lunes, 24 de abril de 2017

DOSCIENTOS CINCUENTA Y SIETE







Me gusta decir que soy diarista.
En el fondo no soy demasiado amiga de atribuirme profesiones de ningún tipo, porque de lo único que estoy segura es de que soy un ser humano vivo y sediento de conocimiento.
Lo demás viene y va como las olas del mar.
¿Qué puedo decir a estas alturas de la vida?
He nacido con suerte.
Lo reconozco.
A eso que se llama gracia cuyo significado no académico podría ser “favor no merecido” le llamo
suerte para disimular, porque si dijera que tengo gracia podría resultar petulante y arrogante y no es ese mi caso.
Estoy agradecida porque la vida me colma de favores no merecidos en muchos terrenos, tanto físicos como mentales y elementales.

Sin ir más lejos tengo el ejemplo de mi coche:
Un magnífico Mercedes tipo A.

Cuando pude conducir después de la rotura de mi fémur y de todos los horrores por los que pasé durante años, me di cuenta de que no tenía coche.
Ya ni recuerdo lo que había pasado con el mío, pero enseguida Pizca me dejó el suyo, que estaba en desuso.
Un Polo medio descapotable que funcionaba estupendamente.
No obstante, no me hubiera atrevido a hacer viajes en ese coche porque tenía años, no me ofrecía seguridad.
Tampoco necesitaba irme a ningún sitio ya que en mi estado de convalecencia solo me apetecía andar cerca de casa.

Antes de morir, Carlos, mi exmarido y padre de mis hijos, le regaló su coche a Jaime, que por aquel entonces vivía en Mallorca donde tenía su propio coche, por lo que me dijo que usara el Mercedes y que lo compartiríamos cuando él viniera.
Venía poco y era encantador conmigo, casi siempre se arreglaba con el metro o con Beatriz para que yo pudiera usar su coche.
Al cabo de poco tiempo decidió regalármelo.
Quiso que lo pusiera a mi nombre y yo lo acepté encantada, aunque seguía ofreciéndoselo cada vez que venía.

Poco a poco decidió dejar Mallorca y vino a vivir a Bilbao con todas sus pertenencias, por lo que ahora cada uno tiene su coche y todos estamos contentos.

Lo que he contado es solo un ejemplo de la suerte que tengo.
¿No podríamos llamar a eso un “favor no merecido”?







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