martes, 26 de febrero de 2019

DOS MIL SETECIENTOS DIEZ Y SEIS








En dos días he visto la serie “Arde Madrid” de Paco León. 

Consta de ocho capítulos de treinta minutos cada uno.
En blanco y negro y sin obviar el estado de las cosas en el oscurantismo de aquella época sombría.
Jaime dice que todo lo que toca ese hombre lo convierte en oro.
Describe los años locos de Ava Gardner en Madrid en el año 1961.
A pesar de que yo vivía en Madrid en esa época, no me enteraba de nada.
¿Acaso se puede llamar vivir a estar interna en el colegio de Santa Isabel, al lado del hospital San Carlos que más tarde se convertiría en el museo Reina Sofía?
Lo que más me ha gustado de “Arde Madrid” es el casi monólogo final en el que una Inma Cuesta en estado de gracia describe lo que supone el matrimonio, me sentí identificada.
Me entretuvo y me divertí, había olvidado aquella época de mi vida y al recordarla reconocí que me habían robado la adolescencia.







lunes, 25 de febrero de 2019

DOS MIL SETECIENTOS QUINCE








Le preguntaron a Karl Lagerfeld:

¿Es usted feliz?

Y contestó:

No soy tan ambicioso.

Me sorprendió.
Pensé en mi y me comparé con él.
Yo soy muy ambiciosa, casi siempre quiero más.
Reconozco que soy más bien optimista y que cuando estoy contenta lo agradezco y deseo que ese estado dure eternamente.

Considero que la vida es un regalo precioso del que quiero ser consciente cada instante y así darme cuenta de que viviendo en el momento llamado ahora, tengo todo lo que preciso para ser feliz. 
Solo necesito concentrarme en la respiración, así me centro y me concentro en el presente.


Me gusta sentir gratitud.







domingo, 24 de febrero de 2019

DOS MIL SETECIENTOS CATORCE








Si me ofrecieran la posibilidad de firmar un papel, en el que me propusieran hacer el mismo plan que hice ayer, todos los sábados del año 2019 lo firmaría con entusiasmo.
Se trató de un evento que organizaron en Bilbao, en el hotel Ibis, en el que además de ver amigos queridos a los que hacía tiempo que no veía, pasaron varios videos de Prem Rawat a través de los cuales pude recordar mi vida desde que le reconocí como mi maestro.

Me hace feliz estar conectada con la paz que está dentro de mí.

Desde un punto de vista externo también he disfrutado y aprendido mucho, puesto que durante años le he seguido a través del planeta tierra y eso me ha ayudado a conocer gente de diferentes razas, ya que al hacer voluntariado he coincidido con personas de otras culturas.

Ahora me he vuelto sedentaria debido a las circunstancias, lo cual no significa que Prem Rawat esté parado. De hecho ayer estuve con unos amigos recién llegados de Los Ángeles en donde habían asistido a un evento con Prem Rawat.


Lo pasé bien de verdad, volví a casa contenta, con ganas de seguir sintiendo esa alegría fresca y sincera que solo la encuentro dentro de mí.








viernes, 22 de febrero de 2019

DOS MIL SETECIENTOS TRECE








Cuando había llegado a la conclusión de que las artes plásticas me habían dejado de interesar, me encuentro con alguien cuya estética despierta mi entusiasmo. 
Se trata de Thomas Hirschhorn, artista suizo residente en París quien, además de incluir al espectador en su trabajo, utiliza elementos de uso cotidiano con los que me identifico.
Veo los videos de sus exposiciones, instalaciones, conversaciones, explicaciones y todo lo que muestra y me conmueve su generosidad así como su valentía y entusiasmo.
Ha sido mi amigo de Kiev, Yuriy Sivirin quien me lo ha descubierto.
Yriy Sivirin conoce a muchos artistas contemporáneos de todo el mundo cuyo trabajo es fascinante, mucho más del que hacen los artistas que yo conozco.

Ahora me dedico a ver videos de artistas que me empiezan a embelesar. 
Es como despertar a la vida a través de algo que creía estaba muerto:
Mi pasón por el arte plástico.
No siento lo mismo, es diferente, ya no estoy dentro, pero me satisface mi condición de espectadora.

Como diría la actriz vasca residente en Quebec, Begoña Zabala, observo el mundo desde el palco.













martes, 19 de febrero de 2019

DOS MIL SETECIENTOS DOCE








He visto una película que me ha llevado a una parte de mi vida en que las circunstancias no parecían favorables.
Por dar dos mil pesetas a un chaval para comprar marihuana, me tuvieron tres días en comisaría, cuatro en la cárcel de Basauri y un poco más de cuatro meses en Peligrosidad Social, yendo a firmar al juzgado, no recuerdo si todas las semanas o cada quince días.

