miércoles, 30 de noviembre de 2016

CIENTO DOCE








He salido de casa con la intención de comprarme unas rosas de pitiminí, en una tiendecita que abrieron en las Arenas hace un año más o menos.
Está en la esquina de Las Mercedes con Bidearte.
Paso por ahí dos días a la semana, porque en el portal de al lado tengo la clase de Pilates.
Antes había una especie de droguería antigua, dejada de la mano de Dios, que llevaba años tratando de liquidar las reliquias que quedaban.

De repente apareció una tienda muy mona, recién pintada, con muchas plantas y el nombre de la dueña: Beatriz
Era una chica muy simpática que había sido jardinera.
Rosalía, que es la hija de Pizca, me regaló un olivo el día de mi cumpleaños y así conocí a Beatriz.
Ella me asesoró sobre cómo debía cuidarlo, le cambió el tiesto al olivo y me aconsejó que lo talara a menudo, para que engordara el tronco.
También me dijo que lo regara bastante.
A veces, si llegaba pronto a la clase de Pilates, entraba en la tienda para ver las plantas de temporada y charlar con Beatriz, sobre el tema que a ambas tanto nos gustaba: la jardinería.




Cuando hice voluntariado en Los Ángeles me dedicaba a la jardinería.
Al principio me ocupaba de hacer zanjas, compost y asuntos duros, pero a medida que iba aprendiendo me adjudicaban responsabilidades, hasta que me hicieron encargada de las rosas, que no estaban nada sanas.
Me compré un libro, estudié y a pesar de que en aquel jardín, todos los productos que se utilizaban eran orgánicos, comprobé que para conseguir que desapareciera el pulgón, no me quedaba más remedio que usar un spray químico.
Lo llevé a escondidas y en una semana conseguí que las rosas tuvieran otro aspecto.
Reconozco que hay veces en que me tomo la justicia por mi mano.
Antes de ocuparme de las rosas, había sido testigo de los bichos que las enfermaban y de que era imposible que desaparecieran con esos productos tan suaves.
Malibu tiene un clima maravilloso en el que las rosas crecen sin dificultad, pero cuando entra el pulgón, hay que tomar decisiones drásticas.

Al cabo de unos meses las rosas se pusieron preciosas y la gente me felicitaba por el trabajo realizado.
Yo daba las gracias un poco avergonzada.




Pues bien, justo hoy cuando me he acercado a la tienda de Beatriz para comprar las rosas de pitiminí, he visto con tristeza que un cartel de “se alquila” daba a entender que el negocio de las plantas había fracasado.
¿A donde podré dirigirme para encontrar unas rosas de pitiminí?








martes, 29 de noviembre de 2016

CIENTO ONCE







Si algo detesto en este mundo son las banderas, porque separan y alimentan la distancia entre los seres humanos.
Solo me interesa la bandera blanca, que simboliza la paz.
¿Por qué nos cuesta tanto darnos cuenta de que todos estamos en el mismo barco?


Hace años, cuando conocí a Pizca, ella repetía que todos somos iguales y yo no lo entendía,
hasta que me lo explicó de tal manera, que lo comprendí con claridad y nunca lo he olvidado.
Me dijo que éramos como la miga de pan, que antes de meterla en el horno, todos los pedacitos son iguales y al sacarlos cada uno tiene una forma diferente, unos están más tostados y otros más abultados, mas en definitiva, están hechos de lo mismo.

Lo mismo sucede con los seres humanos.
Todos tenemos un corazón que siente y padece, nadie es de piedra aunque algunos intenten parecerlo.


Mentiría si dijera que no tengo preferencias, al contrario, tengo muchas y muy marcadas, elijo a las personas con quien tengo afinidad y con las que me gusta conversar y compartir mis asuntos, no obstante he conocido a mucha gente de distintos lugares del planeta y he comprobado que a todos sin excepción, nos gusta que nos traten con amor.






lunes, 28 de noviembre de 2016

CIENTO DIEZ








Lo bueno de estar enganchada al ordenador es que me gusta tanto que no tengo la sensación de trabajar, no me da pereza sentarme y me produce gran satisfacción.
Por otro lado exige estar despierta, ya que constantemente introducen elementos nuevos y para estar al día requiere una paciencia infinita.
Todos mis dispositivos se han actualizado de repente y todavía no sé manejarlos, ya aprenderé.
Haré todo el esfuerzo que sea necesario.

