miércoles, 28 de marzo de 2018

DOS MIL OCHENTA Y CUATRO







Íñigo Larroque, mi profesor de Escritura, a veces comenta que, a juzgar por mis textos, yo tengo ordenada la cabeza.
Me suele extrañar que piense eso, porque yo me considero lejos de ese orden que por lo visto aparentan mis diarios.

Mientras me lavaba la cabeza y me la secaba, he estando pensando en ese tema para ver si veía algún punto en mi infancia, para tirar del hilo y casi sin darme cuenta, me acordé de que un día que Oteiza vino a mi casa, vio mis cajitas que estaban preparadas para una exposición, las miró con calma y me preguntó:

¿Tu madre era muy ordenada ?
¿Cómo tenía los armarios?

Me quedé pensando y comprendí que la casa de mi madre estaba siempre impecable y que daba mucha importancia a que los armarios estuvieran impolutos.

En ese momento relacioné la composición de mis cajitas con la casa de mi madre, sobre todo los armarios.
Y ahora comprendo que es posible que se pueda relacionar mi cabeza con mi trabajo, tanto si está relacionado con la pintura como con la escritura.

El orden no solo me gusta, sino que me relaja, pero comprendo que me cuesta mantenerlo.








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