miércoles, 2 de mayo de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS NUEVE







Una y otra vez repito el mismo error, a sabiendas que no es bueno para mi.
Se trata de lo siguiente:
Cuando voy a comer a un restorán bueno, de esos que tienen menú degustación, en vez de leer la carta y escoger algo que sé que me encanta, por no molestarme en discurrir y por hace lo que hacen los demás comensales, acepto lo que me ofrecen y aunque reconozco que todo puede estar muy bueno y que pruebo platos que de otra manera no los conocería, me sienta mal y tardo un día en recuperarme.

Me pasó ayer.
Fui a comer con Josean, que vino desde San Sebastián y le llevé a Taskas, que es un lugar desconocido, escondido, pero con una comida muy buena.
Nunca había estado allí, pero había oido hablar muy bien.
Una vez más caí en el menú degustación.
Todo estaba bueno menos el postre.
Lamento no haber protestado.
Es un lugar especial, detrás de una gasolinera en el aeropuerto, en un complejo industrial.
Fue mi hijo el pequeño quien me recomendó pedir ese menú.
También me dijo que era como una performance y la verdad es que se salía de lo normal.

Es un lugar pequeño, con mesas grandes, manteles blancos impolutos y rodeado de millones de botellas en las paredes.
Los camareros que tienen aspecto de dueños, son muy amables, todos hombres maduros con delantales, resultan elegantes.

Entre la cantidad de platos que nos trajeron, había una carne deliciosa, con una salsa oscura como caramelizada, de esas que se tarda horas en cocinar.

La próxima vez que venga Josean tengo intención de llevarle a la taberna de Mikel Bengoa que está en Meñaka y tiene fama de ser inmejorable.
Cocina tradicional vasca.

Espero no meter la pata.






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