jueves, 23 de mayo de 2019

DOS MIL SETECIENTOS SETENTA Y CUATRO








Una de las sensaciones más satisfactorias que me ofrece la vida, es la de encontrarme con una escritora que me deleite desde el primer momento.
Eso es lo que me ha sucedido con Siri Hustvedt a quien se le ha otorgado el premio Príncipe de Asturias.
Tal vez porque está casada con el famoso escritor y cineasta Paul Auster, me había pasado desapercibida, pero ayer, en el momento en que la descubrí, empezó a interesarme y ya estoy entusiasmada con su libro “Recuerdos del futuro”.
Como a todos los lectores, a mí también me da más placer leer en papel, pero la idea de estar en mi cama a las once de la noche y tener la posibilidad de leer un capítulo del libro que me intriga y a continuación todos los demás, puede conmigo.

El Kindle es un artefacto frío, poco agradable para los sentidos y sin embargo su eficacia me cautiva.





DOS MIL SETECIENTOS SETENTA Y TRES









Leo un artículo escrito por el gran Bernardo Atxaga sobre Jorge Oteiza y me emociono.
Me complace la buena escritura y más, si cabe, cuando se trata de describir a una de las personas que ha sido capaz de enseñarme a entender el arte vasco.
Cuando estudiaba Bellas Artes, su libro Quosque Tandem era la biblia, pero reconozco que no lo entendía.
Lo tenía en mi mesilla y sabía que era un tesoro al que yo no tenía acceso.
Me enteré de que Oteiza exponía en la galería Txantxangorri de Hondarribia y me acerqué.
Me impresionó tanto lo que vi, que empecé a llorar y conocí a Jorge y fue tan inspirador ese encuentro que al llegar a mi casa el Quosque Tandem me pareció pan comido
Lo leí de un tirón y desde entonces estuve atenta a todo lo que hacía y decía Jorge y más tarde le hice un homenaje que constaba de una instalación de trece cuadros de pequeño formato que no deben separarse y actualmente se exhiben en un museo de Barcelona.

Sigo interesándome por todo lo que dicen y cuentan de él, de su obra, de su carácter, de su poesía, sigue estando vivo en mi corazón.




















domingo, 19 de mayo de 2019

DOS MIL SETECIENTOS SETENTA Y DOS








Ha sido fascinante ver la película Bauhaus a través de la cual he vuelto a la época en que estudiar Bellas Artes era un sueño que no estaba a mi alcance.
No era lo que mis padres me tenían reservado por lo que, sin dejar de pensar en lo que de verdad deseaba, simplemente me casé y adquirí una libertad que me permitió matricularme en la escuela de Bilbao en cuanto se fundó, perteneciendo así a la primera promoción.
No era la Bauhaus pero gracias a ella supe de su existencia y del constructivismo ruso que despertó en mi el sentimiento de pertenecer.
Hasta entonces carecía de referentes directos. 
El cubismo me dejaba indiferente.
Solamente sabía que me identificaba con la pintura y que ser pintora era mi única ambición sin saber cómo ni por qué.

Hace unos años, justo antes de romperme la pierna por segunda vez, estuve en Tel Aviv y me dejé deslumbrar por sus casa blancas, deterioradas y descuidadas, diseñadas por los grandes arquitectos de la Bauhaus, Gropius entre otros que habían recalado allí cuando los nazis alcanzaron el poder.
En el año 2003 la Unesco había declarando a la Ciudad Blanca Patrimonio de la Humanidad “por integrar las tendencias arquitectónicas del Movimiento Moderno en el entorno local”.
La Escuela Bauhaus es a Tel Aviv lo que el modernismo a Barcelona.

Me he emocionado.