Mis hijos mayores aprendieron a utilizar un ordenador al mismo tiempo que yo, más o menos y sin embargo, para ellos es como para mi escribir con lápiz en un cuaderno.
A mi todavía me cuesta.

Odita,tiene sies años, a los dos ya tenía su propio iPad y lo manejaba sin problemas, así que hoy en día, cuando le dejo hacer videos con mi iMac, sin que nadie le haya enseñado, sabe perfectamente lo que tiene que hacer y si estamos las dos juntas, es ella la que me explica a mi, si es necesario.
No ha necesitado que nadie le muestre cómo manipular los aparatos, ha nacido sabiendo.



Mis mejores amigas, Pizca y Rosa sin espinas, no solo no tienen ordenador ni el menor interés en el asunto, sino que ni siquiera son capaces de mandar o recibir un WhatsApp.

Es más, he observado que aunque ambas tienen móviles como el de Vilma Picapiedra, Pizca marca los números que sabe de memoria y la rosa sin espinas, cuando tiene que hacer una llamada, saca de su bolsillo disimuladamente una libretita, en la que mira el número antes de marcarlo.
Podría parecer que están en la inopia, pero nada más lejos de la realidad, puesto que ambas son personas de gran categoría, respetuosas, cultas y conscientes de que mientras estén respirando no necesitan aparatos externos.
Nunca se enfadan y siempre están de buen humor, es un auténtico placer estar con ellas.





He comido con mi sobrino Manolo en Heidelberg, un sitio de Las Arenas donde se come muy bien.
Está encantado con Trump.
Hay algo entre él y yo que va más allá de nuestras respectivas ideologías.
Es muy sencillo: nos queremos.

Su padre era mi hermano pequeño y siempre estuvimos muy unidos.
Cuando yo vivía en Los Ángeles me llamó Beatriz para decirme que se había muerto.
Le habían pegado un tiro en la espalda.








domingo, 27 de noviembre de 2016

CIENTO NUEVE







¡Que agradables son los fines de semana!
Días tranquilos, sin obligaciones de ningún tipo, con todo el tiempo para dedicarlo a lo que me apetece, leer, escribir, meterme en FB, actualizar mis blogs, enterarme de lo que hacen mis amigos de todas partes del mundo

Uno contempla pájaros en Hawai, saca fotos y las publica.
Me ha hecho gracia, porque hoy hablaba de que incluso las cosas corrientes de cada día pueden tener su encanto y ponía una foto de un pájaro negro con la cabeza roja, precioso y exótico, que para él era como para mi un gorrión y aquí sería difícil ver un pájaro así, tal vez en lo alto de un monte, no lo sé.
En su caso, el pájaro estaba en el jardín de su casa.




Mucha gente habla de Fidel.
La mayoría de mis amigos de FB que son de mi estilo, hablan bien, son capaces de apreciar todo lo bueno que hizo, en vez de fijarse en lo desacertado.


Al principio, cuando me metí en FB, me pasó algo curioso.
A medida que yo iba exponiendo mis ideas cercanas a la izquierda, notaba que me dejaban de seguir los de derechas, de modo que ahora, la mayoría de la gente con la que estoy conectada, piensa como yo en mayor o menor medida y eso me gusta, porque detesto discutir.

Mi familia es muy pepera y cuando vivía mi madre, yo nunca hablaba en las comidas familiares ya que por un lado el respeto a ella me lo impedía y por otro, resulta duro encontrarse sola ante el peligro.
Pero ahora que ella no está, ya he dejado claro que soy podemita y, afortunadamente mis hermanos no ponen el grito en el cielo.
Menos mal, porque yo no sabría explicar por qué pienso de esa manera, es un feeling que no sabría razonar.


