viernes, 31 de agosto de 2018

DOS MIL CUATROCIENTOS DOS








Comer con mi amiga Rosa sin espinas en un caserío cercano a Munguía en donde acaban de recoger los pimientos verdes de la huerta y la pera que pido para el postre cae directamente del árbol a mi plato, me parece un regalo del cielo que no creo que siga existiendo cuando yo me haya dejado este mundo.
Tal vez todavía existan ese tipo de acontecimientos en algunos lugares del planeta, pero yo solo conozco los que ocurren en el país de los vascos, que es donde habito y me hacen muy feliz.

Hay algo especial aquí que no he encontrado en otros sitios.
La importancia que se da a la gastronomía está relacionada con el amor de la familia y la cultura de que sean las madres las que se han ocupado del caserío y del cuidado de los hijos.

Nunca he vivido en un caserío y no sé como se distribuía el trabajo, porque además yo soy de Bilbao, nací en la ciudad y visitar los caseríos ha sido algo que empecé a hacer de mayor, relacionado con mi interés por el Euskera y por un campo que nunca había visitado.

Ahora que conozco los alrededores de Bilbao y tengo acceso a las huertas, disfruto de mi propia cultura que como el idioma, me la habían robado.

Oteiza decía que le habían robado su idioma y yo digo lo mismo.
En Bilbao siempre se ha hablado castellano.

En vida de Franco estaba prohibido el Euskera y todos los símbolos vascos.
Resumiendo, yo no tuve acceso a mi propia cultura.

Intenté aprender Euskera, pero llegué tarde, era demasiado difícil y mi mundo nunca ha sido Euskaldun*




*persona que habla Euskera









jueves, 30 de agosto de 2018

DOS MIL CUATROCIENTOS UNO










Tengo costumbre de escuchar un programa en la cadena Ser, que consiste en una tertulia sobre política y además de que me entretiene, me pongo al día de todos los horrores que se cuecen en este país y en otros.

Ayer llegué a pasar miedo.
No sé a donde vamos a llegar con tantas venganzas y odios.
Personalmente me tienen sin cuidado los lazos, sean para lo que sean, solo me interesa la paz, a cualquiera precio.
Me resulta tan desagradables el tono de los políticos y de la gente que discute para defender sus ideas, que prefiero no salir de casa.
Comprendo que es importante saber lo que deseo para el país en el que vivo y que no debo esconderme, pero soy consciente de que no sé nada de política ni de economía, lo único que sé es que deseo la paz por encima de todo y que los seres humanos seamos tratados como lo que somos: seres humanos.

Cuando hablan de los neonazis en Alemania o de las maras en El Salvador o de los que quitan lazos en Barcelona, me entra el miedo.

Ahora que en el país de los vascos estamos tan tranquilos, pretenden amargarnos la vida los de otros lugares.


No me gusta como están las cosas.













miércoles, 29 de agosto de 2018

DOS MIL CUATROCIENTOS








A pesar de que todavía siento los coletazos de la desintoxicación, creo que ha sido uno de los agostos mejor aprovechado de toda mi vida.
He dejado las pastillas, el gluten y los lácteos y estoy consciente de que será de por vida, como dejar de fumar o dejar las drogas.

A pesar de la Eufrasia, los ojos siguen llorando y me pican.

Sé que todo es cuestión de tiempo, para lo que la paciencia es imprescindible.
Todavía me queda esta semanita entera para dedicarme al reposo.
La semana que viene empiezo las clases de Pilates y la siguiente las de escritura.

Respecto a los médicos, solo me queda un análisis relacionado con el VHC que lo considero necesario para tener la certeza de que ese maldito virus no vuelva a aparecer.

Todo lo demás está anulado.
Me harté de pruebas, de médicos, de escáneres, de farmacias.

Ahora se trata de tener el cuerpo fuerte y bien alimentado para que sea capaz de organizarse él solito y así ser yo misma quien lleve las riendas de mi vida.
Agradecí al doctor Álvarez de Mon que fuera capaz de diagnosticarme una enfermedad aparentemente incurable, la cistitis intersticial, que es auto inmune y solo quitando el gluten dejará de molestar.

Pero ya me he hartado.

Quiero vivir tranquila.