Mis sueños no se han cumplido, ya no tengo sueños, no los necesito, he aprendido a aceptar cada momento de mi existencia y agradecer el aquí y ahora como lo que es, el regalo del Creador, por eso se llama el presente.







viernes, 17 de mayo de 2019

DOS MIL SETECIENTOS SETENTA Y UNO








Estoy siguiendo “Supervivientes”, programa de Telecinco que trata de un grupo de personas más o menos famosas que, por dinero, pasan un tiempo limitado en una isla desierta del Caribe.
La vida allí se les hace dura porque se la tienen que buscar, solo comen arroz y lo que pescan.
Tal vez un coco o una piña si tienen suerte.
Yo solo veo los resúmenes que hacen cada día y me hacen pensar. 
Supongo que todo será difícil, sobre todo la convivencia con personas no elegidas.
Me recuerda a la temporada que pasé en Gordejuela, interna, haciendo Proyecto Hombre, que es una terapia dura y eficiente para los toxicómanos.
Me costó muchísimo.
Tenía una ventaja en relación a los Supervivientes de Telecinco y es que desde el principio tuve muy claro que no lo dejaría hasta que terminase ya que lo que estaba en juego era mi vida.
Muchos de mis compañeros tiraban la toalla y algunos tal vez hayan sobrevivido, pero la mayoría de los que se fueron, han muerto.
He hecho muchas cosas en mi vida de las que no me siento orgullosa pero puedo afirmar que Proyecto Hombre no es una de ellas. 

Tuve que hacer un esfuerzo sobrehumano y salí victoriosa.











martes, 14 de mayo de 2019

DOS MIL SETECIENTOS SETENTA









Leo un texto de Vila Matas en el que llama carcamales a los que censuran que se insista en un tema y me complace recrearme en lo que cuenta, porque yo soy tan perseverante en lo que me interesa, que ni siquiera ando por ahí buscando algo nuevo.
Y reitera en que Cezanne pintó ochenta veces la montaña de Sainte Victoire y me recuerda a mí cuando cada vez que tengo un ratito, independiente del clima o de la hora me voy al mirador de Atxekolandeta en Neguri y saco fotos de El Abra.
Es un paisaje que sin ser perfecto me deslumbra a pesar de que se vea la margen izquierda con el infernal espectáculo de Petronor y sus devastadoras chimeneas.
Tal vez porque lo siento muy mío y me obliga a hacer un acto de introspección en el que visualizo momentos importantes de mi vida.
También menciona Vila Matas que una dama le preguntó a John Banville en un coloquio cuándo dejaría de ser tan reiterativo con el tema de la identidad y él respondió: 

Lo dejaré cuando por fin me salga bien.


Eso hacía yo cuando pintaba, machacaba los temas hasta que me consideraba incapaz de sacarles más jugo porque mi estilo estaba basada en ir quitando todo lo que no fuera imprescindible. 
Más tarde me encontré con la frase de Mies van Der Rohe: 

Menos es más.









domingo, 12 de mayo de 2019

DOS MIL SETECIENTOS SESENTA Y NUEVE








He visto una película francesa de una delicadeza extrema.
Se llama “En buenas manos” aunque el título original es “Pupille”.
Me ha tocado fibras sensibles a las que rara vez me acerco.
Se trata de cómo funciona en Francia el servicio de dar hijos en adopción.
En principio el film es bastante coral con cantidad de mujeres que trabajan bien y resultan agradables, aun así sobresalen los protagonistas, Sandrine Kiberlan y Gilles Lellouche, excelentes actores que bordan sus papeles.
La directora también es una mujer, Jeanne Herry, cuyo trabajo desconocía.
Lo que veía me obligaba a escarbar en mi propia experiencia respecto a mis emociones cuando nacieron mis hijos, sobre todo al principio. 

Más tarde, a medida que me he ido metiendo en el engranaje de la película he dejado de lado mi experiencia maternal y he podido disfrutar, que era el propósito que me ha llevado a los Multicines de Bilbao, no más terapias por favor, ya he hecho demasiadas a lo largo de mi vida.





sábado, 11 de mayo de 2019

DOS MIL SETECIENTOS SESENTA Y OCHO








Sigo entusiasmada con la macrobiótica aunque cada día me entero de algo que la convierte en algo más difícil todavía.

