martes, 9 de mayo de 2017

DOSCIENTOS SETENTA Y TRES







Ayer me caí.
Salía de la clase de escritura entusiasmada.
Iñigo Larroque, el profesor, empezó leyendo un cuento de Chéjov que se llama “La corista”.
Creo que es el cuento mejor escrito al que he tenido acceso en toda mi vida.
Me quedé extasiada.
No solo la profundidad psicológica de los personajes y su desarrollo, sino todo lo que se dramatizaba en unas pocas páginas, con un lenguaje asequible, tocaron las fibras más sensibles de mi ser.
Elevó mi pensamiento y me acercó más, si cabe, a la buena literatura.
El resto de la clase evolucionó con un nivel alto, me atrevo a decir.
Éramos muy pocos y eso da pie a que se acentúe la calidad, pienso.

Pues bien, al salir, el sol daba de frente y solo se veían siluetas.
Saqué una fotos y al dirigirme a mi coche no vi un escalón y caí en un suelo empedrado.
A pesar de que puse el brazo y la mano para amortiguar la caída, no pude evitar que la rodilla sufriera un golpe fuerte, que hizo que me quedara en el suelo sin atreverme a hacer un solo movimiento.
Dos chicas muy guapas que estaban por allí, acudieron en mi auxilio como si fueran dos ángeles cuya única misión era ayudarme, ya que además, una de ellas era masajista.
Recogieron mis cosas sin prisa y cuando me sentí lista, me levantaron entre las dos.
Ya de pie, me di cuanta de que no había sido para tanto.
No me había roto ningún hueso y lo único que me pasaba es que tenía algunos golpes.
Hielo y tranquilidad un par de días.

He pasado una noche estupenda y una vez más he sido consciente, de que tengo que aprender a ir más despacio por la vida.
Soy una atolondrada, precipitada y simplemente tengo que parar en seco, fijarme en donde piso y en definitiva, ser consciente.

Me he caído muchas, muchas veces, lo que considero avisos para que frene.
Aún así, ¡cómo me cuesta ir despacio!
Y eso que no puedo correr porque la rodilla derecha no me lo permite.
Parece que me han metido un turbo dentro y que tengo que ganar una carrera.
No me lo explico.

No voy a negar que desde pequeña he ido deprisa, mas también afirmo que las drogas deterioraron mi sistema nervioso.

Cuando me dio la primera tetania*, perdí el conocimiento.
Estaba cenando en Madrid en casa de un amigo de Pizca y otras personas.
Nadie sabía lo que me pasaba pero como se parece a un ataque de epilepsia, me pusieron un tenedor en la boca, me atendieron con mucho cariño y cuando desperté, me uní al evento como si no pasara nada, pero la verdad es que me pegué un susto morrocotudo.
Nunca había sentido algo parecido.
Al volver a Bilbao me hicieron la autopsia y el neuropsiquiatra que me puso una especie de antenas en la cabeza, dijo que tendría que tomar tres pastillas de Lexatín el resto de mi vida.
Intenté cumplirlo pero me dormía en todas partes, era imposible.
Casi no podía ni levantarme de una butaca.
Resultaba agradable, pero no quise vivir en ese estado y dejé de tomar la medicación.

Creo que no me queda más remedio que hacer un esfuerzo constante para fijarme donde pongo el pie derecho y si no lo hago, corro el riesgo de volver al quirófano, lo cual es algo que deseo evitar a toda costa.





*La tetania es un término genérico que designa una contracción involuntaria de ciertos músculos.

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