lunes, 10 de abril de 2017

DOSCIENTOS CUARENTA Y DOS







Ante mi se presenta la semana santa y todas las posibilidades que se abren al tener cinco días enteritos para hacer lo que me apetezca.
Sin clases, sin obligaciones y sin rutinas.


Cinco días enteros para mi.
Yo elijo.

Ha llegado el momento que tanto esperaba, para llevar a cabo lo que los japoneses llaman Shinrin Yoku o terapia del bosque.
Consiste en dar un largo paseo entre los árboles, teniendo despiertos los cinco sentidos.
Se miran las copas de los árboles, se escuchan los sonidos de la naturaleza, el rumor del viento en el follaje, los cantos de los pájaros, se palpan los troncos de los árboles, se pasa la mano por el musgo de las piedras, se cogen hojas, se huelen los aromas y así, poco a poco uno se deja llevar por el ritmo de la naturaleza.
Todo debe hacerse despacio para vibrar con el entorno, que es nuestra verdadera casa.
Se hacen ejercicios de respiración y al cabo de un buen rato, nos sentiremos como nuevos, habremos recuperado nuestra esencia.
En Japón el Shinrin Yoku está muy organizado, tienen guías y todo lo hacen siguiendo un método, que termina tomando una infusión hecha con las hojas que se han recogido en el camino.



También he quedado dos días para comer con mi amiga Rosa sin espinas.
Ella vive al lado del bosque y todos los días se da un largo paseo, visitando a sus amigos los árboles.
A veces coge manzanas silvestres y avellanas, que luego me regala.
Cuando paseamos por el campo en coche, ella me va diciendo los nombres de las flores que nos salen al camino, así como los de los árboles que conoce.


La vida de Rosa sin espinas me hace pensar en aquello que decía el Quijote:


El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho.











No hay comentarios:

Publicar un comentario