viernes, 5 de enero de 2018

DOS MIL SEIS









A pesar de que en términos generales mis nervios se han calmado bastante, hay un tema que todavía me puede:
La informática.
Casi me da vergüenza cuando hablo con los de Apple, para que me ayuden a configurar algo o a arreglar algún entuerto, la torpeza que demuestro, no solo mental, sino también física, ya que se me cae el teléfono y se me borra la pantalla y me siento como lo que soy:
Una vieja que se quiere hacer la moderna y ya es un poco tarde para avivar mi ingenio.
¡Con la letra tan bonita que tenía cuando estaba en el colegio!

Tengo la sensación de que todavía estoy anclada en el siglo XX, hay algo en mí que todavía no se ha enterado de que estoy en el año 2018, es como si todos estos maravillosos años que han sido los mejores de mi vida, hubieran pasado a la velocidad del rayo.

Lo bueno es que sé, estoy segura, de que lo único importante es vivir en el momento y ahí pongo toda mi atención.

Yo pensaba que la vejez llegaría poquito a poco, con síntomas esperados como la presbicia que me llegó a los cuarenta y cinco años y me molestó, pero por lo menos ya estaba avisada.
Lo malo ha sido que lo demás, esa sensación de lentitud tanto mental como física y una especie de pereza y torpeza para hacer una vida activa, me vino de repente, cuando me rompí la pierna por segunda vez y luego los cirujanos me la volvieron a romper y creo que cogí un virus en el hospital y desde entonces no levanté cabeza.


Ahora me encuentro bastante bien, no me quejo, pero ya soy una persona mayorcita, a la que le gusta estar en casa, cuidarse y no le apetece meterse en la piscina.

Lo bueno que tiene llegar a mi edad, es que ya sé lo que quiero y difícilmente me dejo engañar o manipular
Vivo tranquila, mis hijos vienen y van y disfruto cuando están y también cuando se van.

Mi existencia es muy agradable, sencilla y sin pretensiones.
Agradezco lo que tengo y acepto lo que la vida me trae.

Me gusta estar con personas mayores, suelen tener más limados los egos.

Procuro no estar con gente orgullosa, porque si salta mi soberbia, me hago verdadero daño.

Recuero a una señora muy elegante a la que conocí en Elizondo, en el psiquiátrico, que me decía:

¡Que bonito y  sencillo debe ser estar al cargo de la portería de un convento!
¿No te has fijado que a las hermanas porteras nadie las mira ni casi las conocen?
Esa manera humilde de vivir me gustaría para mi.

Me hizo recapacitar y a veces me viene a la cabeza.
Yo nunca he sido más feliz que cuando me he sentido humilde.

Muy pocas veces, las puedo contar con los dedos de una mano, pero voy tras ello.






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