viernes, 21 de abril de 2017

DOSCIENTOS CINCUENTA Y CUATRO







Estoy contenta, me encuentro mejor, creo que la intoxicación está cediendo.
Lo he pasado mal, sobretodo los primeros días, parecía que cada día me encontraba peor.
Al final no he hablado con ningún médico.

¿Qué pueden decirme los médicos?
¿Que tome pastillas?
Ya tomo demasiadas.

Me he curado por la fuerza de la naturaleza.
Sé a ciencia cierta, que el cuerpo tiene una natural tendencia a curarse solo.
Me he limitado a la dieta siete de Ohsawa y he permitido que mi cuerpo trabaje, no lo he saturado, excepto por las noches que a veces me entraba el hambre o la ansiedad o como se llame y me iba a la cocina y hacía algún disparate.
Lo malo de la cocina de mi casa es que, aparte de la comida que compro yo, casi todo basado en la macrobiótica, mis hijos se abastecen de vicios muy apetitosos, sobre todo por la noche, cuando parece que nadie me ve, ni siquiera yo.

El caso es que ya estoy mejor y tengo ganas de moverme.
Una cosa es estar en casa tranquila, ocupándome de mis asuntos porque me da la gana y otra muy distinta no tener fuerza ni para regar las plantas.


Carlos Alber me ha invitado a comer en el Marítimo y he estado muy a gusto con él.
Hacía tiempo que no le veía y le echaba de menos.
Carlos es un gran amigo con quien tengo mucha confianza.
Siempre se ha portado muy bien conmigo, sobre todo cuando estuve enferma, se portó como si fuera mi ángel de la guarda.
No sé qué hubiera sido de mí si no llega a estar él tan pendiente de mis necesidades.
Me hacía los recados y me llevaba a los médicos, me consiguió una silla de ruedas, me esperaba todo el tiempo que hiciera falta mientras me hacían radiografías o lo de la sangre en el tratamiento de los factores de crecimiento que era doloroso, muy caro y que no me sirvió para nada.

En aquella época discutíamos muchísimo.
Yo estaba irritable y le ponía nervioso y él a mi también.
Creo que ni siquiera con mi exmarido he discutido tanto.
Al rato ya nos habíamos olvidado y me preguntaba a ver si necesitaba algo.

También se ocupaba de mi coche, sabe mucho de coches.
Su padre era traumatólogo y él estudia medicina.
Dejó la carrera a la mitad y ahora la está terminando poco a poco.

En junio del año pasado, estando yo en Londres, me enteré de que le había dado un ictus.
Me llevé un susto morrocotudo.
Le llamé y me contestó con la voz gangosa pero conservando su buen humor y al comprobar que estaba vivo y que se recuperaría, me emocioné.
Me costaría vivir sin Carlos.

Ahora está estupendamente.
Habla bien, anda bien, tiene la cabeza perfecta y se cuida todo lo que puede.
Me encanta estar con él y ser testigo de su fortaleza.
Es un señor.

Quedan pocos.





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