martes, 27 de enero de 2015

El ejercicio de escribir








Desde que asistí al Taller de Escritura no he podido dejar de pensar en mi texto y en la Literatura.
Me pregunto si no estaré a punto de caer en el mal de Montano del que hablaba Vila Matas y que tanto me impresionó.
Todo lo que veo, oigo y leo, me acerca a ese misterioso terreno en el que me estoy metiendo casi sin proponérmelo.

Al principio traté de escribir un cuento dentro de un relato y pronto me di cuenta de que no funcionaba.
Así que saqué el cuento del relato e intenté darle vida propia pero al notar que me estaba aburriendo, comprendí que era porque no lo había inventado yo.
Conocía demasiado bien el argumento y había perdido el interés.
Pensé en describir lo que piensa un hombre y en lo que le sucede a una mujer, pero nada me satisfacía.
Recordé que en el único territorio en el que me sentía a salvo era cuando hablaba de mi en primera persona.
Así que ni corta ni perezosa, comencé a escuchar a mi corazón y volví a sentir placer al comprobar cuánto me complacen las palabras y como me relaja la exactitud en el significado, a la que tanta importancia daba Roland Barthes.
Y me vino a la memoria el primer capítulo de “Los detectives salvajes” de Roberto Bolaño, en el que el protagonista, un estudiante de Filosofía y Letras de 17 años, acude a un Taller de Poesía y se da cuenta de que el profesor, aunque sabe lo que es una perífrasis, desconoce el significado de pentapodia (métrica clásica en un sistema de 5 pies) y el de otras palabras por el estilo, que solo Octavio Paz conoce de memoria.
La lectura de este capítulo elevó mi pensamiento.
Me gusta sentir esa especia de salto hacia arriba, que me transporta a un estado superior de apreciación.
Los libros son parte importante de mi vida y aprender a escribir es una asignatura que tengo pendiente.

Cuando Oteiza dejó la escultura o por lo menos decidió hacerlo, se dedicó a escribir poesía y decía que se sentía muy feliz con una hoja en blanco y un lápiz.
Siento algo parecido.
Me gusta lo sencillo.
Y me complace saber que la mayor parte del trabajo está en mi pensamiento.
La idea de no necesitar nada mas que una mesa, una silla, una lámpara, un cuaderno y un bolígrafo, me resulta encantadora.


Cuando por fin pude relajarme pensando que había encontrado el camino a seguir, salió a mi encuentro el verdadero reto:

He aquí que me llama por teléfono mi amiga Pizca que vive en Barcelona y al tratar de explicarle que me había inscrito en un Taller de Escritura, antes de dejarme entrar en detalles, me cuenta lo siguiente:

¡Ah! Precisamente, hace unos días me encontré con Rosa Regás, a quien hacía tiempo que no veía y me preguntó muy interesada por mi vida.
Me escuchaba muy atenta mientras yo le contaba mis asuntos.
Me dijo que mis historias tenían interés, que me expresaba bien y que debía escribir.
Solamente, cuando lo hagas, dijo con énfasis, habla en tercera persona, como si todo lo que me estás contando no te hubiera pasado a ti sino a otro ser humano.
No lo olvides, es importante.


Me quedé de piedra.
Comprendí que ahí radica la dificultad.
Me llevé un gran chasco, pero pensé: 

Bueno, está bien, este texto me servírá para romper el hielo y de ahora en adelante trabajaré para aprender a escribir en tercera persona.