sábado, 20 de mayo de 2017

DOSCIENTOS OCHENTA Y CUATRO







Todo el día de ayer resultó una aventura fuera de lo corriente.
Empezó bien, como de costumbre y al salir de Pilates había quedado en recoger a la Rosa Sin Espinas para irnos a comer al caserío de Markaida, donde ya teníamos reservada una mesa.
Comimos, bebimos, tomamos café y dimos un paseo para hace fotos de caseríos, árboles y la erreka*.
Las nubes se habían disipado y el sol proyectaba magníficas sombras que contrastaban con una espléndida luz solar.
Los pájaros cantaban y en la lejanía se oía balar a los corderos y el sonido de los cencerros de las vacas.
Un magnífico momento bucólico en todo su esplendor.
No había coches, ni gente, ni siquiera nos sentimos vigiladas como en otras ocasiones.
Era la hora de la siesta.

No quería demorarme demasiado, porque llevaba tiempo con el aviso de que el depósito del gasoil estaba en reserva y prefería llenarlo, así que dimos la vuelta y contentas y satisfechas nos metimos en la autovía del Txorierri destino a Getxo, con la mala pata de que en el momento de máxima afluencia de coches, por más que lo intentaba, no me entraban las marchas.

Jose Ignacio, el dueño del taller, me dijo la última vez que me pasó algo similar, que si me volvía a suceder, levantara el pedal del embrague.
Como yo tenía que intentar conducir mirando a la carretera esquivando los coches, le dije a Rosa que lo hiciera.
Se metió como pudo debajo de mis piernas, levantó el pedal, mas no dio el resultado esperado, por lo que no me quedó más remedio que intentar frenar el coche, sin que se diera un golpe contra la pared, lo dejé torcido y de mala manera.
Le dije a Rosita que se pusiera el chaleco amarillo y que pusiera el triángulo rojo.
Los que pasaban me hacían señas como para que aparcara bien.

¿Acaso pensaban que estábamos así por placer?
¿Que habíamos escogido ese lugar para pasar el rato?
¿Que estábamos haciendo una performance?

Ella hacía todo lo que yo le decía como podía, con su mejor intención.
De repente, se para un chico joven muy serio, que se hizo dueño de la situación.
Era un ertzaina fuera de servicio.
Vi el cielo abierto, porque yo estaba intentando explicar a mi seguro el lugar del percance, pero me resultaba imposible, solo sabía que estaba en la carretera 637.
Así que nuestro ángel llamó a Emergencias y vinieron dos ertzainas de uniforma con un coche lleno de luces, nos mandaron meternos en mi coche, dijeron que no nos ocupásemos de nada y ellos mismos dieron la dirección para que viniera la grúa.
Se veía que los ertzainas estaban satisfechos de poder ayudar a dos viejillas medio inútiles que no tienen costumbre de semejantes percances.
Sobre todo, a mi me preguntaban:

¿Se encuentra bien señora?

Si, muchas gracias, ahora con su ayuda ya estoy tranquila.

No se preocupe que nosotros nos hacemos cargo de todo.

Y así llegó el gruista que ya me había atendido en otra ocasión y nos llevó al taller de Jose Ignacio, alias Sampa, que estaba en el colegio con mi hermano y siempre me trata muy bien, además de que es un experto en coches.
Un taxi de seguros Bilbao vino a buscarnos, nos depositó en mi casa y ahora ya solo me falta esperar a que me cambien la caja de cambios y vuelta a empezar.

Por la noche, me llamó mi sobrino Leopoldo para preguntarme qué me había pasado.
Un amigo suyo me había visto y quería saber si había tenido algún problema.

Todo está en orden.
Me quedaré en casita, tranquilamente, poniéndome hielo en la rodilla y viendo capítulos de la serie "The handmaid's Tale" que me está fascinando.



*arroyo 

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