miércoles, 3 de enero de 2018

DOS MIL CUATRO









Tanto mis fotos como mis textos y mis videos son estados del alma.
Me he dado cuenta de repente, mientras analizaba la foto que he publicado hoy.
No pretendo hacer nada excepcional ni especial, excepto expresar lo que siento cuando la luz transforma el paisaje y me encandila una vez más.
Por eso saco fotos de los mismos lugares, solo la luz cambia y no se repite.


Respecto a mi diario, he sacado la conclusión de que todo lo que cuento, en mayor o menor medida, son emociones.
De hecho, ayer, mantuve una conversación interesante con María Seco y no fui capaz de contarle un episodio, de los más duros que se me han presentado en la vida.
Hoy, habiendo dormido plácidamente, desde la tranquilidad de mi estudio y con el alma serena, voy a intentar describirla.
Tal vez me cueste menos que explicarla con palabras.

Se trata de la tercera parte de Proyecto Hombre.
PH consta de tres partes:

La primera es ambulatoria.
Se vive en casa y se va al centro unas horas al día.
En esa época yo vivía con mi hijo el pequeño y podía ocuparme de él, ya que comía en el colegio.
Él tenía diez años.

La segunda parte consiste en un internado de unos tres o cuatro meses, depende de varios factores.
En Gordejuela.
Como yo no podía cuidar a mi hijo, se acordó que su padre, de quien ya estaba separada desde antes de que naciera el niño, viniera a vivir con él para que yo pudiera hacer esa parte de PH sin preocupaciones.
Así sucedió y parecía que todo iba bien.
Un día vino a visitarme con mi hermano Gabriel y le vi contento, aunque yo le echaba mucho de menos y me costaba estar separada de él, pero sabía la importancia que tenía para mí hacer bien PH y curarme de mi terrible enfermedad.
Y digo terrible con toda la fuerza de la que soy capaz, porque la heroína roba la vida y no hay nada más terrible que los ladrones de la vida.
Yo intentaba hacer todo lo mejor posible, aunque me costaba mucho.
PH es muy duro, no solo como terapia sino también porque supone estar fuera de casa.

La tercera parte se vive en un piso de Indautxu, con un cuarto propio y con algunos compañeros que ya están en esa fase y de vez en cuando se sale a la calle.
Para entonces, los que han llegado a esa etapa ya están llevando grupos a los principiantes que van al centro de Deusto.

Llevar los grupos me gustaba.
Les exigía bastante, porque si yo había sido capaz de cumplir las reglas, ellos también podían.
También trataba de ayudarles, pero no me gustaba que me mintieran.
Al mediodía volvía a Indautxu, a veces teníamos grupos terapeúticos, pero cada vez menos.
Por la tarde tenía libertad para ir a tomar un café o dar una vuelta.
Me daban un poco de dinero semanal del que debía rendir cuentas:
Autobús, café, tabaco y poco más.

Un día, cuando ya me faltaba poco para terminar PH, me llamó mi hijo y me dijo que por favor fuera a casa, que estaba muy triste, que se sentía solo, y cosas por el estilo.
Yo sabía que para mi era muy importante terminar PH, así que le dije que tuviera paciencia, que pronto iría a casa para estar siempre con él.
Él insistía y yo intentaba no emocionarme porque tenía ganas de llorar.
Mi niño siempre había sido fuerte y yo siempre había estado ahí cuando me había necesitado, pero esa vez me mantuve inflexible, porque sabía que debía quedarme en Indautxu.

Vino el director y me dijo que si quería, que me fuera, pero yo fui dura, no quería meter la pata, necesitaba terminar lo empezado, así que con todo el dolor de mi corazón, le dije a mi hijo que en ese momento no podía ir, pero que iría muy pronto.
Así fue,
No creo que tardé ni cuatro semanas en terminar PH con felicitaciones por mi trabajo.
La vuelta a casa fue causa de una felicidad sin límites.

Poco a poco volvimos a recuperar la convivencia y más tarde, vinieron mis hijos mayores que estaban estudiando en EEUU.









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