La última noticia ha sido que los alimentos, ecológicos por supuesto, de los demás no hablo, pierden su poder curativo a las diez y ocho horas de ser cocinados, por lo que es imprescindible cocinar todos los días.
Yo soy ambiciosa, quiero que se me curen mis huesos, que desaparezca mi osteoporosis, para lo cual estoy dispuesta a hacer todo lo que sea necesario.
Hoy, como todos los sábados, he salido de casa con la ilusión de comprar las verduras en el mercado ecológico del Arenal de Bilbao, pero antes de llegar al parking había policías cerrando el paso debido a una manifestación, por lo que no me ha quedado más remedio que cambiar el plan.
Inmediatamente he decidido ir a la cooperativa de Santutxu en donde ya sé que puedo solucionar el asunto sin demasiadas complicaciones, excepto las que yo me cree a mi misma.
Como ya aprendí el primer día, he dejado mi coche en el parking cercano al lugar.
He comprado lo que necesitaba, lo he metido en la bolsa que llevaba de casa y he salido encantada, pero al subir unas escaleras me he dado cuenta de que pesaba más de la cuenta por lo que he vuelto y he pedido que me la guarden, que volveré enseguida.
He llegado a casa muy contenta porque he encontrado una salida que va a la autovía sin necesidad de meterme en Bilbao, lo que hace que el viaje sea más fácil y corto.
El único problema ha sido que me he olvidado de volver a la cooperativa a recoger mi compra, por lo que hasta el lunes no podré recuperar mis alimentos.

Cuando conté en el diario que había sido capaz de ir a este maravilloso lugar, Pilar Serrano comentó lo bueno que es atreverse con los retos y lo he recordado y eso me ha animado y ha quitado hierro al tema.






jueves, 9 de mayo de 2019

DOS MIL SETECIENTOS SESENTA Y SEIS








Parece que existe la falsa creencia de que trabajar en casa no necesita la misma concentración que hacerlo fuera.

En la casa de Las Arenas tenía un pequeño estudio en el ático con una espléndida terraza en donde me aislaba del mundo y de los posibles visitantes.
Le llamaba mi santuario.

Desde que vine a vivir a esta casa he tenido mi estudio en el salón.
Mis hijos lo aceptaron sin rechistar y ahora, aunque me dedico a escribir en el ordenador, ocupo el mismo espacio y nadie protesta, excepto con la decisión que he tomado hace unos días.
Se trata de que me niego a abrir la puerta cuando tocan el timbre. 
Tiene relación con que ya no quiero comprar en Amazon. 
Dado que el cartero y otros habían descubierto que yo siempre estaba en casa y abría la puerta, tocaban el timbre a diario lo que no solo me interrumpía sino que por más que lo hacía saber, no les entraba en la cabeza que me cuesta hacer los movimientos más comunes.
Las pocas personas que me llaman por teléfono ya saben que si tardo en cogerlo significa que estoy ocupada y no insisten demasiado.
Necesito mi tranquilidad para disfrutar de la vida.

Hasta tal punto me perturba el contacto con el mundo exterior cuando no lo he buscado, que también he cancelado el contestador en el teléfono fijo.
Considero que el Guasap es suficiente para mandar un recado.










