martes, 24 de marzo de 2020

TRES MIL SESENTA Y OCHO









Todos estos días de confinamiento son un auténtico regalo para mí .
Agradezco cada minuto de mi existencia y de la oportunidad de profundizar en mi interior y poner orden en asuntos pendientes a los que hasta ahora no he dedicado la atención que requerían.
Las películas que veo relacionadas con la música me obligan a pensar en la vocación que yo tuve para dedicarme a la pintura.
Desde muy pequeña supe que quería ser pintora, nunca lo puse en duda.
Recuerdo que a los trece años le pedí a mi padre como regalo de cumpleaños un libro de esos gordos y muy caros sobre Velázquez.
También me acuerdo de que enfrente de un cuadro de esos espantosos que reproducían en los calendarios, tuve el pensamiento de que sería pintora aunque fuera mala.
Hice todo lo que estuvo en mi mano para aprender a pintar con los mejores profesores, primero en Madrid, en donde estuve tres años interna en Santa Isabel y luego en Bilbao con Iñaki García Ergúin que me enseñó la técnica de El Greco, sin escatimar nada de todo lo que él sabía que era mucho, aprendido de Solís.
La suerte se puso de mi lado cuando abrieron la Escuela de Bellas Artes en el museo Arqueológico de la plaza Unamuno de Bilbao.
A partir de entonces dediqué mi atención a la pintura, dentro de las posibilidades que mis obligaciones me lo permitían, con un entusiasmo y una pasión que se fueron debilitando a medida que no encontré el éxito que esperaba, por lo que mucho más tarde, cuando me rompí la pierna por tercera vez y ya no pude pintar de pie, dejé el pincel, lo cambié por la tecla del ordenador y me dediqué a escribir, que es a lo que me dedico ahora.








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