junio de 2015

El amor a los libros







Los libros me salvan.
En muchas y variadas ocasiones he constatado que un libro me ha salvado.
La primera vez que lo experimenté, no sin asombro, fue siendo muy joven, antes de cumplir los trece años.
Me había invitado una amiga del colegio que veraneaba en Vitoria a pasar unos días en su casa.
Accedí encantada.
Sin embargo, al estar apartada de mi familia y de mi entorno, me dejé invadir por la melancolía y no sabiendo qué hacer para agradarme, se les ocurrió llevarme a la biblioteca municipal.
¡Santo remedio!
Allí, en el silencio y la penumbra, leyendo a los que ya consideraba mis amigos, recobré la alegría y la vitalidad.
A partir de ese momento ya pude disfrutar de los baños en la piscina y de los paseos por el parque de la Florida.
Es un recuerdo que guardo como algo que resultó milagroso pues todos sabemos que la melancolía es un mal difícil de curar y si no, que se lo pregunten a Durero y a todos los que han escrito sobre su famoso poliedro.
Creo que en esa biblioteca experimenté por primera vez el amor hacia los libros que siempre he mantenido.
No solo encuentro placer en los libros sino también compañía y sosiego.
El hecho de tener en mis manos un libro que me interesa me remite a mi misma, me aísla del mundo exterior y me proporciona cobijo.
Otro recuerdo que se me quedó grabado sucedió también estando fuera de mi casa.
Estaba interna en un colegio de Burdeos, sin hablar francés y sin conocer a nadie.
Se me hacía duro y me sentía sola.
Lo aceptaba contenta porque sabía que era la única forma de aprender francés, un idioma que me interesaba sobremanera como vehículo para acceder a la cultura francesa, la cual, desde la primera vez que crucé la frontera, me atrajo de manera irresistible.
Pues bien, antes de ser capaz de expresarme en ese idioma conseguí leerlo.
La literatura francesa me fascinó de tal manera que pasaba las noche leyendo en el cuarto de baño para que no se viera la rendija de luz que podría salir de mi cuarto.
Así, poco a poco fui conociendo a los grandes novelistas, mientras en clase nos enseñaban a recitar a los clásicos.

La mayoría de los escritores tienen sus casas llenas de libros que abarrotan no solo las estanterías sino las mesas, las sillas y a veces hasta los suelos, impidiendo caminar con soltura.
Me impresionó en extremo lo que vi en un reportaje sobre la casa del poeta Luis Alberto de Cuenca en la que tenía libros hasta en el horno.
A veces he estado tan enfrascada en el libro que leía que confundía los personajes de la historia con los de la vida real.
Y lo que es peor, incluso los prefería.
Cuando viajo dedico mas tiempo a la lectura que a eso que llaman hacer turismo que nunca me ha interesado.

Mi manera de acercarme a la lectura desde que estoy inmersa en el mundo digital ha cambiado.
Me interesa mas lo que Montaigne llama “literatura del yo” que las novelas de ficción.
No solo para leer sino también para escribir.

Mi hermano Gabriel me regaló un eBook.
Durante un tiempo he tratado de adaptarme a ese modo de leer pero he tirado la toalla.
Es tan grande el placer que me proporciona tener un libro de papel entre mis dedos que no quiero perdérmelo, así que he vuelto al libro objeto, sedienta.


miércoles, 10 de junio de 2015

Muertes alegres




Solo a través de la experiencia sé realmente lo que siento y pienso sin que esté contaminado por el mundo exterior.
De poco me sirve lo que me cuentan, lo que leo, lo que dicen, lo que me recomiendan, lo que me enseñaron, los sentimientos pre establecidos y toda esa retahíla de lugares comunes que solo adquieren vida cuando se comprueban en carne propia.
En relación a la muerte de los seres queridos, se me había inculcado la idea de que siempre es triste ver como se mueren, sin poder evitarlo.
Sin embargo, en los últimos dos años he sido testigo con auténtica alegría, de la despedida de cuatro personas muy cercanas a mi que dejaban este mundo.
La primera fue mi madre que tenía casi cien años y estaba tan cansada y deseosa de irse que cuando le preguntaba:

¿que quieres, mamá? 
¿que necesitas?

