martes, 17 de marzo de 2020

TRES MIL SESENTA Y DOS









Me convendría aprender a ser humilde.
Por más que lo intento no lo consigo.
Sin ir más lejos, hoy por la mañana me he pegado un susto morrocotudo al darme cuenta de que me estaba aburriendo, de que la situación en la que vivo me sobrepasaba, que ya no podía más.
Veía a Beatriz y Jaime tan contentos, se organizan, no se quejan, lo mismo montan un Putting Green que una mesa de Ping Pong, que Beatriz organiza una House Party, que deciden comprar patatas para hacer una tortilla...
No les falta imaginación ni buen humor.
En cambio yo, que podría saber, por propia experiencia lo que significa el aislamiento, de repente me siento como vacía, como que no se me ocurre nada apetecible para ocupar mi tiempo.
Gracias a que no me faltan recursos, de repente me he acordado de que tengo técnicas que no fallan, a las que he acudido rauda y veloz y como de costumbre he vuelto a mi centro y he recuperado mi mismidad que es lo que me pone bien.
Por la tarde he vuelto a mis rutinas y todo ha ido sobre ruedas.
No me quiero imaginar lo que sucederá mañana, poco a poco me voy acostumbrando a vivir en el presente, es como una línea recta que sigue su curso perfecto.

Una vez recordé mi mantra:

Mi vida es una línea recta escrita con la palabra Gracias.
















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