jueves, 29 de marzo de 2018

DOS MIL OCHENTA Y CINCO







Me he deleitado leyendo algunos sonetos de Gaspara Stampa y en una explicación previa en la que hablan de su vida, cuentan que en ella parece profundizarse aquello que conformó un elemento constituyente de la creación de Francesco Petrarca: la fusión del yo poético y el yo empírico.

Desconocía este dato, por lo que ha despertado algo en mi cabeza, que me ha llevado a recordar que en mi trayectoria pictórica, cada serie que producía, estaba relacionada con mi vida.

Recuerdo el momento exacto en el que lo descubrí.

Había terminado de montar la exposición de las HERIDAS, estaba sola y me senté para ver la sensación que daba el montaje.

Lo primero que me vino a la cabeza, casi como un susto, fue lo siguiente:

¡Cómo he sido capaz de hacer semejante espectáculo sangrante!

Y al seguir pensando, comprendí que solo era consecuencia de los tres meses pasados en el hospital de Cruces, con la pierna rota y unas curas muy dolorosas.
La exposición era solamente un reflejo de lo que había sido mi vida durante ese tiempo.

A partir de entonces, todo lo que hacía estaba relacionado con mi vida y con mi pensamiento.

Hubiera sido imposible separar mi vida de mi producción artística.
Podría escribir mi autobiografía basándome en las diferentes series de cuadros, dibujos y objetos que la componen.

Dejé de pintar cuando me rompí la pierna por segunda vez y comprendí que la avería había sido de tal envergadura que ya no podría mantenerme de pie.
No solo eso, sino que tampoco me apetecía seguir haciendo el esfuerzo que significa la vida de pintora, para no tener el éxito deseado.

Tuve tiempo para pensarlo.
Y las musas vinieron a buscarme a través del ordenador, ya que en aquellos años de inmovilidad, solo el ordenador me comprendía.
Con mis manos, mi cabeza y mis recuerdos, empecé a componer otro estilo de vida que se basaba sobre todo en la escritura y a medida que me adentraba en ese terreno, ya derivé en los diarios que son directamente autobiográficos.









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