martes, 29 de mayo de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS TREINTA Y CUATRO








Ayer estuve con la Rosa sin Espinas.
Pasamos un día encantador.
Nos acercamos a la playa de Gorliz.
Un amigo de ella, experto en jardines, había plantado esas hierbas largas que se dejan mecer por el viento y evitan que se lleve la arena.
Estaban preciosas, muy cuidadas.
Hace tiempo hicieron algo parecido en la playa Salvaje de Larrabasterra, pero no tan meticuloso como lo que vi ayer en Gorliz.
Estuvimos paseando y yo saqué fotos de las florecitas silvestres que aparecen en primavera.
Una auténtica variedad de especies maravillosas de las que mi amiga conoce los nombres.
Es una experta en todo lo referente a la naturaleza.

La playa estaba vacía y aunque el cielo gris no invitaba al paseo, creaba un ambiente cercano a la melancolía que me recordó al otoño.
Recordé a Durero.

Supongo que dentro de poco llegará el momento de ir a la playa.
Yo suelo ir a Plencia y me produce una sensación distinta aunque no opuesta a la de Gorliz.
Desde la playa de Gorliz, la visión es diferente. 
Más amplia y espaciosa.


Tras esa encantadora mañana en la que nuestra conversación solo trató de las florecitas salvajes y sus nombres, nos fuimos a Urduliz, al restaurante Regi donde teníamos reservada una mesa, algo que parece imposible de conseguir por más que se intente.
Comimos lo que ellos llaman un menú Bistró que me pareció muy bueno pero exagerado.
Demasiados aperitivos.
Casi prefiero un entrante, un plato, un postre y quedarme satisfecha.

Regi es uno de esos lugares escondidos que no está anunciado pero lo conoce mucha gente.
Pertenece a la familia de Joane Somarriba una exciclista española, ganadora de tres ediciones del Tour de Francia, dos del Giro de Italia y del Campeonato del Mundo Contrarreloj.

Ahora Joane se dedica a cocinar.

Allí están las mujeres de la familia, guisando delicias.







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