Me contestaba:

Morirme.

Y sintiéndolo en el alma yo me callaba y pensaba:

No me gusta como se mueren los católicos.

Pero como mis hermanos, que son los que se encargaban de todo, consideraban que había que cuidarla bien para mantenerla viva, así como el médico que la atendía, yo me callaba mientras me hervía la sangre por la impotencia contenida.
Un día en que estábamos solos mi hermano Gabriel y yo, le comenté algo al respecto y él estaba totalmente de acuerdo en que esa situación no tenía sentido.
Pero él tampoco decía nada.
Quizá los demás pensasen lo mismo, no lo sé, pero he visto tantas veces que las cosas se hacen de una determinada manera porque siempre se han hecho así o porque lo dice la iglesia o porque nadie se atreve a probar otra forma y ver qué pasa, que yo me callaba y asistía horrorizada a esa agonía interminable de una persona que había sido tan importante en mi vida.
El día que me llamaron para decirme que ya se había muerto, me alegré mucho. 

En una ocasión en que estábamos solas yo le había comentado que tenía hecho el testamento vital y que me tranquilizaba bastante saber que por lo menos tendría una muerte digna y sin sufrimiento.
Me había escuchado atentamente pero ni por un momento se le pasó por la cabeza que podía ser una buena idea.

Durante la larga agonía de mi madre, a mi ex marido le habían detectado un cáncer con metástasis que cuando mi madre murió tomó relevancia.
Mis hijos me iban contando los estados de su padre sin darle demasiada importancia y yo me daba cuenta de que el asunto era mucho mas grave de lo que ellos creían y sobretodo mas inminente. 
Les dije lo que pensaba y en mayor o menor medida se negaron a reconocer lo que era un hecho consumado.
Poco les duró el optimismo puesto que fue su propio padre el que les dijo que no tenía fuerza para seguir luchando y les pidió que cancelaran sus asuntos y le acompañaran durante el tiempo que durara su tránsito.
Fueron días duros para todos.
Yo nunca había asistido a una muerte programada.
Cuando llegaban a casa por la noche y me contaban que eran ellos quienes le administraban la morfina y lo bien que todo estaba funcionando, yo me emocionaba y sentía que era una muerte muy bonita.
Mis hijos le querían muchísimo y hasta que tomaron las riendas lo pasaron mal, pero en el momento en que se hicieron cargo de la situación y la aceptaron, se responsabilizaron y fueron días llenos de amor y le dejaron marcharse sin una lágrima, en total armonía.
Habían hecho el duelo antes de que se fuera.

El marido de mi hermana no había levantado cabeza desde que se quedó viudo.
Había perdido la ilusión y la salud.
Deseaba morirse.
Pocas cosas le retenían.
Se llevaba muy bien con mi ex marido y habían estado yendo juntos a la diálisis.
Le costaba muchísimo pero con Carlos le resultaba llevadero.
En el momento en que Carlos se fue, Juan perdió el poco interés que le quedaba y desapareció como una pluma, sin decir nada.
A sus hijos no les gustó perder a su padre, pero yo me llevé una gran alegría porque me había dicho muchas veces que estaba deseando dejar este mundo.

Y la última muerte que acepté contenta, fue la de mi sobrino Álvaro.
Poco después de morirse su padre, el marido de mi hermana cuya muerte he mencionado, se quedó en coma tras un ataque en el que estuvo media hora sin que le llegara oxígeno al cerebro.
Las probabilidades de una buena recuperación eran nulas.
Y en el caso de que recobrara la consciencia, las secuelas podrían ser terribles.
Solía estar con él en el hospital y recuerdo que aquellos ratos pasados a su lado contemplando su cuerpo bien cuidado y rejuvenecido, fueron importantes para mi.
Volvía a casa con la sensación de haber aprendido algo muy profundo de lo que ni siquiera era consciente.
Quizás solo me diera cuenta de lo importante que es poder estar viva y apreciarlo.

