sábado, 30 de junio de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS SESENTA Y TRES






A pesar de todo el tiempo que llevo viviendo en este planeta y de que he sido vapuleada por todas las esquinas, sigo siendo una ingenua que me creo casi todo lo que me dicen.

Mi profesora de Pilates, Berta Cabañas, me ha enviado una invitación para participar en un concurso, en el que me podía tocar un viaje a Punta Cana.
Nada me puede apetecer menos que irme hasta Punta Cana y pasar un calor horroroso y estar quince horas metida en un avión y después tener jet lag y estar deseando volver a casa, no obstante lo he solicitado y ya han empezado a decirme que es falso.
Tenía que invitar a veinte personas para que participaran.
No tengo demasiado complejo de inocente pero debería de tenerlo.

No importa, ha sido simpático encontrarme esa posibilidad nada más abrir el ordenador por la mañana.

En cambio, hay algo que sí me está saliendo bien y es la crema o pomada de marihuana.
Me está quitando el dolor de las piernas y como casi me había olvidado de lo que es vivir sin dolor, estoy entusiasmada, animada, con ganas de vivir a tope y de hacer las cosas que me gustan.

De momento me voy a Bilbao, he quedado para comer con la Rosa Sin Espinas y de paso, ya que tengo intención de ir por la ría, intentaré sacar fotos.

La ría de Bilbao ha cambiado desde que quitaron los hornos altos, pero sigue teniendo un encanto especial, luces, sombras, misterios, de todo.

Un paisaje encantador y además casi no pasan coches.






viernes, 29 de junio de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS SESENTA Y DOS







Cada día, al ver en FaceBook la contaminación de los ríos, lagos y océanos, debido a los grandes basureros de plástico que están envenenando los ecosistemas, siento una profunda tristeza y aunque hay voluntarios que hacen esfuerzo para limpiarlos, no conseguirán un buen trabajo mientras el resto de la población sigamos usando plástico y tirándolo en cualquier sitio.

Amo tanto la tierra que me duele no ser cuidadosa con ella.
Gracias al ejemplo que nos dan los europeos del norte y los americanos del sur, se está concienciando a la sociedad de la importancia de utilizar otros materiales.

Insisto en este tema porque veo peces llenos de plástico en su interior, peces que se alimentan de plástico que confunden con comida, ballenas hinchadas de basura y basureros enteros donde los niños juegan y viven.


No puedo seguir hablando de este tema, se me llenan los ojos de lágrimas y no quiero sentirme culpable.










jueves, 28 de junio de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS SESENTA Y UNO








Hace tres o cuatro semanas me caí por unas escaleras en la plaza de la reina Maria Cristina de Algorta y conseguí terminar sentada, por lo que me quedé encantada por haberme caído tan bien, puesto que me había librado de lo que podía haber sido una caída mortal o casi.
Me ayudaron a levantarme y parecía que no me dolía nada.
Así pasaron unos días hasta que un día, por la mañana, casi no podía tenerme de pie porque las piernas me dolían.
Poco a poco, con una muleta conseguí moverme.
El médico me dijo que tomara tres paracetamoles cada día.
Así lo hice pero las piernas me seguían doliendo al estar de pie y al andar.
Solo me encontraba bien sentada o tumbada.

Pasaron los días y el dolor persistía.
Hablé con el dueño de Sagar, que es la tienda de dietética donde compro todos los productos ecológicos y me recomendó una crema de marihuana.
Tuvo que pedirla y ayer la recogí.

Desde el momento en que me hice un masaje con Cannabidol, me entró un gran calor en las piernas.
Aguanté estoicamente ¿qué otra cosa podía hacer? hasta que pasada una media hora se pasó y me quedé tranquila.
Por la noche volví a darme la crema y otra vez el calor.
Recomiendan que lo haga dos o tres veces al día.
Hoy me siguen doliendo las piernas pero de una manera más ordenada.
La pierna buena casi no me duele y la que me rompí, me duele en lugares concretos, sobre todo los popliteos.

No tengo ganas de andar ni de salir de casa.








miércoles, 27 de junio de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS SESENTA







En una web de Teherán sobre arte contemporáneo, he visto un video de 22 minutos que me ha emocionado.

Trataba de un hombre de mediana edad que se hallaba en un terreno muy seco y polvoriento, tocando con delicadeza las hojas verdes de una planta pequeña.
Mientras ordenaba las piedras que la protegían, contaba que hace años estaba tan triste y se encontraba tan afligido que pensó en suicidarse.

Mientras hablaba, poco y lentamente, se iba viendo como se dirigía a otras plantitas y luego al manantial con unas latas grandes que llenaba de agua.
Se notaba el calor ambiental a jugar por lo despacio que se movía y por la aridez del terreno, pero él iba poco a poco, sin quejarse.

