De todas las cosa difíciles a las que me tengo que enfrentar cada día creo que la más dura es la de gestionar mi carácter.
Si estoy sola me arreglo bastante bien.
Soy capaz de perdonarme cuando me equivoco y tengo la suficiente paciencia para dame otra oportunidad.
No tengo un mal concepto de mí misma, creo que puedo aprender, que todavía estoy a tiempo.
Sin embargo y muy a mi pesar, reconozco que relacionarme con la gente me cuesta bastante y al utilizar la palabra "gente" me refiero a todo el mundo que me rodea, tanto si son conocidos como si no.
Las personas, los seres humanos, nuestros modos de comportarnos, la manera en que nos hablamos, los tonos de las voces, los gestos, los ritmos personales de cada uno, el lenguaje y millones de detalles que sin saber por qué me crispan y obligan a controlarme y a dominar mis pasiones, esas pasiones que trato de esconder pero salen en cuanto me descuido.
Me refiero a la ira sobre todo.
Intentó no enfadarme porque detesto ese estado pero también me cuesta dar mi brazo a torcer y tener que ceder y hacer como que no pasa nada, que es para lo que me habían educado.
Y de todas las personas que me crean esos problemas, las más difíciles son mis hijos.
No puedo negar que la madre naturaleza ha puesto en mi corazón un plus de amor, gracias al cual consigo mantener mi carácter a buen recaudo, para que las aguas no rebasen la justa medida.
Con mis amigas, en general, me resulta más fácil entenderme, aún así, a veces tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano porque de ellas espero más que de mis hijos.
Para resumir terminaré diciendo que tratar con los hombres es algo superior a mis fuerzas.
No existe posibilidad de entendimiento y no sé discutir ni quiero aprender.
Respecto a ellos he tirado la toalla.
Solo se salvan mis hijos y mis hermanos.
A Prem Rawat le entiendo tan bien que jamás he tenido un problema con él desde que en París le reconocí como mi maestro y desde entonces le sigo como una perra sedienta de su amor, que en definitiva es lo que soy.
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