martes, 20 de marzo de 2018

DOS MIL SETENTA Y SIETE








Ayer vi una deliciosa película inglesa, cuya protagonista, Maggi Smith, con su saber hacer, suplía la parte menos agraciada del guión.
Parece ser que tengo suerte últimamente porque llegan a mi, casi sin buscarlas, películas cuyos protagonistas son escritores.
Casi todos tienen mala suerte o no tienen talento o les falta la inspiración o son incapaces de hablar de las cosas interesantes de la vida.

Basada en un libro de Alan Bennet, The Lady of the van, deja entrever hasta qué punto es más interesante la libertad, que cierto tipo de corrección vital.

Cuando yo vivía en Los Ángeles, mi íntima amiga era una parisina muy guapa, parecía una modelo, que abandonó a su marido para vivir en Malibu con un argentino, que al cabo de un par de meses se desentendió de ella y se quedó una temporada en mi casa durmiendo en el sofá.

Claudie era muy presumida y a pesar de que la mayoría de la gente que vive en Malibu va vestida en plan de playa, con shorts y camisetas, ella mantenía su estilo parisino, incluso las medias y los tacones.
Es imposible dejar de ser parisina aunque el entorno sea salvaje.

Debido a su situación, Claudie no tenía dinero, ya que su profesión estaba relacionada con la informática y aunque hablaba inglés, no es fácil encontrar un trabajo de la noche a la mañana.
Supongo que a su marido no le hizo ninguna gracia que desapareciera sin decir nada y sin dar señales de vida.
Le dejé estar en la casa donde yo vivía, hasta que se organizó.

Los sábados solíamos ir a Santa Mónica para bailar en un club de salsa, en el que un amigo común tocaba el bajo en la orquesta.

Claudie vivía obsesionada con el asunto del dinero y aunque a mi también me preocupaba, lo considerábamos de diferente manera.

Uno de esos sábados que íbamos a Los Ángeles en mi Ford Granada del 79, Claudie conducía y nos pasó un escandaloso Porsche rojo descapotable.
Claudie me comentó que ese era exactamente el coche que le gustaría tener.
Yo me callé, pero comprendí que lo que yo deseaba era todo lo contrario.

Al rato vimos a una señora con un carro de supermercado en el que se suponía llevaba sus pertenencias y comprendí, que prefería la situación de esa señora con aspecto de mendiga y sin tener que pagar la renta cada mes.








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