Pasó mas de dos meses en ese estado.
A veces, sus hermanas me preguntaban sobre el testamento vital y decían que querían hacerlo, pero cuando les contaba que requiere ciertos trámites, se desanimaban.

Gracias a Dios un día dejó de respirar.
Me alegré en el alma.
Era muy doloroso ver a su mujer, sus hijos y sus hermanos al pie de su cama pasándolo mal, uno y otro día.
A mi me consolaba pensar que mi hermana no había tenido que asistir a ese episodio tan doloroso.

Espero haber aprendido no solo a aceptar la muerte, sino a hacerlo con alegría.
Tanto la mía como la de los de mi entorno.

Creo que morir es tan natural como la vida misma y rechazarla me parece un sinsentido.

miércoles, 3 de junio de 2015

Bruno Barturen




CUATRO

(continuación de Berta Belausteguigoitia)





Lo único que le había exigido su padre cuando Bruno planteó que quería estudiar arquitectura en Barcelona era que sacara buenas notas, que no dejara de hacer deporte y que se fuera a Inglaterra en verano para perfeccionar su inglés.
Bruno aceptó encantado.
Los primeros años se volcó en la carrera.
No le costó demasiado.
Tenía facilidad para el estudio y dado que estaba acostumbrado a Bilbao, en donde no solo conocía a mucha gente sino que también sabía la reglas del juego que eran distintas a las de Barcelona, se concentró de tal manera que iba sacando los cursos sin problemas.
Sus padres estaban tan contentos con él que le dieron toda clase de facilidades para que tuviera una vida agradable.
Bruno era un niño mimado que aceptaba con naturalidad todos los privilegios que le venían sin hacer demasiado esfuerzo.
No solo era guapo y atractivo sino que además poseía ese brillo especial que tienen algunas personas a las que la naturaleza les ha dotado con una gran vitalidad.
Irradiaba una simpatía cálida que hacía sentirse bien a los que estaban con él.
Tenía un gran corazón lo cual no le impedía conservar la cabeza muy templada, con una idea formada de lo que deseaba hacer con su vida.
Ya desde antes de empezar la carrera había decidido que se casaría joven, porque quería formar una familia que le sirviera de base para ordenar su vida.
Su mentalidad respecto al matrimonio era la misma que había visto en su familia:
El hombre trabaja y gana el dinero mientras la mujer se ocupa de la casa y de hacerle compañía cuando él lo requiere.
Un planteamiento clarísimo que no admitía lugar a malentendidos.

Un amigo que estudiaba con él y que le había introducido en su grupo, le habló de una prima que estaba interna en Inglaterra y que seguro le gustaría.
A juzgar por la descripción que hizo su amigo, esa chica correspondía exactamente al tipo de mujer que Bruno había formado en su imaginación.
Por eso, antes de conocer personalmente a Fania, ya había decidido que ella era la mujer con quien quería casarse y organizar la base de su vida.
Efectivamente, en el momento en que su amigo le dijo:

Bruno, ¿ves esa rubia con el pelo largo?

Justo en ese momento, Bruno tenía la mirada posada en ella.

Si claro, ya me he fijado hace un buen rato.

Es Fania, te la presentaré.


Así empezó una historia de amor de la que nadie sabía bien que rumbo tomaría.

