jueves, 8 de marzo de 2018

DOS MIL SESENTA Y SIETE






Mi amiga Pizca tiene un problema en los ojos y casi no puede leer.
Lo echa de menos.
Yo le leo mis textos, la considero mi Turguéniev* y ambas estamos contentas con el trueque.

Ayer, en un momento de inspiración, recordó su época de gran lectora, sobre todo dedicada al ensayo e hizo una apología de la lectura, tan inspirada que me tocó el corazón y me emocioné.
Contó cómo era algo íntimo, necesario hacerlo en soledad y cómo su turbación pasaba por diferentes estadios a través de las distintas cuerdas que tañía el escritor.
Echa de menos aquellos momentos tan personales que llenaban sus oportunidades de aparente soledad, en una compañía en la que se encontraba con sus mejores amigos, que le hablaban de los sentimientos que ella no tenía con quien compartir, porque ni siquiera los conocía hasta que ellos se los descubrían.

A medida que ella hablaba y hablaba de sus recuerdos de lectora, y yo la escuchaba en riguroso silencio, me compenetraba con ella, porque es lo que siento ahora cuando leo la vida de Montaigne y me doy cuenta de tantas cosas que ya estaban dentro de mi, incluso antes de saber quien era.

Durante un curso estuve interna en Burdeos y recuerdo que un domingo me llevaron a recorrer los castillos donde hacen el vino y el Chateau Yquem se me quedó grabado, mucho más que el Chateau Lafitte, cuyo vino se considera el mejor.
Grande fue mi sorpresa al enterarme de que ese, justo ese, era el de Montaige, que se quitó
el apellido Yquem, que empezaba con E, por algún motivo que solo él conoce.

Los vericuetos del camino de la vida son asombrosos.
Comprendo que observar es un placer de primer orden, solo disponible para los que han practicado la paciencia.

La lectura me ha salvado en momentos difíciles de mi vida y en otros, sin exagerar lo más mínimo, me ha llevado al séptimo cielo.

Me siento agradecida a los escritores, sobre todo a los que se esfuerzan en superarse a si mismos, porque de ellos aprendo.





*Turguéniev fue un escritor, novelista y dramaturgo, considerado el más europeísta de los narradores rusos del siglo XIX. 






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