miércoles, 23 de mayo de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS VEINTINUEVE










Los tilos de mi calle han recobrado sus hojas y con ellas toda su belleza y esplendor.
Me considero afortunada por vivir en una calle que tiene árboles, especialmente tilos porque  su aroma y su sombra me protegen constantemente.
Aprecio sus propiedades medicinales aunque rara vez las utilizo, más por olvido que por desconocimiento.
Recuerdo el sosiego que en tantas ocasiones me ha producido una humilde tila.

Durante el invierno han permanecido desnudos y así como en la Avenida de Zugazarte, no solo los podan sino que incluso plantan nuevos, a los nuestros no los tocan, por lo menos todavía, de lo que me alegro, no porque yo esté en contra de la poda, que la considero necesaria y beneficiosa, sino porque he observado que los jardineros de Getxo eliminan demasiado.

Comentaron hace tiempo que habían venido de Inglaterra unos expertos en árboles y les habían enseñado esa manera tan agresiva de cortar en exceso.

Lo he visto y he sentido dolor.
Amo de verdad a esos seres vivos a los que considero mis amigos y protectores.
A veces me abrazo a ellos y me trasmiten una fuerza especial.

No soy la única persona que disfruta de los árboles de Getxo.
Cuando talaron los cipreses en la zona de la Avenida de Basagoiti que va desde el Batzoki hasta Tellagorri, se produjo cierto malestar entre los vecinos.
El Ayuntamiento se disculpó, diciendo que producían un hongo perjudicial.

No me extraña que el joven Werther al relatar sus cuitas en el diario romántico que Goethe le atribuye, exclamase al comprobar que unos viejos árboles habían desaparecido:

 "Yo llegaría -dice- a vestirme de luto, si teniendo semejantes árboles en mi jardín se me muriera uno, de viejo”

Los tilos de mi calle no son viejos, sobre todo teniendo en cuenta que pueden llegar a vivir novecientos años.
Son jóvenes, fuertes y muy hermosos.
Ya crecerán.












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