martes, 2 de junio de 2015

Radiestesia





Cuando yo era pequeña veraneábamos en Santurce.
Teníamos una casa con un gran jardín y la vida era muy diferente de la que se hacía en Bilbao   que es donde vivíamos en invierno.
Una de las cosas que mas me sorprendía era el problema con el suministro del agua.
No sucedía siempre, pero había semanas enteras en las que durante bastantes horas del día nos quedábamos sin agua.
En esas temporadas, pasaba por las casas un camión con una cisterna repleta de agua, al que llamaban aljibe.
Cuando llegaba el aljibe todos nos poníamos muy contentos.
De alguna manera que no recuerdo bien, llenaban las bañeras con el agua del aljibe y nos quedábamos tranquilos hasta el día siguiente.
Tengo una vaga idea de que no solíamos usar el agua de las bañeras, porque antes de que fuera necesario ya salía el agua del grifo.
Sin embargo a mi madre le preocupaba mucho ese problema, así que un verano en el que la escasez de agua se hizo intolerable, hicieron venir a un zahorí.
Estaba considerado como una especie de mago, capaz de adivinar si había agua debajo de la tierra del jardín.
Todo el mundo estaba muy excitado.
El hecho de que viniera un zahorí era un gran acontecimiento.
Cuando hablo de que todos estábamos emocionados con la venida del zahorí, me refiero a todos los que veraneábamos en esa zona, es decir, mis abuelos, mis tías, mis hermanos, los jardineros…
Pero solo a mi madre se le había ocurrido contratar a un zahorí.
Desde que avisaron al zahorí hasta el día que vino, no se hablaba de otra cosa.
A mi me impresionaba la idea de que una persona pudiera adivinar donde había agua con un par de alambres que se abrían y se cerraban según el magnetismo de la tierra.
Cuando llegó el zahorí, nos prohibieron acercarnos a él, pero yo le vi paseándose por el jardín muy concentrado y dándose mucha importancia, como si solo él fuera capaz de solucionar el gran problema.
Tenía que estar solo; nadie debía molestarle.
Estuvo bastante tiempo dando vueltas y me cansé de estar pendiente del dichoso zahorí.
Se supone que para ser zahorí hay que tener una sensibilidad especial, ya que se deben sentir las vibraciones que emanan de la tierra y pasan por el cuerpo, hasta hacer que las varillas de metal se muevan.
Es muy sutil.
No es medible.
A veces aciertan y otras veces, no.
Abundan los impostores.
Pronto me cansé del tema ya que yo esperaba que brotara agua de la nada, lo cual no solo no sucedió aquel día, sino que nunca mas se volvió a oír hablar del zahorí.

Hace unos años cambié de casa y alguien me recomendó un radiestesista que vivía en Sopelana para que la analizara.
Apareció con las dos varillas y empezó a dar vueltas por todas las habitaciones.
Cuando se acercaba a ciertas lugares, las varillas se movían.
Me aconsejó hacer algunos cambios en la posición de las camas: 
Las cabeceras deben estar enfocadas hacia el norte.
Era importante que la televisión estuviera directamente sobre la pared, de manera que la parte trasera no emita vibraciones.
Todo lo que decía tenía sentido, así que le hice caso y la casa mejoró.
Compré un carillón de viento para separar los espacios de mi estudio y creo que es de gran ayuda. 
Lo encontré en Londres, en una tienda especializada y lo escogí de madera porque el sonido que emite cuando se mueve, es parecido al de la txalaparta.
Me dio algunos consejos muy útiles que tengo presentes cuando elijo un lugar para sentarme en cualquier circunstancia así como la situación respecto a puertas y ventanas.
He conocido gente que ha profundizado tanto en la radiestesia que utiliza un péndulo hasta para medir la cantidad de grasa que contiene la comida.
También me han contado historias de personas que utilizan el péndulo para hacer el mal.
No sé si lo consiguen.
No me gustan esas cosas.
No me gustan nada.
Me producen cierto malestar.
Y hacen que me sienta amenazada.
Umberto Eco decía en “El nombre de la rosa”:

“La superstición trae mala suerte”

No quiero “medio saber” lo que me depara la vida, prefiero vivirla.
Antes me atraían un poco ese tipo de cosas pero hoy en día prefiero no saber nada por si acaso.
No me interesa crearme incertidumbre.
Prefiero vivir mi vida cuando viene, momento a momento.
Hace años, paseando por el centro de Delhi se me acercó un hindú muy gordo que me dijo que era yogui y al verme había sentido que tenía que hablar conmigo.
Me dejé embaucar.
Enseguida sacó dos banquetas y montó un tenderete en medio de la calle.
Le seguí la corriente.
Me propuso que escribiera en un papel el nombre de una persona que yo conociera y que lo guardara en mi bolsillo.
Cuando lo hice, sacó su libreta, apuntó algo y me lo enseñó.
Mi estupor fue inmenso cuando vi escrito el nombre de mi madre:

Leonor Moyua