Confío en el doctor Landaburu.








martes, 28 de agosto de 2018

DOS MIL TRESCIENTOS NUEVE








Entre mis aficiones, una a la que dedico mucha atención y me devuelve el ciento por uno, es la jardinería.
Se trata de las plantas que tengo en la pequeña terraza a la que da el sol por las mañanas.
No caben muchas, pero las que tengo están preciosas.
A veces no me queda más remedio que cambiar los tiestos grandes por otros más pequeños, ya que crecen demasiado.
No tengo una mano especial ni tampoco conocimientos, pero pongo tanto interés que las plantas lo agradecen.
A veces las riego demasiado y eso no es bueno.

Hice voluntariado de jardinería en Malibu y terminé siendo la encargada de las rosas.
Por lo menos conseguí quitarles el pulgón, lo que no resultó fácil porque en aquel jardín solo se usaban productos orgánicos.
Yo soy más bien bruta y a escondidas, llevé un spray que acabó con esos bichos en menos que canta un gallo.
También soy muy dada a cortar todo lo que está feo y entre mis poco ortodoxos métodos y el clima de California, conseguí sanearlas, era evidente.

También hice voluntariado como jardinera en Amaroo, Australia.
Lo que yo hacía se llamaba beautification y eso era un trabajo duro que consistía en cambiar la estructura del terreno.
En aquella época yo me encontraba fuerte y lo hice a gusto.
Tuve la fortuna de que no me saliera ninguna serpiente ni culebra, porque en el pequeño taller que nos hicieron antes de empezar a trabajar, nos advirtieron que las serpientes australianas, cuando pican, matan.

En Malibu tuve un percance con una cascabel que me sacaba la lengua y yo me mantuve quieta, muerta de miedo, hasta que llegó el encargado de esos asuntos con un cubo y se lo puso encima, inmovilizándola.

No soy persona de campo.
Soy marinera.
No me gusta vivir con miedo a los animales.

No me importa que me salga un canguro, un koala o un wallaby escondido detrás de un árbol, pero de ahí a las serpientes, culebras o escorpiones, hay un gran trecho.

Cuando era pequeña veraneaba en Santurce con mis padres y hermanos y teníamos un barco, el Alín II, en el que navegábamos y a veces mi padre nos dejaba bañarnos en alta mar.
Para mi, aquello era algo extraordinario, no tenía miedo a los peces aunque viera alguno saltando en la distancia.
Sin embargo, hoy en día que he estado en playas salvajes australianas en donde cuentan historias de tiburones, no me atrevería ni siquiera a bañarme en el Abra.










lunes, 27 de agosto de 2018

DOS MIL TRESCIENTOS OCHO







Me casé una vez y me di cuenta de que no tenía vocación de casada, ni de ama de casa y es muy probable que tampoco de madre, porque cuando nació Beatriz me pegué un susto morrocotudo y decidí, desde lo más profundo de mi corazón que no volvería a traer hijos a este mundo.

Más tarde, el destino cumplió su deber y mis alegres ilusiones de artista independiente y libre quedaron relegadas, no al olvido sino a un segundo lugar al que dediqué menos atención.
Nunca permití que ocuparan el primer plano de mi existencia.
Los hijos ocuparon siempre un espacio que les concedí gustosa.
Algo había cambiado en mi.


Ha pasado el tiempo y ahora mando yo.
Vivo a gusto con mi organización actual.
Me gusta ver a mis hijos, tenerles cerca, ocuparme de ellos y ser consciente de que es algo excepcional que podamos convivir los tres sin problemas, como personas mayores, responsables y sin obligaciones.
Yo soy la que dirige la nave y ellos van y vienen.
Cada uno se ocupa de su alimentación.
Con Jaime hablo bastante, a ambos nos gusta charlar.
Beatriz se hace la muda.
A veces me dice que tiene miedo de que publique en Facebook lo que podría contarme.
Yo creo que más bien reserva para la calle su simpatía.
En casa se calla.

Y cuando vienen los berlineses yo me adapto a ellos, les dejo mi coche, cocino, comemos y cenamos en familia y hablamos de todo.

Mattin es muy consciente de sus obligaciones como padre y cabeza de familia.
No tiene una vida fácil, pero es tan tranquilo que tener que hablar en alemán, ser artista y vivir con dos suecas, le parece encantador.

Yo no me quejo.

Acepto la vida como viene.






domingo, 26 de agosto de 2018

DOS MIL TRESCIENTOS SIETE







Insisten los grandes escritores en la lectura de los clásicos.
Me lo recuerdan a menudo Ramón Irigoyen y Luis Alberto de Cuenca.
Me cuesta hacerles caso.
Sin embargo me gusta saber lo que piensan y me recreo en sus frases y en lo cuentan sobre ellos.

