lunes, 26 de marzo de 2018

DOS MIL OCHENTA Y DOS







Tengo verdadera admiración por Daniel Buren.
Tal vez sea el pintor con quien más me identifico.
Hoy es su cumpleaños y han decidido, no sé si el ayuntamiento de Bilbao o el Guggenheim, señalar el día como rojo Buren, debido al arco que hizo en el puente de la Salve y que tanto alegra la entrada en Bilbao, cuando se llega a través del túnel de Archanda.

Cuando yo me dedicaba a pintar las carpas de Ondarreta y las sillas de Brighton, desconocía la existencia de Buren.

Fue en Barcelona, en una visita al Macba, cuando vi una pieza grande de Buren que me emocionó.
Se trataba de una especie de caseta hecha con tablas y como envuelta en una tela de rayas blancas y azules.
No podía creer lo que estaba viendo.
Parecía que hubiera podido hacerlo yo.

A partir de ahí empecé a seguir la pista de sus exposiciones y sus trabajos “in situ”.
Le hice un homenaje que consistía en cuatro cuadros pequeños con rayas azules y blancas sobre fondo negro, que se podían colocar indistintamente, siempre que estuvieran los cuatro juntos.

Publiqué la pieza en mi blog y luego en Facebook.
Desde entonces me invita a sus inauguraciones.
Todavía no he ido a ninguna, porque suelen ser en París y Marsella.

Yo he sido una apasionada de la pintura, no obstante lo que me sucedió con Daniel Buren no me había pasado con ningún pintor.

Muchos han pintado rayas basadas en los toldos de las playas, pero ninguno lo hace de la manera tan concreta como los hacía yo.
Añadía además, la sombra, lo que suponía un gran contraste en el que se podía distinguir el yin del yang.
A pesar de que hace mucho tiempo que no expongo ni vendo esos cuadros, todavía hay gente que me habla de ellos y los que poseen alguno, me dicen que no se cansan de mirarlos.

Son alegres.





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