Lo pasé muy mal, no podía creer lo que estaba viviendo, una pesadilla que prometí no permitiría que volviera a suceder.

Fue una experiencia tremenda que me sirvió para aprender algo realmente importante:

Que yo tenía vida propia.

Hasta entonces, creía que era parte de un todo inseparable formado por mi marido y mis tres hijos.
En la prisión sentí que era un ser independiente. Mientras mi familia estaba en casa calentita, yo me encontraba en una situación espantosa, con el estómago encogido, sin saber lo que iban a hacer conmigo ni por qué estaba allí, no lo entendía, no estaba preparada para semejante episodio.

Por eso, a pesar de lo mal que lo pasé, agradezco al juez Carlos Divar que me diera la oportunidad de aprender a conocerme.

La película se llama “7 días”.

Me ha mantenido hipnotizada.







lunes, 18 de febrero de 2019

DOS MIL SETECIENTOS ONCE








He encontrado un amigo en Facebook con el que no puedo comunicarme porque es de Kiev y escribe en alfabeto ruso, que es una variante del cirílico, lo cual significa que no entiendo nada.
Aunque escribiera en alfabeto latino tampoco entendería, pero tal vez me resultara más familiar.
Es un gran artista, me impresiona su trabajo, ha estudiado arte y arquitectura en Kiev.
Publica su propia obra y la de otros artistas que a mi también me interesan.
Intenté comunicarme con él a través del traductor de Google pero no lo conseguí.

Hace tiempo que no me inmiscuyo en idiomas con un alfabeto que desconozco, pero recuerdo que en Tesalónica se me rompió la bisagra de la patilla de las gafas y necesitaba que me la compusieran con urgencia.
Gracias a mi conocimiento del alfabeto griego encontré una óptica y solucioné el problema en minutos.
Óptica viene del griego y hoy en día se dice igual: οπτική.

Recuerdo que mi amiga Cala Ampuero que había estudiado Filosofía en Deusto, conocía el alifato que es como se llama el alfabeto árabe.
Se fue a Marruecos en una furgoneta con un amigo y se perdieron al entrar en el desierto.
No sabían qué hacer, no había nadie por allí, no obstante encontraron un cartel escrito en Árabe, medio borrado por la arena y gracias a Cala, que pudo descifrar el significado, salieron indemnes de una embarazosa situación.

Hace años me interesó el Sánscrito y tras dar unas cuantas vueltas, encontré un jesuita en Deusto que se supone era la única persona en Bilbao experta en ese idioma.
Hablé con él. 
Me enteré de la importancia del Sánscrito porque me dijo que es el padre de todas las lenguas indoeuropeas, excepto el Vasco, el Finlandés, el Húngaro y el Turco.
Más tarde, en Delhi, conocí a un nepalí que se hospedaba en el Ashram de Aurobindo como yo y me contó que hablaba trece idiomas.
Al notar mi sorpresa, confesó que eso no era nada, puesto que sabiendo Sánscrito resulta muy fácil.









domingo, 17 de febrero de 2019

DOS MIL SETECIENTOS DIEZ








Me comenta una amiga que pronto cumplirá sesenta años y le produce cierto desasosiego. 
Añade: 

Supongo que como cuando tu cumpliste setenta.

No, no noté nada diferente. 
Sin embargo recuerdo que cuando Mattin cumplió treinta sintió algo especial, no demasiado agradable.

Esta conversación me obliga a plantearme mis sensaciones cuando cumplo años.
Nada. 
No siento nada. 
Los números no me afectan. 
Lo único que quiero y deseo es encontrarme bien de salud. Con eso me conformo.

Dentro de poco cumpliré setenta y tres años y me da exactamente igual.
Me sorprenden las personas que tienen noventa años o más y no solo se encuentran bien sino que hacen viajes largos, se embarcan en una relación amorosa e incluso siguen trabajando.
No me lo explico.


Pertenezco a una familia longeva pero me temo que yo estoy castigada.














martes, 12 de febrero de 2019

DOS MIL SETECIENTOS NUEVE








He adquirido una especie de hábito que me resulta agradable y se adquiere con facilidad, solo exige un poco de estudio previo.
Se trata de ver una película a última hora de la tarde.
Me refiero a una película en concreto, de la que me he informado tanto, que estoy casi segura de que me va a gustar o por lo menos entretener. A veces incluso me puede interesar, eso es lo mejor.
De momento estoy en la línea de cine español, que lo tenía abandonado después de marcharme del cine con la película de Bayona “Un monstruo vino a verme”.
Todavía caigo, sabiendo que es imposible que con ese título me pueda gustar algo. 
Doy mucha importancia a los títulos en todo, libros, películas, relatos, cuadros, instalaciones, nombres de bares, de personas, exposiciones, carteles, pero sigo tropezando en las mismas piedras.
No importa, aprenderé.
Bien, pues ahora estoy en racha, hace un par de días vi “Loving Pablo”.
Me impresionó la interpretación de Javier Bardem por lo que ayer vi “Todos lo saben”.
A pesar de que el director es iraní, Asghar Farhadi, la película es española.
He visto muchas películas de él, además de trabajar en Irán también lo hace en Francia y por lo que veo ahora, en España se desenvuelve como pez en el agua.
Magnífico cine. Encontrar un buen director, buenos actores y seguirles, es una gozada.