Regaba las plantas, algunas eran grandes, había pasado el tiempo.

Había convertido aquel terreno hostil en un vergel sombrío, en el que tenía su cabaña donde descansaba al terminar su trabajo, tomando un té y fumando un cigarrillo.
Gracias a plantar árboles se había convertido en un hombre feliz.

Él mismo había encontrado la manera de salir de una profunda depresión, plantando árboles.


El video se llama: “El hombre que planta árboles”








martes, 26 de junio de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS CINCUENTA Y NUEVE






Necesito vacaciones.
Me refiero a no tener nada que hacer.
De momento ya he retrasado todas las citas con los médicos para la semana que viene y le he dicho a la profesora de Pilates que durante el mes de julio no voy a ir, agosto se da por hecho.
Me gustaría no ir a los médicos pero no me atrevo, estoy fuerte, pero no tanto.

No sé si estoy cansada o me he vuelto vaga.
Duermo como un lirón y a pesar de que me levanto tarde, me quedaría en la cama muy a gusto.
No obstante no quiero abandonarme.

Mis hijos no paran, casi no les veo, salen, entran, se cambian de ropa, vuelven.
Morenos, contentos, deprisa, parece que les persiguen, siempre tienen planes, me recuerdan a cuando yo era joven que no podía parar, necesitaba salir, estar con gente, novedades.

Ahora mi mayor felicidad consiste en estar en casa tranquilamente.
Todavía no he preparado las cosas de verano, los bikinis, las cremas, las toallas, las pamelas y viseras, poco a poco.

Recuerdo que Maria Luz, la madre de Carlos mi exmarido, iba a la playa todos los días hasta que se hizo muy mayor, incluso a Biarritz, tenía un humor excelente.

Y yo aquí, delante del ordenador, mirando a la terraza, viendo cómo se acercan las mariposas a visitar mis plantas.






lunes, 25 de junio de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS CINCUENTA Y OCHO







Ayer tuve un día de altibajos, del que espero acordarme para que no se repita.
Tenía un evento en Bilbao y se me ocurrió llamarle a una amiga, Virginia que sabía que iría, para ofrecerle llevarla en mi coche.
Aceptó encantada y antes de terminar la conversación, se le ocurrió que tal vez sería mejor que fuéramos las dos en su coche, siempre que volviéramos en cuanto terminase el plan, porque ella quería sacar fotos de la puesta del sol en Sopelana.
Me pareció bien.
No recordé que es una mujer que no tiene sentido del tiempo y que cuando la conocí, presumía de no tener reloj.
Éramos muy amigas.
La tuve como profesora de informática.
Todas las tardes de cinco a siete.
Solía llegar tarde, muy tarde, a lo mejor a las seis, por lo que yo me ponía nerviosa y ya no podía hacer nada a partir de las ocho, ya que ella cumplía sus dos horas o más incluso, si era necesario.
Aquella época de mi vida fue horrorosa.
Yo lo aguantaba pero me ponía enferma.

Total que ayer, después del evento al volver a Getxo nos ofreció, a Rosa, la que no tiene espinas no, otra, que vino con nosotras y a mí, que fuéramos con ella a sacar las fotos de la puesta de sol.

Ya tenía calculada la hora, sería a las 21:46.
Ambas accedimos encantadas.
Nos sentamos en el maravilloso bar “El Peñón”.
Todavía era de día, creo que ayer fue el día más largo del año.
Solo teníamos que esperar a que bajara el sol mientras tomábamos algo charlando alegremente en un lugar precioso.

Nunca he visto el famoso rayo verde a pesar de que lo he intentado en numerosas ocasiones.

Hacia las 21:45, Virginia se levantó sin decir nada y desapareció con su Nikon y su trípode.
Rosa y yo permanecimos sentadas, mientras contemplábamos cómo el sol bajaba cada vez más deprisa.
Llegado el momento en el que la bola naranja casi toca el agua, nos levantamos con nuestros móviles y nos colocamos en un lugar perfecto, justo enfrente del extraordinario momento.
La gente callaba extasiada ante tanta belleza.
Yo saqué muchísimas fotos, todas muy parecidas y cuando el sol se metió, no vi el famoso rayo verde.
Rosa, que sí lo había visto en otras ocasiones, me dijo que era imprescindible que el cielo estuviera limpio, sin una sola nube.
No importa.
Todo estaba precioso y el crepúsculo fue todavía más glorioso.

Rosa y yo volvimos a la mesa con intención de marcharnos.
Virginia no había llegado.
Tal vez habría bajado a la playa para hacer las fotos más cerca.
Ya estaba de noche y en la playa había alguna figura pero ninguna correspondía a ella.

