martes, 19 de julio de 2016

UNO









Relaciono la idea de escribir un diario, con un libro de hojas blancas que me regalaron cuando era pequeña y tenía un candado.
El candado era lo que más me atraía del diario.
La sensación de escribir mis secretos y de que nadie tuviera acceso a ellos, me complacía en extremo.

Por motivos que no recuerdo, al empezar a pintar al óleo, dejé de interesarme por los diarios.

Me parecía fascinante estar en posesión de una tarea que elevaba mi espíritu y me permitía ensimismarme.
Y no solo eso, sino que sin ser demasiado consciente, algo en mi interior sabía, que había dejado una huella de mi paso por la tierra.

Pasaron los años y hubo momentos en que no conseguía conectar con las musas de la inspiración y para consolarme, escribía y escribía.
Mañanas enteras llenando cuartillas, tratando de desahogarme y de expresar mi abatimiento.
La falta de inspiración era causa de inmenso dolor para mi.

Hoy en día no puedo quejarme.
Estoy conectada, he perdido el miedo.
No vacilo.
Sé, me consta, que todo lo que necesito está dentro de mi y se manifiesta en el momento preciso.
Y esta experiencia, es aplicable a todas las esferas de mi vida.

Cuando me rompí la pierna en el año 2008 y los huesos se negaban a soldarse, comprendí y acepté que ya no eran tiempos para dedicarme a la pintura al óleo, así que ni corta ni perezosa, me senté delante del ordenador y me puse a escribir.

Ya en su día, cuando Oteiza dejó la escultura y habló del placer que le proporcionaba poder crear tan solo con un papel y un lápiz, la idea se me quedó grabada y a veces me venía a la cabeza.
Casi todo lo que me decía Jorge se me grababa.
No solo era un artista genial sino que además estudiaba, reflexionaba, pensaba, dedicaba su tiempo a la investigación y conseguía llegar a conclusiones, que facilitaban el camino a los que estábamos a su alrededor.
Agradezco a la vida que me haya dado la oportunidad de conocer a personas extraordinarias, a las que escuchaba en respetuoso silencio, porque así aprendía.
En realidad, lo único que de verdad me interesa, aparte de la vida en si misma, es el conocimiento.
Detesto la ignorancia.

Mi afán por saber es más grande que yo misma, me desborda.

Es algo tan innato en mi que soy capaz de sacar maravillas de mis propios defectos.
Uno de ellos, quizás el que más me caracteriza, sea la terquedad.
Es bastante pesado para mi y me temo que para los que me soportan, porque a veces me transformo en una especie de martillo que no cesa de trabajar.
Me empeño en algo y hasta que no lo consigo insisto e insisto.
Para los asuntos que no me convienen, se convierte en una pérdida de tiempo, no obstante cuando lo que deseo es algo bueno y lo consigo, la satisfacción que se deriva es plena.
Encuentro en mi, un extenso campo lleno de tesoros por descubrir.
Tal vez escribir un diario sea la forma adecuada, ahora que he alcanzado una edad madura, de mirar hacia dentro y tratar de poner en practica lo que voy aprendiendo en el maravilloso camino de este regalo que es la vida.

Como decía Goethe: El propósito de la vida es la vida misma.

Estoy de acuerdo con él.