A veces me encuentro con sorpresas que no resultan agradables, pero me ayudan a poner los pies en la tierra.
Algo así me paso ayer con Eurípides, en quien he pensado mucho desde que leí su frase sobre que lo más querido para un anciano padre es una hija.
Me sentí tan identificada y he tenido unos sentimientos tan bonitos pensando en mi padre y en que no le hice el caso debido y he recordado cuánto me quería y cómo me lo demostraba siempre que se atrevía y cosas bonitas que calientan mi alma y día tras día pensaba en él y seguía buscando textos de Eurípides, hasta que me encontré con algo inesperado:

“La naturaleza nos ha hecho a las mujeres ineptas para el bien, pero artesanas hábiles de las maldades todas.” 

¿Cómo puede ser que un autor que ha sido capaz de crear un personaje como Medea tenga esa idea sobre las mujeres?

He seguido investigando y he comprobado que tiene un concepto muy bajo del sexo femenino, como la mayoría de los escritores clásicos.

No me gusta que hablen mal de las mujeres, lo achaco al desconocimiento y procuro no darle más importancia.






sábado, 25 de agosto de 2018

DOS MIL TRESCIENTOS SEIS






“No hay nada más querido para un anciano padre que una hija.” 


Me topé con esta frase de Eurípides que no recordaba y me afectó de tal manera, que llevo varios días dándole vueltas.
Mi padre me quería muchísimo y creo que nunca le correspondí como se merecía.
Me duele.
Yo también le quería, más temo que en mi ignorancia, no fui capaz de apreciar lo que significa tener un padre que además de serlo, me adoraba.
En aquella época yo no era capaz de valorar el amor como ahora.
Creo que una gotita de amor vale más que todo el oro del mundo.

Ya es tarde para arrepentimientos.
Por lo menos no quisiera que me pase con mis hijos.
Quiero que sepan que les quiero y que tengo intención de estar dispuesta para ellos cada vez que me necesiten.


Ayer, estaba yo sentada ante mi ordenador como de costumbre y apareció Jaime que me suele hacer visitas y dijo:

Te quiero…

Antes de que siguiera hablando, sentí algo muy dulce dentro de mi, sentí amor.
Él siguió hablando:

Te quiero… decir que…

Entonces le conté que había interpretado su verbo de otra manera y le conté lo que había sentido.
Y como estábamos hablando de amor, aproveché para decirle:

Cada día te quiero más.

Y él me confesó que también sintió algo especial cuando le dije eso.






viernes, 24 de agosto de 2018

DOS MIL TRESCIENTOS CINCO







Hace ya tiempo que agosto me parecía un mes difícil.
Cambian las rutinas y eso no me gusta.
Cierran las tiendas a las que estoy acostumbrada.
Calienta el sol más de lo habitual.
Hay fiestas en todas partes, la gente viene y va, a cualquier hora del día y de la noche.
Los fuegos artificiales no me interesan lo más mínimo.
Y preguntan: 

¿Has estado fuera?
¿ya has vuelto de vacaciones?

Cada agosto, cuando llegaba, pensaba que tendría que hacer algún plan diferente para salir de Bilbao, pero llegaba la hora de tomar decisiones y me quedaba en blanco.

Este año, sin embargo, he sido capaz de irme a la casa de reposo, pasarme allí quince días y volver a casa para aprovechar el resto del mes recuperándome y aunque todavía no he ido a la playa un solo día en todo el verano, no me importa porque tengo la sensación de que está siendo un agosto bien aprovechado.

No todo el mundo piensa como yo.
De repente, Pizca, sin venir a cuento me dice que le ha venido a la cabeza que yo debería de comer lo mismo que he comido en casa de mis padres toda la vida y no estar tan pendiente de lo que sienta bien y esas cosas.

Me he puesto furiosa.
Le he dicho que se ocupe de sus asuntos y que de los míos ya me ocupo yo.
También le he dicho que con lo duro que es lo que estoy haciendo, lo que menos necesito es que me desanimen.

Luego hemos cambiado de tema.
He hecho bien en enfadarme porque así he conseguido que no insista.
Otras veces, por educación, me callo y la escucho como si me interesara su opinión.

Comprendo que puedo ser muy pesada cuando algo me llama la atención, porque me centro en el asunto y me cuesta cambiar de tema.


