sábado, 15 de abril de 2017

DOSCIENTOS CUARENTA Y OCHO







Otra maravillosa excursión por los pueblos de Vizcaya, campo y costa.
La idea primitiva era ir a Gorocica, pequeña población que data del siglo XIV y consta de una iglesia con algunos caseríos a su alrededor y otros dispersos por las faldas del monte Bizcargui.
Es un lugar precioso, con unas vistas maravillosas y tiene un asador encantador a donde íbamos hace años.
Teníamos ilusión de volver, pero al llegar allí se me cayó el alma a los pies, estaba lleno de coches.
Nada estropea más un paisaje bucólico, que los coches puestos de cualquier manera en medio del campo como estaban allí, apelmazados, hasta en el claustro de la iglesia de santa María.

Rosa quería quedarse, pero yo, que soy la que tengo que aparcar, dije que mejor nos vamos a Guernica, ya que “Boliña el viejo” es el mejor restaurante del mundo y cuando desaparezca, será imposible encontrar algo ni remotamente parecido.
Atravesar la puerta de ese santo lugar es entrar en el umbral de la historia.
Otra dimensión.
A juzgar por la, llamémosle decoración del local, las bombas no hicieron mella.
Se conserva intacto.
Todo permanece en sus sitio.
Primero hay un bar con los clientes de todos los días, que envejecen con el lugar.
Al pasar al comedor, la dueña nos recibe y nos deja sentarnos donde queramos, ya sabe que nos gusta el segundo espacio.
Ocupamos nuestra mesa preferida y aunque nos traen la carta, ya hemos pensado lo que vamos a pedir:
Croquetas y chipirones de Elantxobe.
Una botella de verdejo con su cubitera y para postre las famosas tostadas de crema.
Todo está tan bueno que comemos en silencio.
Sabemos que de “Boliña el viejo” no harán franquicias y lo apreciamos en toda su valía.

De allí nos fuimos a tomar café a Bermeo, ya que, aunque teníamos intención de parar en Mundaka, resultaba imposible atravesar los coches que estaban estacionados impidiendo las entradas y había tantos que no cabían, me pareció ver coches hasta por encima de las casas.
No sé por qué no se van de vacaciones o a la casa del pueblo como hace la gente de orden.
Yo nunca he tenido pueblo ni segunda residencia ni falta que me hace, porque me gusta volver a mi casa y descansar y ver las fotos en el ordenador grande y ver a mis hijos y poner la lavadora y dormir en mi futón y hacer siempre lo mismo.

Me tomo una umebosi para que me limpie el efecto del vino y me quedo tan contenta pensando en que todavía quedan tres días de vacaciones por delante.

Hablo con Pizca y me cuenta que ha estado toda la tarde viendo la vida de Francisco y me pregunta a ver si voy a ver el Vía Crucis.

Digamos que no estoy en esa línea.

Veo una capítulo de la serie que me tiene hipnotizada y me meto en la cama sin cenar.








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