martes, 7 de mayo de 2019

DOS MIL SETECIENTOS SESENTA Y CINCO








Desde que me enteré de que existía tuve ganas de conocerlo, pero me asustaba la idea de ir a un lugar tan ajeno a mi ruta habitual, sin saber si era fácil aparcar el coche, que suele ser el máximo inconveniente para moverme. 
Hoy me he levantado con ganas y por fin he ido a la cooperativa ecológica de Santuchu, barrio bilbaíno en el que habita tanta gente, más de treinta dos mil personas, que parece un pueblo ya que está provisto de todo lo necesario para que sus habitantes no necesiten acudir al centro de Bilbao.
Gracias al GPS he hecho un viajecito fácil y corto atravesando el túnel de Archanda.
Se llama Labore y a primera vista es como me imagino que sería un almacén de comida en Moscú en la época post estalinista, con la diferencia de que en Labore todo lo que se vende es ecológico, pertenece al comercio justo y se supone que los que compramos allí formamos parte de la empresa.
He llenado mi carrito con suficientes productos para una temporada, dejando de lado la verdura ya que ese asunto lo soluciono los sábados en el Arenal de Bilbao.
Todo lo que allí ofrecen es oro puro.
Todavía no he empezado a utilizar productos ecológicos para la limpieza de la casa, ni tampoco en cosméticos, pero todo se andará.
Lo peor podía haber sido tener que llevar todo la compra hasta el coche que estaba en un parking cercano pero me lo han facilitado ya que he vuelto en coche hasta Labore y me han sacado la pesada caja, que más tarde, mi hijo Jaime que me hace todos los favores que le pido sin poner mala cara, la ha subido a casa.
Estoy contenta.
Tengo que dejar que pase un tiempo para saber si voy a ser capaz de repetir la hazaña.









lunes, 6 de mayo de 2019

DOS MIL SETECIENTOS SESENTA Y CUATRO









La película “El bailarín”, biografía de Rudolf Nureyev me pareció bastante mejor de lo que las críticas prometían.
Disfruté y aprendí cosas que desconocía por lo que lo que podía haber sido un domingo insípido se convirtió en algo excepcional.
La profundidad de algunos diálogos me llevó a la siguiente frase del pintor Sean Scully:

" por qué las rayas? Porque pueden ser cualquier cosa. Y pueden ser cualquier cosa porque no son nada. Convertir la nada en algo es más interesante que transformar algo en otra cosa “.

Las rayas han sido durante años mi tema predilecto en la pintura, tanto en mi propio trabajo como en el de algunos pintores que lo utilizaban a menudo como Daniel Buren a quien admiro y respeto como mi artista de referencia.
Empecé con las rayas a través de las karpas de la playa de Ondarreta que siempre me habían llamado la atención.
Me producía cierta satisfacción que mis cuadros se reconocieran incluso en Madrid y también que se vendieran como rosquillas, era algo nuevo, pero necesitaba seguir mi andadura creativa por lo que casi sin querer, pasé directamente a pintar rayas y me olvidé de las playas y los toldos.
Organicé una mesa muy grande con varios caballetes, depuré la técnica y me obsesioné con las rayas hasta tal punto, que me volví un poco loca y decidí dejar la pintura y marcharme a Los Ángeles en donde me quedé tres años.










domingo, 5 de mayo de 2019

DOS MIL SETECIENTOS SESENTA Y TRES








De repente, sin proponérmelo, miro por la ventana y veo un cielo azul espléndido. 
Hace un día estupendo pero he estado tan entretenida en la cocina preparando mis manjares macrobióticos que ni se me ha ocurrido pensar en otra cosa. 
Tengo la suerte de que puedo vivir sin cortinas. Nadie me ve, vivo justo enfrenta del centro comercial Artea por lo que si no quiero que el sol entre en mi casa, no me queda más remedio que bajar las persianas. 
Por fin he aceptado que para ser macrobiótica de verdad no me queda más remedio que cocinar, me he entregado y he descubierto con asombro, que cortar verduras ecológicas recién cogidas de la huerta me resulta encantador. 
Tengo un magnífico cuchillo japonés que no deja títere con cabeza por lo que es una acción que requiere toda mi atención. Aprendí a cortar verduras en Cuisine et Santé, Saint Gaudens, Toulouse, Francia, que como ya he contado en otras ocasiones está considerado como el mejor centro macrobiótico de Europa. 
Dado que fue Ohsawa, maestro japonés, quien introdujo la macrobiótica en París, es lógico que sus discípulo directo René Lévi, fundador del centro, otorgue importancia a la parte estética de las recetas. 
Se supone que cortar las verduras es una especie de meditación. 
Hoy he cocinado más de lo habitual porque mañana tengo Pilates de una a dos y suelo llegar a casa muerta de hambre y lo único que me apetece es comer y echar la siesta. 
He hecho pan Ohsawa, puré de verduras, hamburguesas de arroz integral con cebolleta envueltas en polenta y una ensalada de lechuga, nabo rayado, remolacha encurtida, aceitunas manzanilla y tofu ahumado para compensar el Yang de las hamburguesas. 
Todavía me cuesta equilibrar el Yin y el Yang, todo se andará, no tengo prisa.