Mi hijo el pequeño es marxista teórico y está muy documentado.
A veces me explica cosas que me parecen excesivas y sobre todo imposibles de imponer en la sociedad actual, sería demasiado radical.
Un día me dejó un libro resumido de “El capital” y empecé a leerlo, pero no solo no entendía nada sino que tampoco me interesaba.


Hasta que empecé a ver a Pablo Iglesias en la Sexta, hace ya años, no me incumbía la política ni los políticos, ni les entendía ni me gustaban sus ideas, pero cuando empecé a oír la voz suave de Pablo, tan informado y explicando los asuntos con claridad, me empecé a interesar y ahora, aunque grita más que los demás, ya es demasiado tarde para pensar en otro partido.
También me gustan Íñigo Errejón y Alberto Garzón.
Aprendo con ellos.
A veces veo los videos de la Tuerka y las entrevistas que hace Pablo y poco a poco voy entendiendo algo.

Platón decía que los que no se ocupan de la política, son “idiotas” y yo no quiero ser idiota, así que a mi manera, sin profundizar demasiado, escuchando las tertulias de la radio que me gustan más que las de la televisión, voy sabiendo lo que es más afín a mi.








sábado, 26 de noviembre de 2016

CIENTO OCHO







Ayer empecé a ver la serie sobre la reina de Inglaterra y me mantuvo hipnotizada.
Ha llegado un momento en el que las series están tan bien hechas y se puede aprender tanto, que casi apetecen más que las películas.




Ha muerto Fidel Castro.
Descanse en paz.




Hace años me traté con Cecilia, una mujer argentina que vivía en Algorta y hacía una terapia que en inglés se llama rebirthing y más o menos consiste en recordar vidas antiguas para comprender la actual.
Cecilia sabía mucho y me ayudó a entender y aceptar algunas cosas que me resultaban extrañas, sobre mi propia vida y mi familia.
Tal vez lo que más recuerdo es que en una ocasión me preguntó a ver en qué tipo de ambiente me gustaría vivir.
Y le expliqué como pude, que para mi era importante que el nivel cultural fuera alto, que no se diera importancia a los asuntos superficiales y algo más, que ella interpretó y llegó a la conclusión de que yo sería feliz en Cuba.
Se me quedó grabado y sin embargo todavía no he tenido la ocasión de ir allí, a pesar de que es un lugar que siempre me ha atraído y mucho más desde que Cecilia me lo dijo.

En una ocasión en que fui a una conferencia de Prem Rawat, una amiga cubana que vive en Miami me invitó a pasar unos días en su casa, que estaba en La pequeña Habana y pude comprobar que los cubanos son muy cultos y amigos de la conversación.
La comida era muy buena.


La mujer cubana no tiene reparos en estar rellena, ella enseña sus brazos y sus piernas, solo quiere sentirse cómoda y vivir con alegría.


Respecto a la medicina, a la mamá (sic) de mi íntimo amigo venezolano Manuel Vicente, cuando tuvo depresión la llevaron a Cuba y en unos meses volvió como nueva.

Él mismo me contó que de joven había tenido la ocasión de asistir a un discurso de Fidel que duró cuatro horas y le resultó tan interesante, no se aburrió ni un segundo.


Me alegro de que haya muerto Fidel.
Siempre me alegro de que se mueran las personas mayores que están enfermas y deterioradas.
Fui testigo de la larga agonía de mi madre.
Estaba tan cansada de vivir y lo estaba pasando tan mal que cuando me acercaba a ella y le preguntaba:

¿Qué quieres mamá?

Contestaba, haciendo un gran esfuerzo para hablar:

Morirme.









viernes, 25 de noviembre de 2016

CIENTO SIETE








Ayer, haciendo un esfuerzo extraordinario, conseguí ir a la clase de natación de los jueves.
Para que me resultara más fácil, me puse el traje de baño en casa.
Me quedé contenta porque nadé bien y Virginia, la profesora, no me exigió demasiado.