Cada uno es como es.





jueves, 23 de agosto de 2018

DOS MIL TRESCIENTOS CUATRO






Creo que para conseguir la sensación de sentirse en el séptimo cielo, es preciso hacer un pequeño esfuerzo.
Tal vez sea necesario seguir en el intento cuando parece imposible, pero puedo asegurar, por mi propia experiencia, que merece la pena dar un paso más.

No terminaban los malestares de mi desintoxicación pero por fin, hoy, me he levantado con el ánimo necesario para ducharme con cabeza incluida, hacer unas llamadas de teléfono para no desplazarme inútilmente y he conseguido poner al día algunos asuntos que tenía pendientes.

Lo mejor de todo ha sido que al pasar delante de una farmacia, he recordado que la última vez que tuve irritados los ojos, me dieron unas gotas milagrosas.
Efectivamente, en cuanto me he puesto las gotas, el picor y la desazón han empezado a desaparecer.

Al encontrarme mejor, he vuelto a casa con la sensación de que pronto volveré a estar en el séptimo cielo.


Acostumbrada a que las musas de la inspiración no suelen visitarme cuando no me encuentro bien de salud, no por ello dejo de cumplir el compromiso que tengo con mi diario, sabedora de que aunque mi pluma no alcance a escribir bellas palabras, me ayudará sin embargo a ejercitar mi humildad.






miércoles, 22 de agosto de 2018

DOS MIL TRESCIENTOS TRES







De momento he decidido dejar de hablar del gluten a no ser que tenga algo nuevo y excepcional, que cambie mi discurso actual.
No obstante, no me queda más remedio que contar lo que significa una desintoxicación, porque la estoy experimentando y me parece muy interesante el orden y método con el que mi cuerpo trabaja.
Me refiero sobre todo a los días que llevo en casa, sin salir y sin encontrarme bien.
Hasta ayer, mi malestar era físico y no conseguía recordar lo que sentía cuando me encontraba bien y me parecía lo normal.
Me siguen llorando los ojos pero la acidez ha parado.

Lo que más me sorprende, es que ahora duermo estupendamente pero tengo pesadillas no demasiado desagradables, relacionadas con mi vida.
Es como si mi cabeza quisiera librarse de recuerdos de mi vida que ya no tienen ningún sentido.


Cambio de tema.

Tenemos un chat familiar en el que nos felicitamos los cumpleaños y anunciamos los nacimientos, la familia crece y poco a poco vamos llenando el planeta de Oraas.

Para mi sorpresa, hoy ha aparecido el WhatsApp lleno de fotos de playas de Cataluña con banderas españolas y yo tenía ganas de decir lo que pienso, todos tenemos derecho a expresarnos, así que he colocado una maravillosa e impoluta bandera blanca de la paz, que representa la unión de todos.

Me he quedado tranquila.
También he puesto una foto de Odita que le hizo su padre el día 20 cuando empezó a ir al colegio.
Tienen una vida bastante dura, ya que se levantan a las 6 a.m. para llegar al colegio a la hora.
Van en bici, atravesando el centro de Berlín.









martes, 21 de agosto de 2018

DOS MIL TRESCIENTOS DOS







Parece que los consejos del doctor Eneko Landaburu Pitarque están causando pánico entre mis seguidores.
No me extraña.
Yo creo que después de quince días tratando el tema del gluten como el peor veneno actual y causa de todas las enfermedades autoinmunes, inflamaciones, infecciones, fatiga crónica, intestino irritable y muchas más que prefiero no recordar, se van a tener que acostumbrar a escucharme y a la larga, dejarán de tomar gluten como yo ya lo he hecho.

He aprendido tanto con Eneko y con la dedicación a escuchar mi cuerpo durante el tiempo pasado en la casa de reposo y de momento en la mía propia, que a pesar de que desde que llegué me encuentro bastante regular no me preocupo, porque sé que me estoy limpiando y sacando toda la porquería de los fármacos que he estado tomando desde hace cuatro años.
Hacía tiempo que no hacía una desintoxicación y había olvidado lo duro que resulta.

Hoy, no obstante, me encuentro mejor.
He dormido bien y eso es maravilloso.

La ventaja que tiene haber llegado a mi edad, es que puedo dedicarme a descansar todo el tiempo que lo necesite y ni siquiera necesito abrir la puerta si tocan el timbre.

Mientras estoy en la cama con la persiana bajada y los ojos cerrados, mi cuerpo se dedica a poner orden en todos los asuntos que necesitan un ajuste.
Si el aparato digestivo no tiene trabajo, mi cerebro da órdenes para que mis células arreglen otros entuertos.