sábado, 4 de mayo de 2019

DOS MIL SETECIENTOS SESENTA Y DOS








Mi sobrina nieta Marta Viar Basterra que es arquitecta, ha abierto una pizzería en Romo, municipio de Getxo.
Se llama Kai Kai que significa Comida Comida en idioma polinesio.
Ayer pasé por allí y me encantó ver la facilidad con la que se puede montar un negocio sencillo, ligero y sin ideas de futuro.
En una esquina de la plaza Ganeta, de repente se ven unas letras de alegres colores sobre una pared blanca y mucha gente que entra y sale con grandes cajas de pizza y otros que se quedan charlando al calor del chiringuito.
La verdad es que a Marta lo que de verdad le gusta es navegar. Empezó siendo muy pequeña en unos barquitos que parecían de juguete y llegó a ser campeona de España.
Estudió arquitectura en San Sebastián y cuando terminó, en vista de que no encontraba trabajo, se compró un barco de vela y se fue a dar la vuelta al mundo con su novio.
Se quedó embarazada y cuando pensó que estaría más cómoda en Bilbao para dar a luz, dejaron el barco en la Polinesia y vinieron a Getxo en donde vive su familia.
Nació Manoa que significa Océano y ahora lo único que quiere es ganar dinero para ir a buscar su barco y seguir el viaje con Manoa como grumete.
Creo que Marta ha salido tan trabajadora como su madre, Blanca Basterra Oraa, ya que mi madre solía comentar:

Blanca es incansable.

En mi familia hay tantas Blancas porque mi abuela materna se llamaba Blanca Maiz Nordhausen y existe la costumbre de repetir los nombres, por lo que a veces para hablar de alguien en particular necesitamos decir dos apellidos.
Prefiero no decir lo que pienso sobre esta costumbre.

Ya lo dicen los que saben más que yo.




viernes, 3 de mayo de 2019

DOS MIL SETECIENTOS SESENTA Y UNO








A medida que experimento los beneficios de la macrobiótica y acepto que es la manera más adecuada de alimentarme, también acato las dificultades que lleva consigo y lo hago con alegría y gratitud.
Lo que en un principio parecía que iba a resultar muy difícil, poco a poco se convierte en un auténtico placer.
Lo mejor de todo es que cada día me encuentro mejor en todos los terrenos y eso contribuye a que mi estado de ánimo esté tan alto, que lo que antes me asustaba ahora me invita a disfrutar. 
Me refiero a tener que cocinar, algo que he detestado durante toda mi vida.
También me encanta ir los sábados al mercado ecológico del Arenal en Bilbao y volver a casa con esas verduras verdes que han sido recogidos de la huerta a las seis de la madrugada, para que vayan directamente a mi puchero.
Admito que mi vida social se ha reducido, lo cual no me preocupa.
¿Para que quiero estar con gente si no me encuentro bien?
Mi fuerza de voluntad se fortalece y mi organismo empieza a funcionar como un reloj.
Poco a poco amplío mis fuentes de aprendizaje y espero que al paso que voy, mis platillos serán deliciosos, aunque sencillos de momento, ya empiezan a tener algo especial, incluso más sabrosos que la comida vasca tradicional.
Hice varios cursos con Paz Bañuelos que además de doctora macrobiótica es una excelente cocinera, tal vez demasiado sofisticada para mi, pero supone una base que sumada a lo que aprendí en Cuisine et Santé de Saint Gaudens, Francia, en donde he pasado temporadas, me sirve para intentar equilibrar el yin y el yang.

