viernes, 18 de mayo de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS VEINTICUATRO







Hace un par de días fui a la peluquería y me atendió una chica a la que conocía, pero nunca me había lavado la cabeza.
Me sorprendió el empeño que puso en la faena y al terminar, cuando me estaba poniendo la toalla, le comenté :

No se puede decir que no me la hayas lavado a conciencia.

Contestó algo que no entendí hasta que lo pensé.
Tardé un ratito.

No te quejarás mío.

Recodé que cuando hice Proyecto Hombre, había un chico que iba bastante adelantado y en los grupos terapéuticos, en los que se trataba de profundizar en las emociones y compartirlas para que todos pudiéramos participar, decía con énfasis:

Habla tuyo.

Ante semejantes latigazos a la lengua de Cervantes, me quedo atascada, sin saber qué hacer.

Tengo una amiga de Madrid que habla inglés perfectamente y ella cree que también castellano.
A menudo traduce videos de las conferencias de Prem Rawat y acostumbra a decir:

Dentro tuyo.

Alguna vez se lo he comentado y lo niega, a pesar de que es evidente y está grabado.
No insisto, no quiero atentar contra la sensibilidad de mis amigas.

Hace tiempo, cuando estudiaba Bellas Artes, tenía un amigo que dibujaba maravillosamente, Manolo Gandía, al que también le gustaba hablar bien el castellano y solíamos comentar lo que íbamos aprendiendo.
En una ocasión me dijo que su madre le ponía nervioso, porque hablaba de cualquier manera y no tenía interés en corregirse.

¿A qué tipo de hablar mal te refieres?
¿Acaso usa el condicional como tanta gente aquí, en el país de los vascos?
¿Si yo estaría?

No, mucho peor.

¿Peor todavía?

Si, ella dice zenahoria.

Y a los dos nos entró la risa.








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