domingo, 16 de abril de 2017

DOSCIENTOS CUARENTA Y NUEVE







Han sido maravillosas las dos excursiones que hice con Rosa sin espinas.
Recuerdo los olores del campo y sobretodo el del salitre en el puerto de Bermeo, que me lleva a todos los veranos de mi infancia vividos en Santurce y pasando los días en el Alín II.
Por la mañana íbamos a bañarnos, no nos movíamos.
Por la tarde, con mi padre salíamos a vela y otras veces a pescar. 
Me gustaba ir a alta mar, es una de las sensaciones de libertad que se me ha quedado grabada.
Hoy en día creo no me bañaría en alta mar, me daría miedo que me saliera un pez grande, una ballena por ejemplo.
Se han acercado mucho a la costa los peces grandes porque hay cantidad de verdeles y es su alimento.

Al casarme perdí ese tipo de contacto con la mar, solo desde la playa que también me encantaba aunque son diferentes experiencias, muy diferentes.
Al que era mi marido le gustaba jugar al golf y estaba empeñado en que yo también jugara.
Yo lo intentaba, ponía todo de mi parte, pero no conseguía que me gustara ni hacer pocas, que es de lo que se trata.
No era mi estilo.
A mi me gustaba jugar al frontón.
Deportes más violentos.
El golf es muy difícil, requiere técnica, paciencia y otros talentos que yo no tengo.

Jaime suele decir que la diferencia entre el golf y el surf, él practica los dos, es que después de jugar al golf, casi siempre se sale descontento e insatisfecho, sin embargo, después de coger olas está garantizado que se sale encantado de la vida, por el solo hecho de haber estado en el agua,
además de que cura todas las enfermedades, tanto las físicas como las mentales.

Yo estoy de acuerdo con él.
Creo que los baños del Cantábrico son los mejores del mundo.
Tienen un poder vigorizante que no lo tiene el Caribe, ni el Índico, ni el Pacífico.
Por lo menos, esa es mi experiencia.
El salitre y el iodo del Cantábrico tienen poder de sanación.

Pronto llegará la temporada de baños.
La espero con impaciencia.

Tenía unas tías de Madrid, tres hermanas solteras que veraneaban en Santurce, enfrente de nuestra casa y a veces venían al Alín II y contaban los baños que se daban, como si estuvieran en un balneario.
Todavía recuerdo la importancia que daban a los baños de mar, que las llenaban de vigor para pasar todo el invierno en Madrid.
A mi me extrañaba, todavía no sabía que existía la enfermedad ni la debilidad, vivía en el limbo o tal vez en el nirvana.
No lo sé, a lo mejor era feliz sin saberlo.







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