miércoles, 5 de abril de 2017

DOSCIENTOS TREINTA Y SIETE







Cada día estoy más enamorada de los cambios.
Es estupendo, porque si cuando menos lo espero se tuerce algo que podría perturbarme, enseguida recuerdo que todo es pasajero y que lo que viene conviene, me relajo inmediatamente y a otra cosa mariposa.
Ayer, sin ir más lejos, al mediodía hubo una especie de tumulto en casa a la hora de comer, que cambió la pequeña costumbre que habíamos adquirido desde que vino Jaime hace una semana, de comer los tres juntos, “en familia”.
Parecía que a Jaime le apetecía, después de haber vivido veinte años en Mallorca, retirado del mundo.
Yo accedí encantada.
A Beatriz le costó más, tuvimos que convencerla, pero al final aceptó.
Antes de que llegara Jaime, nosotras hacíamos las comidas en solitario.
Beatriz con su iPad en la cocina y yo en una bandeja frente a la televisión.
A mi no me gusta estar en la cocina, ni cocinar, prefiero mi estudio.

En general intento amoldarme a lo que quieren mis hijos.
Son mayores y saben lo que quieren.
Y yo soy mayor y sé lo que quiero para mi, pero no tengo ni idea de cómo debe tratarse a los hijos.
El único ejemplo que he recibido es el de mi propia familia y no es lo que deseo para mis hijos, ni para mi.
Creo en la libertad como prioridad absoluta.
Tengo muy presente lo que dice Gibran Khalil Gibran sobre los hijos, en su libro “El profeta”.

Ayer me dio la sensación de que era mejor que Beatriz y yo siguiéramos con nuestras costumbres y que Jaime se amoldara.
Podemos seguir haciendo comidas familiares de vez en cuando, como cuando viene Mattin que adora comer y cenar en familia.

Me desentendí de todo, planifiqué lo que iba a llevar a la clase de escritura y allí acudí, con toda la alegría que mantengo desde el primer día, más la que se añade en cada clase.
En la buena hora.
Resultó la clase más divertida de todas a las que llevo asistiendo durante tres años.
Los textos que leyeron no solo eran buenos y entretenidos, sino que además nos reímos a carcajadas.
Es emocionante ver cómo vamos mejorando y cómo el profesor nos va exigiendo más y más, siempre pendiente de los detalles que puedan ayudarnos a seguir progresando, para que aprendamos a distinguir la buena literatura.


Salí encantada, como de costumbre y hoy tengo intención de hacerme una ensalada para mi sola, ya que mis hijos no comen hierba y que cada palo aguante su vela, refrán marinero donde los haya.





No hay comentarios:

Publicar un comentario