martes, 6 de marzo de 2018

DOS MIL SESENTA Y CINCO






Ayer fue mi cumpleaños.
La única diferencia con los celebrados hace años, es que ahora vivo muy a gusto, corregiría muy pocas cosas de mi vida, excepto las que corresponden a mi carácter.
Me gustaría:

_Tener más fuerza de voluntad.
_Ser humilde.
_Aumentar la paciencia.

Desarrolladas estas condiciones, atravesaría el océano mundano con más ligereza, menos torpeza y sobre todo más consciencia, lo cual se consigue con la práctica.

Resultó un día en el que todo era sorpresivo, encantador, agotador y sobre todo, opuesto a lo que tenía previsto.
Mi idea primigenia había sido dedicar el día a la soledad, descansar, meditar, escribir, leer, ir a visitar a los caballos y hacer fotos, pero me llamaron mis hermanos y algunos sobrinos, para decirme que querían venir a visitarme y cambiaron mis planes.
Fui a la peluquería, preparé un té de tres años que ellos ni siquiera sabían lo que era y empezaron pidiendo azúcar, lo cual no existe en esta casa, tampoco leche.

Yo estaba encantada con ese té Bancha recién traído de Japón, que requiere una ceremonia y que sienta estupendamente.
Creo que no les gustó nada, pero si vienen a mi casa tendrán que acostumbrarse, porque es lo que ofrezco a mis invitados, ya que es lo mejor que conozco, aparte de Té Mu, que me pareció excesivo para ser la primera vez.

Lo bueno que tienen es que son educados y todos tomaron su té.
Puedo asegurar que no les hará daño, sino todo lo contrario.

Luego intenté contestar a las felicitaciones de Facebook y me metí en la cama muy cansada.
No estoy acostumbrada a hacer vida social aunque sea con la familia.
También estuvieron mis hijos mayores, que, aunque vivimos juntos, no solemos tener tertulias a la antigua.

Me llamó Mattin y Odita me ofreció un concierto de piano maravilloso.

Totola, la mujer de mi hermano Gabriel, me trajo una caja grande llena de productos de su huerta que es un vergel y ella embota cada temporada.
Ya estoy surtida de toda clase de mermeladas, membrillo, tomate, pimientos y otras delicias que ahora no recuerdo.

Mi hijo Jaime que es profesional de golf, en vez de decir mi edad con números, decía que ya he hecho el par del campo de la Galea (72).








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