Al volver a casa vi el último capítulo de “El joven Papa”.
La serie, en conjunto me tuvo fascinada al principio mas considero que a partir de la mitad decae, aunque bien es verdad que tiene momentos gloriosos y Jude Low borda su papel.
Da gusto ver a un papa tan joven y guapo, tan bien vestido, fumando, rodeado de cuadros impresionantes y de un ambiente tan refinado.



Hace tiempo, tal vez años, que miro a mi alrededor y me siento perpleja, al ver cómo se derrumban las ideas altruistas que intentaron inculcarme cuando me educaron.
Tanto en mi familia como en los colegios a los que me mandaron interna, se daba por hecho que solo le religión católica era la verdadera.
Me costaba creérmelo, pero tenía cosas más importantes en las que pensar.



Tardé bastante en hacer un pecado mortal, más que nada porque me habían metido tanto miedo en el cuerpo, que pensaba que se me iba a notar y no quería pasar vergüenza, así que me costó traspasar esa barrera, pero cuando me decidí a transgredir lo que resultaba un estorbo en mis apetencias, comprendí que había sido engañada y sentí un alivio inmenso.
Se abrió la puerta de la libertad.
Sentí que me habían hecho perder un tiempo precioso, que habría empleado con sumo gusto en disfrutar de los placeres que ofrece la vida a una chica joven y bonita con ganas de divertirse, con unas ganas locas de experimentar todo lo que la vida ofrece a los incautos. 
Y digo bien incautos, porque a la sazón, además de católica practicante, había leído tanta literatura francesa, que me creía que era un personaje de “Climas” de André Maurois que es uno de los escritores del que más influencia recibí, presumo.

Por lo menos tuve la suerte de que la pintura ocupaba un lugar preferente en mi vida, no obstante el amor humano que tanto ensalzaba Maurois, competía con mi amor a la pintura que exigía de mi tomar decisiones dolorosas a veces.



Necesité tiempo y muchas meteduras de pata para poner orden en mis prioridades.
Trabajé duro y hoy en día reconozco que he dado grandes pasos.
Ya no soy aquella niña ingenua, romántica y engañada que salió de un internado francés con ganas de comprobar si era verdad todo lo que le habían enseñado.


¡Bendita educación!






jueves, 24 de noviembre de 2016

CIENTO SEIS








Ahora me encuentro tan bien que me olvido de las citas con los doctores e incluso a veces de tomar la medicación.
Hasta hace poco, nunca dejé de ir a una consulta médica ni de tomar una pastilla.
No me preocupa porque lo considero buena señal.
He empezado a usar post it, eso papelitos amarillos que se pegan por un lado y los ponen en las oficinas y en las neveras.
No me gustan pero funcionan.
Imposible olvidarme.


Estoy harta de médicos, hospitales, farmacias y ambulatorios.
El Doctor Álvarez de Mon calculó que en seis meses podré librarme de todo eso, con la condición de que nade tres veces por semana.
A ver si es verdad.
De todo lo que hago lo que más me cuesta es ir a nadar, y digo bien, ir, porque cuando ya he preparado la bolsa y me meto el coche y llego al vestuario, empiezo a encontrarme contenta de haber hecho el esfuerzo.
Reconozco que me sienta muy bien y que me gusta ver cómo mejoro.
Fue una buena idea tomar clases, porque nadar por nadar me resultaba aburrido y carecía de aliciente.


Siempre he nadado en mayor o menor medida e incluso tomé clases y me presenté a un campeonato cuando tenía veinte años, en el que quedé la última.
Ahora es una especie de asignatura pendiente porque ya había olvidado lo que aprendí.

Desde la última vez que me rompí la pierna no he podido ir a playas ni piscinas, he estado más muerta que viva y ahora todo es nuevo para mi.
El pasado verano fui algunos días a la playa de Plencia que se ajusta a mis necesidades.
Disfruté mucho y empecé a sentir la alegría de vivir al aire libre.

Aun así, hoy en día todavía me gusta estar en casa, me siento protegida.
Todavía me asusta la calle, me puedo caer, puedo cansarme y otros casos que no deseo imaginar.

