lunes, 14 de mayo de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS VEINTE







Desde que he descubierto la pericia y buen hacer de Amazon, mi vida ha cambiado.
Bien es verdad que no resulta agradable tener que oír el timbre cuando menos lo espero, aún así, no salir de casa para comprar papel de cocina o similar cada vez que me doy cuenta de que se está acabando, resulta muy agradable.
Lo pido a través de internet y al día siguiente me llega.
Eso sirve tanto para una regadera como para el regalo de Odita que acaba de cumplir ocho años.
Yo sigo comportándome con ella como me sale del corazón e intento no llevarme disgustos cuando noto que no me quiere nada.
Ayer, al hacer Skype para felicitarla, lo único que se le ocurrió fue sacarme la lengua.
Lo he aceptado y casi me he acostumbrado.
Tengo la esperanza de que con el tiempo vaya cambiando.

Los recovecos de las relaciones entre las personas se me escapan, sobre todo las familiares.
Me resulta más fácil relacionarme con la gente con la que no tengo lazos sanguíneos que con los parientes, sobre todo si son cercanos, no sé por qué.

Tampoco me quiero volver loca con este tema porque con la cantidad de gente que formamos mi familia, si empiezo a dar vueltas al asunto, tendría que sacar a Jung y a Freud de sus tumbas para que me dieran una explicación convincente.

Considero que yo ya he cumplido con mis obligaciones respecto al mundo, ha llegado el momento de hacer lo que me dé la gana y no quiero sentirme forzada a nada.








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