domingo, 21 de mayo de 2017

DOSCIENTOS OCHENTA Y CINCO







Hoy me encuentro como nueva.
Ayer no salí de casa, descansé todo el día y mi pierna lo agradece.
Ahora soy capaz de volver a la vida normal, aunque con la certeza de que tengo que ir despacio y mirar al suelo.
A medida que me tranquilizo, el avispero que está instalado en mi cabeza se va calmando, parece que las avispan también se relajan y es entonces cuando reina el silencio interior y se presentan con toda claridad los asuntos que de verdad me interesan.
Eso es exactamente lo que me sucedió ayer.
Vi claramente los pasos importantes que tengo que dar en mi vida para cuidarme y ser feliz.

Algunas cosas ya las había decidido como tomarme tres meses de vacaciones, tal vez cuatro.
De momento ya he dado orden de que no me pasen por el banco las clases de Pilates y las de natación.

Haré ejercicio nadando en el mar Cantábrico, en la playa de Plentzia que está bastante tranquilo y me gusta mil veces más que una piscina con cloro.
Además tengo ganas de nadar de espalda sin preocuparme de nada, excepto del placer que supone pasear en la inmensidad del océano empapada de iodo y oliendo a salitre, con los ojos cerrados y concentrada en la respiración.

Seguiré yendo a las clases de escritura porque las considero lo mejor de unas vacaciones, de hecho, en agosto las suelo echar en falta.
Cuando algo me gusta mucho, mucho, muchísimo, lo hago con entusiasmo y el esfuerzo se convierte en placer.
Eso me pasa con las clases de escritura de Íñigo Larroque.
Remarco que son las clases con Íñigo las que me gustan, porque fui un par de días a unas clases en la biblioteca de la Diputación de Bilbao y huí escopetada porque aquello más que una clase de escritura era un pozo de tortura.

He tenido suerte.
Sé, por experiencia, que un buen profesor es un tesoro.
Recuerdo a todos y cada uno de los profesores que he tenido a lo largo de mi vida y guardo en mi corazón a los que han sabido sacar lo mejor de mi y me han enseñado a disfrutar de las asignaturas que me gustaban, como el griego, el latín, la literatura francesa, la americana y a Paco Juan, que me daba clase de pintura en BBAA y supo relacionarse conmigo desde el respeto, dándome así seguridad en mi misma, lo cual es, en el fondo, lo que más necesitaba.

Yo fui profesora de dibujo y pintura en una academia de las Arenas y a pesar de que no estaba en óptimas condiciones, salieron algunos alumnos aventajados de quienes me siento muy orgullosa.

Tener un buen maestro es lo mejor que existe.





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