Estoy terminando de leer “El mar” de John Banville, recomendado por el profesor de escritura.
Me ha gustado, está bien escrito y es delicado, aunque la traducción deja bastante que desear.
Además hay millones de palabras que no entiendo que son rebuscadas y no demasiado bonitas pero eso no impide que intente buscarles el significado.

Soy una curiosa impenitente.





miércoles, 23 de noviembre de 2016

CIENTO CINCO








Tengo la sensación de que Beatriz trabaja demasiado.
Es tan disciplinada que a veces considero que se esfuerza más de la cuenta y la veo con una carita de cansada que no me gusta.
Se lo comento y dice que no, que trabaja lo normal.
Discutir con ella no llevaría a ningún lado porque nació con una voluntad de hierro y no ha hecho más que desarrollarla.
Cuando era pequeña ponía el despertador a las cuatro de la madrugada para estudiar y yo le decía:

Beatriz por favor, no estudies tanto.

Y no me hacía caso, seguía estudiando.
Parecía que le gustaba estudiar.
Hasta tal punto estudió, que eligió una carrera bastante difícil, Matemáticas para estadísticas y la hizo en California, o sea, en inglés, mas difícil todavía y terminó magna cum laude.
Sus profesores vieron que tenía tanta facilidad para los números que le insistieron para que siguiera en ese campo, pero en cuanto terminó la carrera, le dejó de interesar y ahora es profesora de golf en la escuela de Celles, Derio, y está feliz.

Nunca he necesitado apoyar a mis hijos en sus estudios o trabajos, siempre han hecho lo que han querido.
Al pequeño, que estudió BBAA en Londres, a pesar de que está en un campo que se supone que conozco, él está tan avanzado en el arte contemporáneo que por mucho que lo intente, nunca llego a alcanzarle, lo que no impide que tengamos un entendimiento cercano.




Hace unos días se me acercó Jaime.
Quería contarme algo especial.
Me dijo que hasta hace unos meses siempre había creído que éramos una familia anormal.
No obstante, empezó a fijarse en los demás y se dio cuenta de que había hijos enfadados con sus padres, hermanos que no se hablaban y relaciones familiares tensas, mientras que en nuestra casa vivíamos tranquilos.
Se sentía agradecido.

Es verdad que les he educado en libertad pensando que cuando tuvieran que responsabilizarse de algo importante, sabrían hacerlo.
Me equivoqué.
Estando yo con la pierna y la clavícula rotas, inmovilizada y con mucho dolor, no fuero ellos quienes se ocuparon de mi, sino mi hermano Gabriel, que a pesar de tener diez hijos y muchos nietos, se daba cuenta de que mi situación era insostenible y me ayudó.





martes, 22 de noviembre de 2016

CIENTO CUATRO








Supongo que tendría unos veinticinco o veintiséis años cuando empecé a oír el tipo de música que me acompañaría el resto de mi vida.
Me quedé intrigada cuando oía a Graham Nash repetir:
Be yourself free yourself, Be yourself free yourself…

No sabía lo que significaba ser una misma y se lo preguntaba a mis amigos que parecía que lo entendían perfectamente, no obstante eran incapaces de explicármelo y durante mucho tiempo seguí sin entenderlo, hasta que empecé a prestarme atención y supe diferenciar lo que realmente me apetecía, de lo que hacía para complacer a los demás.

A través de los discos que escuchaba constantemente, empecé a atender a mis intereses, a lo que me complacía y poco a poco me fui volviendo independiente y ya no le seguía al que era mi marido, sino que empecé a estudiar la carrera de Bellas Artes, ya que tuve la gran fortuna de que empezó en Bilbao en ese momento que tan bien me vino, puesto que ya estaba casada y con hijos.

Entre los discos, la escuela de BBAA y la gente nueva y moderna que iba conociendo, fui formándome una idea no demasiado exacta de lo que significaba ser una misma, aún así, siempre mejor que cuando ni siquiera sabía que existía esa posibilidad.