Esperamos, esperamos, esperamos y llegó un momento en que empezó a refrescar.
Yo había dejado mi chaleco en el coche de Virginia y quería ir a mi casa.
Le dije a Rosa:

Vámonos.

Rosa accedió, tampoco se encontraba bien, había tomado unas patatas fritas y le habían sentado mal.

¿Cómo vamos a ir?

A dedo, mucha gente irá a Getxo.

Justo cuando llegábamos al parking, vimos a Virginia que nos contó encantada, que había subido al monte para hacer fotos desde una perspectiva diferente.

Se disculpó y volvimos a casa tan contentas.
Yo solo dije:

Una y no más.






domingo, 24 de junio de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS CINCUENTA Y SIETE






Mientras desayunaba, he estado viendo un programa sobre Los Ángeles, de cuyos años pasados allí guardo bellos recuerdos.
El propósito de vivir en Malibu estaba relacionado con un asunto de voluntariado que me hacía muy feliz y al mismo tiempo iba a la Pepperdine University para estudiar inglés y trabajaba en mi arte, que cambió bastante bajo la influencia del sol californiano.
Expuse varias veces y a pesar de que enseguida me vino a buscar un marchante, tampoco tuve éxito.

Debido a mis ocupaciones, no estaba demasiado involucrada en la vida americana. porque donde yo me movía había gente de diversos países, tanto europeos como asiáticos y latinos.

No obstante tuve la oportunidad de llegar a tener mis propias opiniones sobre los americanos.
Pues bien, llegué a la conclusión de que lo que salva a Los Ángeles, son los mejicanos que trabajan allí.
Siempre están contentos y dispuestos a hacer un favor con gran simpatía, interés y cariño, mientras que los americanos son fríos.
A veces he encontrado americanos que al cabo de mucho tiempo han demostrado cierta simpatía, pero al principio me resultó difícil integrarme, ya que se mostraban escurridizos.
Considero imprescindible hablar bien inglés para poder disfrutar del "American way style" y no es fácil llegar a tener la soltura necesaria.


En conjunto resultó una experiencia maravillosa y de no ser porque se terminó la oportunidad del voluntariado, es posible que todavía estuviera allí.





sábado, 23 de junio de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS CINCUENTA Y SEIS








Parece que ha empezado el verano.
Hace un día maravilloso, pero es sábado y Jaime, que ha vuelto de la playa hace un rato, sus horarios son tempraneros, me ha dicho que había mucha gente y demasiados coches en la carretera, por lo que he decidido quedarme en casa y cuando quiera tomar el aire, iré a la terraza a visitar a mis plantas, que alegran mi existencia con la paz y la belleza que me trasmiten.

Por lo demás, Lisa me ha regalado un libro de culto feminista “I love Dick”.
La crítica dice lo siguiente:

I Love Dick está inspirada en la obra homónima de la autora Chris Kraus, un libro que, partiendo del formato epistolar, mezcla la teoría crítica, la filosofía y la crítica de arte y se convierte en un manifiesto feminista que, de alguna forma, podría partir de las reflexiones sobre la mujer como artista y el cuestionamiento de la existencia de un arte femenino de los que hablaba Virginia Woolf en Una habitación propia. (sic)

Me gustan los fines de semana, no tengo obligaciones excepto las que yo me impongo.
Me permito el lujo de levantarme más tarde de lo habitual y de no comprometerme con nada ni con nadie.

La sensación de tener todo el día por delante para hacer exactamente lo que me apetezca, es el mejor regalo que me puedo hacer a mí misma.

He empezado a hacer algo que recomendaron ayer en Tuit:

Pide disculpas a tu cuerpo.

Lo he hecho con gran sinceridad porque en ocasiones no lo he tratado bien y le he exigido más de lo que puede dar.

Espero que las acepte y empiece a comportarse con piedad.








viernes, 22 de junio de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS CINCUENTA Y CINCO







Charlaba ayer con mi hijo pequeño sobre la importancia de los idiomas, que yo he abandonado para dedicarme solo al castellano, mientras él se consagra en cuerpo y alma al alemán con el que está entusiasmado, ya que le gustaría estudiar el idealismo alemán.

Le comenté que mis autores españoles favoritos recomiendan leer a los clásicos.
Él respondió:

Le estoy leyendo a Odita “La República” de Platón.

¿Le interesa?

No sé, pero se duerme en cuanto empiezo.

Por otro lado mantuve una conversación con Jaime que se empeñó en cantar las glorias de Pérez Reverte, que no es santo de mi devoción.
Insistió en defenderle diciendo que es académico de la RAE*.

No podía concentrarme en mis asuntos porque me parecía que esa conversación no se había rematado, por lo que di unos golpecitos en la puerta de su cuarto y dijo:

Si, pasa.

