viernes, 12 de enero de 2018

DOS MIL TRECE









Después de tantos días de lluvia intensa, con ríos a punto de desbordarse y un frío tan desagradable, he preferido no salir de casa salvo para lo imprescindible, por lo que agradezco mirar por la ventana y ver el cielo soleado.
También pienso con alegría, que esta casa que está en una parte alta de Getxo, no se inundará aunque rebose el agua en las calles y el mar suba por las cuestas, hasta la avenida de Basagoiti.
Ya sé que no se debe decir “de este agua no beberé”, pero yo vivo tranquila, que es de lo que se trata.
Ya he pasado por una inundación en Las Arenas, un fuego cercano en Malibu Ca. y el viento que se llevó el tejado en Alkiza, Guipuzkoa.
Eso en lo referente a las casas.

Ahora vivo en un piso sencillo, sin pretensiones de ninguna clase, que se estira y se encoge según las necesidades.
Mis hijos se acoplan bien a los acontecimientos y yo, que soy la más exigente, tengo un cuarto encantador, con su cuarto de baño, como si fuera un apartamentito, en el que puedo aislarme tanto del mundo exterior, como del interior (me refiero al resto de la casa, cuando coincidimos todos, lo cual rara vez sucede).

Ahora estamos solas Beatriz y yo.
Ambas somos independientes, ordenadas y nos gusta el silencio.
Pronto volverá Jaime de Bali, ya que pasa los inviernos allí, porque detesta el frío y surfea.
Jaime es encantador, le gusta charlar, suele tener información privilegiada y alegra la casa.
Siempre está dispuesto a hacerme un favor y aunque a veces me riñe por no saber taquigrafía, no me importa.
He intentado en varias ocasiones aprender eso que parece que se nace sabiendo, pero no lo he conseguido, a pesar de haber hecho unos esfuerzos sobrehumanos, levantándome los sábados a las seis de la mañana para ir a clase a Santa Mónica, cuando vivía en Malibu.
También tomé clases en Algorta, en una academia que se llamaba La Tecla y no lo conseguí.
Pertenece a ese tipo de materias que han podido conmigo.

Me pasó lo mismo con la Perspectiva o Descriptiva, ni siquiera recuerdo el nombre, cuando estudiaba Bellas Artes.
Tuve que repetir el último curso solo por esa asignatura, a pesar de ir a una academia en verano y tomar clases privadas con Don Luis Ignacio Arana, que era catedrático en la Escuela de Ingenieros de Bilbao, no conseguí aprobar, hasta que al final, de mala manera, metí un examen que me hizo un compañero de clase.
Estoy segura de que el profesor lo sabía, pero se hizo el tonto y me puso un notable.

De la misma manera que soy tozuda para conseguir lo que me apetece, si mi cabeza se pone terca y dice que no, no tengo arreglo.
Algo parecido me pasaba con el golf.
Mi ex marido estaba empeñado en que jugara al golf, pero a mi no solo no me gustaba nada, sino que yo tampoco le gustaba a él, por lo que por más clases que diera y por más que lo intentara, nunca conseguí hacer una vuelta decente.
Durante una temporada tomé clases con Carlos Celles, que era el mejor profesor de La Galea y he de reconocer que con él mejoré bastante, pero en un campeonato en el que iba bien, caí en un bunker y necesité diez y seis golpes para sacar la bola por lo que, la que iba a ser la vuelta de mi vida, que tal vez hubiera despertado mi entusiasmo, resultó una decepción mayor.

Al día siguiente, cogí un bastidor tamaño paisaje, unos colores, la paleta, dos o tres pinceles y un trapo y me fui al campo a pintar del natural.
Volví a casa contenta.


Había vuelto a mi hogar, a mi hogar verdadero.








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