Lo que más me ayudó a centrarme en mis propios intereses fue la conexión con el hachis.
Desde la primera vez que fumé un porro supe que me gustaba.
Me sentó muy bien, me abrió las puertas de la percepción y mi vida cambió.
No todo era de color de rosa, porque estaba prohibido y todavía no era algo que se conociera de manera general, por lo que todo se hacía a escondidas.
Al decir “todo” me refiero a comprarlo y fumarlo.

Reconozco que me encantaba, fue la primera vez en mi vida que encontré algo que realmente me abría la cabeza y me hacía disfrutar de la vida desde el placer.
Perdí el miedo a mi madre y empecé a pasármelo bomba.
Conocí gente interesante.
Solía ir a Biarritz a comprarlo.
Mi amiga Cala tenía allí un apartamento y recuerdo que fue una época de mi vida muy divertida.
Mi matrimonio iba de mal en peor, pero no me importaba.
Mi vida tenía grandes alicientes, todo era nuevo y me prometía paraísos artificiales, que me hacían olvidar la frustración que me causaba un matrimonio en el que había puesto todos los huevos de mi canasta.


Las drogas me ayudaron a salir de un círculo en el que de otro modo no creo que habría sido capaz de tomar la decisión de abandonar, ya que aparentemente me ofrecía seguridad, frente a un mundo que me habían hecho creer que era infernal y en el que yo no tenía cabida.

No es que crea que las drogas sean buenas o malas sino que en mi caso tuvieron un efecto beneficioso porque me despertaron.


Decir lo contrario sería negar la evidencia.






domingo, 20 de noviembre de 2016

CIENTO TRES








Parece mentira lo que pueden dar de sí, dos días en Madrid.
Tengo la sensación de haber vuelto de un viaje.


Lo más importante que era la consulta con el doctor Álvarez de Mon, resultó más fructífera de lo habitual, que ya es decir, porque es tal su perspicacia que va descubriendo detalles que solo él es capaz de encontrar.
Posee un extenso conocimiento de la medicina, que amplía constantemente con el estudio y la investigación.
No tengo intención de entrar en detalles sobre los problemas que me aquejan, porque he comprobado que solo a mi me interesan.
No obstante si diré que estoy contenta y que espero que de hoy en adelante, mi salud mejorará más deprisa.



El sábado por la mañana fui al Reina y vi dos exposiciones extraordinarias.
Tenía verdades ganas de ver la obra de Marcel Broodhaers en vivo, ya que solo la conocía por internet.
Produce una sensación especial de repente ver en directo las piezas que tantas veces había contemplado en la pantalla de mi ordenador.
Cambian los colores, el tamaño, la ocupación en el espacio y sobretodo esa vibración que emana de las obras de arte, que es equiparable al carisma en las personas.

Me mantuve alerta, paseándome por las múltiples salas en las que se desarrollaba la retrospectiva de Broodhaers, ya que no quería perderme ni un detalle puesto que el mínimo elemento, puede albergar un algo especial que ayude a entender la obra.

Fue una sorpresa constatar que ya habían inaugurado la expo de la francesa Anne Marie Schneider que, aunque aparentemente era muy diferente a lo que acababa de ver, a medida que iba recorriendo las paredes repletas de dibujos mínimos, delicados y llenos de intención, algo en mi sintió que en un lugar profundo, ambas exposiciones expresaban asuntos que en mayor o menos medida, nos atañen a todos los seres humanos.



Resumiendo, disfruté y una vez más agradecí haber ido a Madrid que, como de costumbre, ardía en fiestas.
Hay tal bullicio ambiental, tanta alegría en las calles y la gente es tan simpática que, para una persona como yo, que lleva una vida tranquila en un pueblo de provincias, resulta estimulante saber que existe vida más allá de nuestro serio Bilbao que, aunque ha cambiado y ya no es el de Unamuno, ni el de Juan Carlos Eguillor, yo no soy capaz de describirlo, porque a pesar de haber nacido y vivido allí años importantes, de los que guardo un recuerdo maravilloso y todavía lo disfruto cuando me acerco para ver las exposiciones del Guggy, no creo que pueda hablar con conocimiento del Bilbao actual.