miércoles, 26 de abril de 2017

DOSCIENTOS CINCUENTA Y NUEVE







Ayer mi hijo Jaime me dijo que había dejado de leer mis diarios, porque cada vez que nombro a Prem Rawat considera que estoy haciendo proselitismo y le deja de interesar.
Le escuché con atención y recapacité.

Considero importante prestar atención a todo lo que me dicen y plantearme si estoy haciendo algo que no deseo, porque nada más lejos de mi intención que hacer proselitismo, la mera suposición me incomoda.

Así que fui directa al diccionario.

Proselitismo: Empeño que se pone en ganar prosélitos para una causa.

No es mi caso.
El hecho de que a mi me haga feliz estar con él y seguir sus enseñanzas solo significa eso.
Le menciono a menudo porque es una persona muy importante en mi vida.
Si no lo hiciera, dejaría de hablar de algo que está presente en todos los actos de mi vida.
También recordé que a mi me pasó lo mismo que le está pasando a Jaime durante nueve años, ya que Pizca le había reconocido como su maestro y me hablaba constantemente de él y yo pensaba:

Con lo divertida que es Pizca cuando me cuenta cosas normales ¡cómo me aburre al hablar de ese tema!
Y así uno y otro día sin entender nada hasta que fui a París y le vi en persona y de repente se desveló todo lo que había permanecido en la sombra.


Es posible que a otras personas que me leen, les ocurra lo mismo que le pasa a Jaime y que me pasó a mí.
No entender algo es como no verlo, es como si no existiera.
Y nada puede haber más aburrido que oír hablar de algo que no existe.




En la clase de escritura tuve una experiencia interesante:
Hace tiempo escribí un soneto y me comprometí con algunas chicas de la clase para interpretarlo.
Mientras lo preparaba para repartir las fotocopias, me dio la sensación de que era una birria y carecía de interés, no obstante ya me había comprometido y seguí con el proyecto.
Efectivamente, allí estábamos todas media horas antes de la clase para ensayarlo un poco y cuando ya había empezado la clase con todos los asistentes, actuamos.

Tuvo mucho éxito, nos aplaudieron, me felicitaron, se rieron, nos reímos y yo me sentí satisfecha, porque comprendí que lo que en principio era una tontería, al convertirlo en un trabajo de equipo había adquirido un valor del que carecía en principio.

No es fácil trabajar en equipo, pero merece la pena hacer el esfuerzo.
La aportación de cada persona hace maravillas en el conjunto.





No hay comentarios:

Publicar un comentario