viernes, 5 de mayo de 2017

DOSCIENTOS SESENTA Y OCHO







Ayer estuve viendo unos videos de Andao Tado, arquitecto japonés que me inspira muchísimo desde hace años y a quien reviso de vez en cuando, para recordar lo agradable que me resulta el vacío.
Pues bien, solamente con una pequeña explicación que daba sobra la importancia de tener una casa que ofrezca descanso y sosiego, me fui a mi cuarto y lo ordené de tal manera, que cada cosa estaba en su sitio y solo quedaba a la vista lo imprescindible.
Más tarde, al volver de la natacióno, cuando entré en mi cuarto sentí tal serenidad al encontrarme en ese recinto preparado especialmente para mi descanso, que me di cuenta de que merece la pena trabajar un poco más de lo acostumbrado, por el mero hecho del placer que se siente al entrar en una casa perfectamente ordenada y que no tenga nada superfluo.
Todavía disto mucho de llegar a ese estado, pero a medida que pasan los días, voy dando pequeños pasos de geisha, que me van acercando a ese estado que tanto anhelo.

Ahora vivimos tres personas en casa y Jaime es un acumulador de ropa, objetos, gadjets, dispositivos, bolsas de palos de golf, tablas de surf, libros, maletas y tal vez todavía olvide alguna de sus aficiones.

Beatriz es más discreta, tiene menos cosas y las guarda en su cuarto.

Yo, por más que intento tener lo imprescindible, no me queda más remedio que guardar los cuadros que quedan de mi época de pintora, aunque a veces pienso que el día de san Juan a lo mejor quemo todo en una hoguera y me olvido de lo que fui y recupero el espacio.
No sé si seré capaz de hacerlo.

A veces veo videos de japoneses que viven con lo mínimo y cuentan las cosas que necesitan y tal vez no suman más de 140 elementos.

Si yo fuera capaz de ordenar todos los días un poco como me propongo de vez en cuando, otro gallo cantaría porque reconozco con toda la verdad de mi corazón, que nada me relaja tanto como el orden y la limpieza.

La tendencia en Japón que invita a deshacerse de la mayoría de los bienes materiales, es para lograr la plenitud espiritual.








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