lunes, 8 de mayo de 2017

DOSCIENTOS SETENTA Y UNO







Sigo leyendo a Pániker.
Tengo la sensación de que con él estoy aprendiendo a ser mayor, a saber lo que supone ir cumpliendo años.
El libro que tengo entre manos, que es el último que ha publicado su editorial, lo escribió con setenta ocho años.
Se queja constantemente de que tiene carraspeo, cansancio y en general solo le apetece estar solo, pendiente de su estado.
Yo cumplí setenta y uno en marzo y la verdad es que me encuentro bastante bien, no me quejo, además pienso que puedo mejorar.

Me gusta la compañía de personas mayores, creo que nuestros intereses son más afines.
No solo me refiero al mundo en general sino a los escritores en particular.



Ayer vi una película que me hizo recapacitar una vez más sobre la soledad de las personas excesivamente sensibles, que son incapaces de desenvolverse en el mundo hostil y se convierten en lo que llaman esquizofrénicos.
Trata de un hecho real que sucedió en Brasil.
La película se llama “Nise, el corazón de la locura”.
Una psiquiatra es contratada en un frenopático en el que todos los doctores son hombres, cuya mentalidad está en el extremo opuesto de la que tiene la doctora para curar a los enfermos.
Haciendo un gran esfuerzo para aplicar su práctica basada en dejar que los “pacientes”, a quienes llama “clientes”, expresen su mundo interior a través del arte, consigue unos resultados extraordinarios.
Ella ha leído todos los libros de Jung con quien está en armonía.
En definitiva, lo que hace es utilizar el amor.

Me hizo recordar las dos veces que yo he estado en psiquiátricos.
Yo ingresaba de motu propio para desintoxicarme de la heroína.
No conseguí grandes resultados, pero por lo menos me limpiaba un poco.
En Zamudio solo estuve una semana.
Casi ni me acuerdo.
Pero en Elizondo estuve mes y medio y lo pasé muy bien.
Al principio me tuvieron dormida cinco días, solo me despertaban para comer y pincharme, una gozada, pero cuando empecé a levantarme de la cama me encontraba sin fuerzas, veía doble, era incapaz de ducharme.
Me ayudaban mis compañeras a apañármelas y al cabo de una semana más o menos, ya empecé a encontrarme mejor y a disfrutar de la vida.

Pizca vino a visitarme.

Estaba muy cansada y al verme a mi tan contenta y cuidada, se quedó y pasamos unos días maravillosos paseando por el Baztán, que es uno de los lugares más hermosos del planeta.










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