viernes, 14 de abril de 2017

DOSCIENTOS CUARENTA Y SIETE







Nada hay más grande y satisfactorio que pasar el día de Jueves Santo en el campo, con una amiga del alma.
Eso es lo que yo hice ayer.
Recogí a mi Rosa sin espinas en una especie de parada de autobuses provisional que hay en Bilbao y nos fuimos a Markaida directamente, o por lo menos esa era nuestra intención, donde teníamos reservada una mesa en un caserío.
Aunque ya hemos ido unas cuantas veces, nos cuesta encontrarlo, no está fácil y ni mi amiga ni yo tenemos demasiado sentido de la orientación.
Discutimos bastante en el camino, porque si ella me habla con su voz dulce y melosa, me distraigo y me pierdo.
Entonces le digo que por favor no me hable pero ella, que habla bajito y con encanto, no puede creer que yo necesite toda mi concentración cuando estoy conduciendo y sigue hablando hasta que yo me pongo nerviosa.
Ella no se pone nunca nerviosa pero sigue hablando, es incapaz de permanecer callada.
Por fin llegamos a nuestra meta.
En la terraza había mucha gente.
Nuestra mesa estaba dentro, en un rincón, ya nos conocen.
El comedor grande y casi vacío parecía un poco desangelado.
En invierno encienden la chimenea y resulta más acogedor.
Lo mejor de todo, además del sitio, es la comida.
Todos los productos son muy buenos y bien cocinados por la etxekoandre* que es la que se ocupa de la cocina.
El marido organiza las brasas.
Después de comer opíparamente, nos fuimos a dar un paseo entre caseríos y revolucionamos a los baserritarras, que veían asustados como un coche de ciudad se colaba entre sus huertas.
Hasta vinieron en coche para preguntarme por qué sacaba fotos a un caserío abandonado.
Pronto se dieron cuenta de que no somos peligrosas y más o menos nos dejaron en paz.
Al llegar a casa comprobé que había hecho unas fotos preciosas y que parece mentira que a tan pocos kilómetros, haya lugares tan paradisíacos.

Hoy repetimos plan pero nos vamos al Guerniquesado.
Por lo menos esa es nuestra idea.

Ya en su día, cuando me dediqué a pintar caseríos de Uribe Kosta, iba mucho por esos lares sacando fotos de los caseríos antiguos. que luego pintaba a mi manera.
Con esa serie tuve mucho éxito, me los quitaban de las manos.

Vino a mi estudio una señora de París que tenía una casa en San Juan de Luz, me compró un caserío y me mandó una foto del cuadro colgado encima de su chimenea.
Me impresionó.

Expuse en Madrid y el pintor que había expuesto antes que yo, me dijo:

Pintas con tanta fuerza que pareces un hombre (sic)







*ama de casa

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