jueves, 4 de enero de 2018

DOS MIL CINCO








Ayer vi una película de Larraín, que me impresionó.
Ni siquiera había oido hablar de ella pero revisando lo que ofrecía Filmin, tenía una crítica tan buena que, a pesar del sarcasmo, violencia, oscuridad y demás atributos y horrores que le achacaban, me decidí a verla, de lo cual me alegro porque considero que es magnífica, a pesar del shock que me produjo, me enseñó y me hizo pensar.
No se la recomendaría a nadie o a casi nadie.
Se llama “El Club”.

El día anterior vi “Pieles”.
Tampoco se la recomendaría a nadie pero a mi me hizo recapacitar y recordar las épocas en las que he visto al mundo desde otras perspectivas y he sentido lo poco que interesamos los enfermos, los cojos, los deformes, los desgraciados, los que tienen problemas…
Yo he visto el mundo desde una silla de ruedas y lo veía diferente que cuando calzaba tacones de aguja.

He vivido en EEUU y he comprobado que, a pesar de que no hay clases sociales como en Europa, el racismo es brutal, aunque difiere si el mejicano o el negro que aparece por allí, tiene dinero.
El dinero arregla casi todo.

Ver buen cine es uno de mis placeres favoritos.
A veces, incluso si la película no es buena pero me entretiene, también me compensa.

También me gustan las series.
He visto algunas magníficas, creo que cada vez ponen más interés en hacerlas mejor.

Esta semana que estoy de vacaciones, la estoy dedicando a hacer solamente lo que me apetece y estoy aprendiendo mucho.
Entre la lectura, el cine, las series e internet, me estoy poniendo al día.

Algo que me gusta de una manera salvaje es no tener nada que hacer.
Saber que tengo todo el tiempo del mundo por delante.


Podría hacerlo, pero sé la importancia que tiene para mi ir a Pilates y al dentista y a la clase de escritura y a Madrid cuando tengo que ver al doctor Álvarez de Mon y a Bilbao a ver exposiciones y sobre todo a sacar fotos, que es uno de mis placeres favoritos.








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