Tendré que seguir investigando para escoger la película de esta noche.







domingo, 10 de febrero de 2019

DOS MIL SETECIENTOS OCHO







Ayer vi una película que me sorprendió, me impresionó y me mantuvo expectante y complacida excepto algunos momentos que me resultaron excesivos. Es española, se llama “La enfermedad del domingo” y no conocía ni al director ni a las actrices protagonistas que son extraordinarias.
Yo creo que es una obra de culto. No sería capaz de recomendársela a cualquiera.
Está cuidada hasta en los más mínimos detalles y no quiero pensar en ella pero no me resulta fácil.
Se sale de lo acostumbrado.
Quise compararla con algún director conocido y solo se me ocurrió Bergman a sabiendas de que la conexión está a niveles profundos y sutiles.
Reconozco que me afectó porque luego, durante mis pensamientos nocturnos, me vino a la cabeza la relación que tuve con mi madre y en contra de lo que siempre había pensado sin dar opción al cambio, me di cuenta de la cantidad de disgustos y problemas que supuse para ella por mi inconsciencia y egoísmo.
Le pedí perdón aunque ya no sé si me oye y recordé que ya le había pedido perdón en vida por lo que me tranquilicé y dormí a pierna suelta.

Me gusta el cine y me entretiene por lo que he estado estudiando las posibilidades para ver otra peli hoy por la tarde. 
Hay varias cosas interesantes. 
Siempre intento saber lo que piensa Carlos Boyero.

Me identifico con su punto de vista porque es subjetivo.







sábado, 9 de febrero de 2019

DOS MIL SETECIENTOS SIETE









Desde que empecé a escribir me llegaron ondas por diferentes lados, todos fiables, de que el principal problema que se plantea una persona que escribe y publica, es que puede no hacer gracia lo que cuenta a las personas de su familia. 
Lo he reducido a “la familia” para abreviar y porque en mi caso se refiere a mis hijos.
En un momento dado en el que dije algo sobre mi matrimonio, Beatriz me comentó, seria y tranquila, que no le parecía correcto que escribiera sobre una persona que ya no está en este mundo porque no puede defenderse.
No quiero hacer daño a mis hijos, por lo que desde aquel momento me pienso dos veces lo que cuento.
En un diario puedo elegir entre lo que sucede durante veinticuatro horas por lo que no creo que usar el discernimiento perjudique mi expresión.

Sigo enferma, leyendo, meditando, pensando y sobre todo, de lo que más satisfecha me siento, es de que he empezado a ordenar mi horario, levantándome a una hora razonable a pesar de haber pasado una noche toledana, intentando dormir sin conseguirlo.
No me gusta abandonarme en el horario. Necesito cierto orden en mi vida. Me permití salir de un horario razonable casi sin darme cuenta a causa de las noches peregrinas y llegó un momento en que tuve que dar un puñetazo en la mesa y decir:
¡Basta!
Y eso ha sido hoy.

A veces hay que forzar un poco las cosas para que se pongan en sus sitio.









viernes, 8 de febrero de 2019

DOS MIL SETECIENTOS SEIS








He estado enferma con una fuerte gripe que me obligaba a estar en la cama sin poder disfrutar de la vida.
Estoy un poco mejor y me doy cuenta de que he pensado en muchas cosas, era casi lo único que podía hacer y creo que la más importante ha sido que he perdonado a las personas que considero que me han hecho más daño. Tal vez ya les había perdonado en otras ocasiones pero esta vez ha sido diferente o, por lo menos eso me parece.
He seguido pensando en lo liberador del perdón y he terminado perdonándome a mí, ya que en definitiva soy la que peor me he portado conmigo misma.
Así que ahora me siento más ligera.
Creo que al principio de esta enfermedad me sentí culpable por la cantidad de disparates que he hecho a lo largo de mi vida, uno detrás de otro, la ignorancia es peligrosa, sobre todo en mi caso que nací con el vicio de aprender.
Lo bueno de estar enferma de vez en cuando, que no lo deseo, es que al no tener fuerza para centrarme en nada, empiezo a dar vueltas a la cabeza y lo único que tengo a mano es mi propia vida. 

He leído “Seda” de Alessandro Baricco que me ha encantado excepto una carta al final a la que no le veo mucho sentido pero no importa, me ha gustado. Es el primer libro que leo de este autor.

