miércoles, 18 de febrero de 2015

Berta Belausteguigoitia




Berta Belausteguigoitia no era guapa y lo sabía.
Gracias a su gran inteligencia, había desarrollado otros talentos que le servían para lograr el favor de la gente.
Le interesaba la gente en general y los hombres en particular.

La belleza reina por si sola.
Solía comentar.
Yo sé que cuando me conocen puedo gustar y conquistar, pero para eso necesito que me concedan un tiempo.
Explicaba tratando de mostrarse humilde.

Estudiaba Filosofía y Letras en Deusto y leía constantemente a Bertrand Russell, a quien consideraba su maestro.
Había adquirido cierto conocimiento psicológico sobre el comportamiento humano.
Su padre murió sin haber hecho testamento.
Consideraba que no era necesario porque las leyes están muy bien hechas.
Su madre, al quedarse viuda, se metió monja.
Berta heredó mucho dinero.
Una gran fortuna contribuyó a aumentar su seguridad en si misma.

En aquella época y en una sociedad pequeña y provinciana, el adulterio estaba a la orden del día, siempre que se mantuviera en la sombra.
Guardar las apariencias no era una opción para Berta.
Se había puesto el mundo por montera y hacía alarde de lo poco que le importaba el “qué dirán”.
Estaba tan harta de su marido y de la vida que había llevado hasta entonces, que cuando decidió invertir su dinero y empezó a hacer negocios con Miguel Moreno alias “El Trampas”, cayó en sus brazos sin ni siquiera darse cuenta de lo poco que le gustaba.
El Trampas era lo que llaman un hombre hecho a si mismo, listo y simpático, sin demasiados escrúpulos. 

Surgió entre ellos una especie de pasión sin visos de futuro, no solo porque no existía el divorcio en España, sino porque solo tenían en común, lo aburridos que estaban con sus vidas y la necesidad de estímulos.
Hasta tal punto vivían el momento, que olvidaron las reglas del juego y se dejaban ver en público sin tener en cuenta las posibles consecuencias.
No se hablaba de otra cosa en ese espantúpido Bilbao, que diría Jose Luis Merino, en el que casi todo era gris y mortecino.
A Berta no le importaba nada ni nadie.
Solo quería seguir trabajando con El Trampas y pasar los fines de semana en Laredo, a donde iban en un descapotable espectacular que llamaba la atención poderosamente.

No tardó en enterarse su marido que a pesar de vivir entregado a la botella, tenía amigos para recordarle que debía proteger su dignidad.

Un domingo por la tarde Berta se despidió del Trampas y llegó a su casa con esa extraña sensación de plenitud que se siente cuando la vida adquiere mas intensidad de lo habitual.
Le pilló de sorpresa que el padre de sus hijos con quien todavía compartía la vivienda, le saliera al encuentro diciendo que tenían que hablar.
Berta accedió mas que nada para liquidar el tema lo antes posible.

Cuando se casó con Patxo Zabala que ya era un bebedor importante, pensó que con ella cambiaría.
Craso error.
No solo no cambió sino que siguió haciendo la misma vida que cuando era soltero.
Tuvieron dos hijos.
A Berta no le quedó mas remedio que reconocer que se había equivocado.

Aquel domingo, Patxo estaba mas sobrio y mas serio que de costumbre.
Sin levantar la voz, le dijo titubeando:

O dejas de salir con ese individuo o me voy de esta casa.
El pensamiento de Berta se encontraba muy lejos de allí y el deseo de acabar con esa conversación le nublaba la mente.

Yo pienso seguir haciendo lo que me dé la gana y por mi parte, tu puedes hacer lo mismo.
Contestó malhumorada.

Bien, si vas a seguir así, yo me voy y me llevo a los niños.
Patxo había aprendido su discurso pero antes de que terminara la frase, Berta le interrumpió:

Haz lo que te dé la gana y déjame en paz.
Lo dijo sin inmutarse, sin querer darse cuenta de la importancia de sus propias palabras.

Sin dar tiempo a que se arrepintiera, Patxo le puso delante el papel que le había preparado el abogado y le tendió un bolígrafo.
En ese caso tendrás que firmar aquí. 

Una especie de tensión eléctrica se apoderó del ambiente.
Todo sucedía muy rápido como en un sueño.
¡Ahora mismo firmo lo que sea!
Gritó furiosa.

Lo único que deseaba Berta era huir de esa situación.
Estampó su firma.



Cuando se despertó al día siguiente notó algo raro, una especie de presentimiento de que algo iba mal, pero ya era demasiado tarde.

Lamentó todos los días de su vida haber firmado ese papel.

miércoles, 4 de febrero de 2015

Un cuaderno muy gordo







Tengo un cuaderno nuevo con muchas hojas grandes, blancas y el papel mas duro de lo habitual.
Lo he mandado hacer a medida porque ninguno de los que vendían se ajustaba a mis necesidades.
Me siento mejor desde que escribo en este cuaderno tan grande, tan blanco y tan gordo.

Mucho se ha dicho y escrito sobre la fatalidad del lienzo en blanco.
Recuerdo que, cuando estudiaba BBAA, me sorprendía observar que algunos compañeros sentían verdadero pánico ante la idea de manchar un lienzo impoluto.
Yo, sin embargo, me deleito en profanarlo.

Soy consciente de que mi vocabulario es escaso y de que soy un aprendiz en el arte de escribir.
Aprenderé.
Llegará un momento en que seré capaz de poner a bailar las palabras y haré que tengan vida propia y podrán expresar lo que siento.

No solo las palabras tienen importancia.
También son relevantes los signos ortográficos, tanto los de puntuación como los auxiliares.
Oscar Wilde tenía por costumbre tomar el té de las 5 con sus amigos.
Una tarde, al llegar, le preguntaron:
¿que tal estás Oscar?
Y él contestó:
“Estupendamente bien, habida cuenta el día tan ocupado que he tenido hoy”.
¿Por que?
¿Que has hecho?
A lo que Oscar respondió:
“Por la mañana he quitado una coma y por la tarde la he vuelto a poner”.

Puedo entender que un perfeccionista como Oscar Wilde pudiera pasar un día entero reflexionando sobre la necesidad de poner o quitar una coma.
El escritor tiene en sus manos la capacidad de dar vida a las palabras.
Solamente con una coma puede cambiar el sentido de la frase.
Y cambiando el sentido de la frase puede cambiar todo el relato.
A veces una letra suelta tiene tanta o mas trascendencia que una palabra.

Hubo un momento en mi vida en que deseé tener un carnet de identidad vasco.
Tuve que dar mas vueltas que un tiovivo para conseguirlo.
Uno de los requisitos, imprescindible según Euskaltzandia, consistía en cambiar la Y griega del apellido de mi madre, Moyua, por una i latina.
No me hizo ninguna gracia, pero mi empeño por conseguir un documento que no servía para nada, me dio la fuerza para proceder.

Cuando por fin conseguí tener el DNI vasco en mis manos me sentí muy feliz y orgullosa.
Tan contenta me encontraba que cometí el gran error de contárselo a mi madre.
Mucho me temo, a juzgar por su reacción, que no alcanzó a comprender la importancia de mi acción, ya que me miró con cara de extrañeza y exclamó:
“Estás como una cabra”.