miércoles, 7 de marzo de 2018

DOS MIL SESENTA Y SEIS







Todo es nuevo cada día y dentro de cada día están las horas, los minutos, los cambios, las llamadas telefónicas, visitantes externos que pueden perturbarme, que intentan despertar aquellos miedos que creía superados.
Necesito ser el guardián de mi paz interior, así como la que disfruta de ella.
Mi propósito es el autoconocimiento, para lo cual me ha sido otorgado el tiempo exacto dedicándome a ello en cada respiración.
Sin prisa ni pausa, nada debe alterarme, soy dueña de mis actos, la consciencia me protege.

Lo que escribo es lo que sé.
Llevarlo a cabo o no, es otra cuestión, solo depende de mi esfuerzo.
Tengo toda mi vida para rendirme pleitesía.
¿Quien mejor que yo misma para hacerlo?

No quisiera que me pasara lo que le pasó a aquel santo que se había pasado la vida sacrificándose para poder ir al cielo, y cuando san Pedro le condujo al gran salón del trono, donde Dios le esperaba, hizo una reverencia y al levantar la cabeza, abrió los ojos y vio al Señor en todo su esplendor, quien con una cálida sonrisa llena de amor, le preguntó:

¿qué tal lo has pasado en el cielo?

Ante lo cual, nuestro amigo no supo qué responder, porque no era nada tonto y notó que Dios se refería a la vida que le había regalado.
Se puso muy nervioso y Dios, al verle tan apurado, le dijo:

No te preocupes, vuelve otra vez allí y disfruta, la vida en la tierra es el cielo.
No la conviertas en un infierno, porque cuando se acabe no habrá más.
Sé que has sido un ingenuo creyendo todo lo que te contaban.
Ahora vuelve, te regalo otra vida y acuérdate siempre de la conversación que hemos mantenido, no la olvides ni un segundo.
Para tenerla siempre presente, concéntrate en la respiración.
Céntrate en ella y disfruta.

Vas a tener todo lo que necesites para ser feliz, porque vas a estar en el cielo, no tengas miedo y no hagas caso a nadie, excepto a lo que te dicte tu corazón.











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