Ahora estoy leyendo “Arenas movedizas” de Junichiro Tanizaki, de quien he leído otros libros y siempre me ha encantado, Ahora solo recuerdo “Elogio de sombra”.

La cultura japonesa me fascina.
Siento en el alma que cuando estuve en Japón no fui capaz de apreciarla porque estaba demasiado interesada en otros asuntos.
Una lástima porque está muy lejos y no creo que tenga ganas de volar tantas horas…










domingo, 3 de febrero de 2019

DOS MIL SETECIENTOS CINCO








El proyecto de Jaime que trataba de que escribiéramos un libro juntos, no prospera.
Hace unos días me envió el borrador en Word y he tratado de cambiar solo lo imprescindible, pero ha llegado el momento de negarme a seguir adelante.
Me disgusta el tema, sexo duro y más todavía me siento faltada al respeto por tener que leer un texto sin acentos y sin el mínimo cuidado en la sintaxis.
Llevo cinco años yendo a clase de escritura y nunca he visto que alguien presentara un texto tan descuidado.
Por lo que me cuenta, Jaime cree que ha puesto interés en este texto pero, aparte del tema que no lo puedo soportar, me parece igual o peor que el anterior.
No me hace gracia tener que negarme a escribir el libro con Jaime, él tenía mucha ilusión pero somos demasiado diferentes.
Desde hace años me he negado a escuchar sus aventuras sexuales, no solo no me interesaban sino que además me resulta desagradable hablar de ese tema con mi propio hijo.
Ni siquiera me gusta hablar de sexo con mis amigas.
Recuerdo con auténtica tristeza y cierto malestar un viaje a Londres que hicimos con mis padres y hermanos y el marido de mi hermana y el mío se empeñaron en que fuéramos al Soho para ver una actuación.
Lo pasé tan mal viendo a una chica joven, desnuda, masturbándose contra una columna del sórdido local, que me salían las lágrimas de verme en aquella situación.
Me ha costado tiempo y esfuerzo no meterme en situaciones desagradables y más todavía saber lo que tengo que hacer cuando no me encuentro a gusto en algún lugar.
Lo aprendí en India.
Fui a una conferencia de Prem Rawat y estaba tan a gusto que cambié el billete y me quedé dos semanas más de lo previsto.
Me hospedaba en el ashram de Aurobindo en Delhi y la comida era vegetariana y más bien ligera.
Hacía una vida austera, yoga, meditación, masajes y lectura.
Un día tuve una experiencia especial:
No estaba dormida ni despierta, simplemente veía pasar toda mi vida como en un viaje y cuando algo me resultaba desagradable me atascaba, me paraba y me marchaba.
Así pasó toda mi vida y cuando terminé, vi con nítida claridad que el secreto para no pasarlo mal cuando algo me disgusta, es marcharme sin dar explicaciones.

Desde entonces ya casi no tengo miedo a meterme en situaciones peligrosas aunque reconozco que rara vez lo hago, he aprendido a pensar las cosas antes de adquirir compromisos.











sábado, 2 de febrero de 2019

DOS MIL SETECIENTOS CUATRO







Ayer vi une película que me encantó exceptuando el final que me pareció demasiado comercial, pero no importa, disfruté.
Se llama "El libro verde".
Nunca he sido xenófoba, ni siquiera antes de saber que existía la discriminación entre blancos y negros.
Al contrario, cuando yo era pequeña y todavía no había salido de casa, había una familia de negros, los Jones, que vivía en Bilbao y me atraía muchísimo.
Cuánto más diferentes son más me gustan las personas.
Recuerdo que en Santurce, donde veraneábamos, había una campa que se veía desde al jardín de abajo en el que todos los veranos acampaba un carromato de gitanos con mucha gente, incluidos niños y perros. 
Ejercían en mi cierta fascinación, me gustaba mirarles aunque me daba vergüenza, me intrigaban y me daban un poco de envidia, parecían libres mientras yo estaba encerrada tras las vallas del jardín con mis hermanos y la mademoiselle Nicole, que venía en verano para hacer como que nos enseñaba francés.
Cuánto más exótica es la gente, más me apetece.
Me gustaría relacionarme con extraterrestres.
Tengo una amiga que me cuenta que ha estado en las naves con ellos y se lo pasaba bomba.
La primera vez que estuve en Whashington DC todavía existía discriminación, autobuses para negros y otros para blancos, no me lo podía creer, pensaba que eso se había resuelto hacía mucho tiempo.
Lo pasé mal, cogí manía a esa ciudad, no obstante más tarde volví para una conferencia de Prem Rawat y ya estaba más normalizado.
Cuando vivía en Malibu, Califormia, solo vi un negro que iba a la Pepperdine, la misma universidad a la que iba yo.