De momento lo que me interesa es estudiar, saber los porqués de los alimentos que componen la macrobiótica y seguir, día a día con la certeza de que estoy en el camino correcto para alcanzar una salud de hierro.






jueves, 2 de mayo de 2019

DOS MIL SETECIENTOS SESENTA








Tanto los psiquiatras como los maestros y los sabios, aconsejan que la única manera de ser feliz es no permitir que nos afecte lo que hacen los demás.
Estoy de acuerdo, no me cabe la menor duda de que cuando me importa un comino lo que hacen o dicen las personas de mi entorno, ni siento ni padezco, pero a veces me resulta difícil sobre todo si se trata de gente a la que quiero.
Eso es exactamente lo que me sucede con mi hija Beatriz, con quien por circunstancias del destino, compartimos la casa en la que vivimos.
No recuerdo cuando empezó lo que voy a contar, tal vez cuando empecé a escribir el diario y a publicarlo en mi blog cada día.
Creo que me dijo en un tono suave que preferiría que no hablara de ella y aún así, si lo que contaba requería que la mencionara, lo hacía sin pensar demasiado.
Poco a poco dejó de hablarme y un día, en una performance en Tabakalera, Mattin dijo que yo era tan indiscreta o algo parecido, que mi hija no quería comer conmigo por si acaso al día siguiente contaba lo que ella decía en mi diario.
Eso me aclaró un poco la situación, no obstante el mutismo de Beatriz crecía y llegó un momento en que le pregunté por el motivo y me contestó tranquilamente:

No estoy enfadada, simplemente no quiero socializar contigo.

Lo acepté y comprendí que lo único que tengo que hacer es no permitir que eso me perturbe y lo consigo, pero no siempre.
Me resulta difícil verla entrar y salir de casa con la cabeza ladeada para no decirme hola ni adiós.

También dicen los que se ocupan de esas cosas en un plan más esotérico, que las personas que tengo cerca están ahí para que a través de ellas aprendo algo concreto y luego se van.










miércoles, 1 de mayo de 2019

DOS MIL SETECIENTOS CINCUENTA Y NUEVE







Una vez más he cometido un error imperdonable.
Mi vida consiste en caer y levantarme.
Ahora que consideraba haber alcanzado una línea bastante recta, he vuelto a tropezar con lo que más detesto: la dependencia.

Sucedió así:
Hace cosa de dos meses padecí una gripe muy fuerte que consistía en intensos ataques de tos, nariz tapada, abundante mucosidad, cabeza cargada y malestar general.
Beatriz me trajo un jarabe natural que venden en las farmacias, llamado Grintuss, a base de miel y llantén que me sentaba bien y aliviaba la tos.
Al mismo tiempo y sin que yo lo encargara, añadió por su cuenta unas gotas para la nariz, Utabón que me descongestionaban y hacían que me sintiera mucho mejor, por lo que cuando se me pasó la gripe y empecé a encontrarme bien, a veces, si notaba la nariz tapada, me ponía una gotita en cada agujero y tan contenta.

Hace un par de días acudí a mi doctora de cabecera y le pregunté si el Utabón entraba en la Seguridad Social.
No solo me dijo que no, sino que es un producto muy fuerte que no debe utilizarse más que en casos extremos y no más de cuatro o cinco días.
También me advirtió que crea dependencia y me aconsejó que no lo usara, que bajara la dosis.
Lo estoy intentando y me encuentro fatal, la nariz tapada, los ojos llorosos y la cabeza cargada, he dormido poco y estoy dispuesta a hacer un esfuerzo sobrehumano para olvidarme de otro veneno, como lo he hecho en otras ocasiones, con los diferentes venenos legales e ilegales que han tocado en mi puerta.