miércoles, 16 de mayo de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS VEINTIDÓS







A veces que parece que me fallan todos los planes que tenía pensados.
Mi primera reacción suele ser de contrariedad pero en seguida reacciono y me doy cuenta de que nada tiene demasiada importancia, nunca es el fin del mundo.

Milarepa de Tibet* cuya vida ha sido una fuente de inspiración para mí, decía:

Nada hay en esta vida por lo que merezca la pena llevarse un disgusto, ni siquiera la muerte.

Me impresionó profundamente e intento recordarlo cuando alguna persona cercana se va.
Me sirve, me alivia la pena, porque sé que la muerte es parte de la vida y también sé que pasando un mal rato no ayudo a nadie, ni siquiera a mí misma.

No pienso demasiado en la muerte, he pasado por experiencias traumáticas en relación al tema y sé lo difícil que es aceptarla, más de momento, intento vivir en el ahora e ir solucionando los asuntos que se plantean.

Sé que moriré un día y que lo único que tengo que hacer es aceptarlo.

Recuero una frase que dijo una especie de chamana en la magnífica serie de Jane Campion “Top of the Lake” respecto a una mujer que padecía un cáncer terminal muy doloroso:

Tendrá la ventaja de no ver morir a sus hijos y para combatir el dolor, puede utilizar heroína.

Me di cuenta de que tenía razón.
Cuando murió mi sobrino Álvaro, a los cincuenta años, me consolaba pensando que para su madre, si estuviera viva, habría supuesto un disgusto difícil de superar.



*uno de los más famosos yoguis y poetas del Tíbet





No hay comentarios:

Publicar un comentario