No necesité pasar.
Desde la puerta abierta, le dije:

Lo que quería decirte es que no siento respeto por Pérez Reverte, no tengo nada contra él, pero no me gusta su modo.

Yo no te digo que me gusten sus libros, no los leo, pero me gustan sus artículos.

Me quedé más tranquila.
Sé que no es fácil hablar de literatura con cualquiera.
Incluso Herman Hesse, a quien adoro, no es para todos los públicos.

Yo me enamoré de tal manera cuando siendo joven leí Shidarta, que seguí con toda su obra, un libro detrás de otro, entusiasmada con la profundidad de sus textos, ya que hasta entonces casi todo lo que leía eran obras francesas, que llenaron mi cabeza de pájaros.

Pájaros de mil colores y trinos encantadores, que encaminaron mi juventud hacia el amor, como única salida a una adolescencia reprimida en internados religiosos.


*Real Academia de la Lengua Española








jueves, 21 de junio de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS CINCUENTA Y CUATRO







Dejar de fumar me resultó tan fácil que creo que fue un milagro.
Fumaba Marlboro americano de contrabando.
Compraba cartones en un bar de las Arenas cuyo propietario los envolvía en papel de periódico.

Fumaba todo el tiempo, era como un tic nervioso.
En aquella época se podía fumar en todas partes, incluidos los hospitales.

A veces me daban ataques de tos y parecía que me iba a morir.
Sabía que no podía seguir así, que era un disparate fumar tanto, oliendo siempre a tabaco, molestando a la gente que estaba a mi alrededor.
Hacía cosas horrorosas, como levantarme a las seis de la mañana para ir a comprar tabaco en el bar La Vega, que era el primero que abría. 
Me avergonzaba de mí misma y de mi falta de voluntad.

Estuve yendo a un acupuntur coreano que vivía en Baracaldo, que consiguió hacer que el tabaco me supiera muy mal, pero no me quitó las ganas de fumar, por lo que en cuanto terminé el tratamiento, volví a las andadas.

Tuve suerte.
Me enteré de que un amigo de Madrid, Antonio Moraga, había estudiado PNL* en la universidad de Pune, Maharastra, en el oeste de India.
Vivía en Madrid.

Le llamé por teléfono y cuando iba a abrir su agenda para darme un cita, me entró un ataque de tos, por lo que Antonio me dijo que tenía que ir lo antes posible.
Me convocó para el día siguiente.

Al levantarme por la mañana, nada me podía apetecer menos que ir a Madrid y sin embargo lo hice.
Saqué fuerzas de flaqueza.

Llegué a su casa con mi paquete de Marlboro y mi mechero escondidos en mi bolso, me costaba creer que yo fuera capaz de dejar de fumar.
Él estaba seguro de que el tratamiento funcionaría, como con todas las personas a las que se lo había hecho.

Efectivamente.
Me tuvo dos horas, el doble de lo normal, pero salí de allí sin ganas de fumar.
Han pasado veintisiete años y nunca me ha apetecido fumar, más bien lo contrario.
Me molesta el olor, el humo y todo lo relacionado con el tabaco.

Estoy agradecida a Antonio Moraga y a todas las personas que me preguntan les doy su teléfono.



*Programación Neuro Lingüistica




miércoles, 20 de junio de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS CINCUENTA Y TRES







«Las faltas de ortografía me duelen como si me amputaran un brazo»

Frase del escritor, poeta y helenista Ramón Irigoyen con la que me siento identificada, pero no tanto.
Creo que exagera un poco.
A mi también me duelen las faltas de ortografía, pero no quiero imaginarme lo que sería que me amputaran un brazo.

Todo lo que escribe Ramón Irigoyen me interesa.
Nació en Navarra y vivió tres años en Grecia donde aprendió tanto, que a menudo en sus escritos de refiere a los clásicos griegos como si fueran sus amigos, con los que acaba de romper vasos en una taberna del Peloponeso.

Me suele costar leerle porque yo no estoy relacionada con los escritores que él conoce.
Tendría que empezar por el principio.
En el último artículo que ha publicado en el “Diario de Navarra” habla sobre la 77ª Feria del Libro de Madrid, cuyo país invitado ha sido Rumanía.

Habla con un desparpajo sin límites sobre los escritores rumanos.
De momento yo solo conozco a Cioran, gracias a que la mayoría de sus obras se publicaron en francés.
Su obra literaria demuestra una inteligencia lúcida de tipo pesimista.


Leer a Irigoyen invita a sumergirse en los clásicos, tal es el placer que se deriva de lo que él explica.
Luis Alberto de Cuenca también insiste en la importancia de este tema.