lunes, 30 de abril de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS SIETE







Me viene a la cabeza algo que sucedió hace muchos años, cuando Las Arenas era un hervidero de drogas y toxicómanos.
Casi todo se negociaba en un bareto muy simpático que se llamaba Caracas.
No solo era el lugar de encuentro de los aficionados a ese tema, sino también el lugar donde pasábamos el rato esperando a que vinieran los camellos o simplemente leyendo el periódico.
Eran tiempos difíciles.

Todos nos conocíamos en mayor o menor medida.

Había una chica joven, bastante nueva en la movida cuyo nombre no recuerdo pero sí que la llamaban “La Lija”.
Andaba por allí bastante despistada pero parecía simpática.

Me contaron que un día, dos hermanos, conocidos traficantes y un tercero al que llamaban “El Morros”, la invitaron a ir con ellos al campo para fumar unos porros y escuchar música.
Ella accedió.
Al llegar a un lugar solitario, intentaron violarla.
La chica se resistió y al ver que no tenía nada que hacer para evitarlo, les dijo que estaba de acuerdo, pero que lo hicieran de uno en uno.
Se negaron rotundamente y manifestaron que querían hacerlo los tres a la vez.

No sé más.

No sé lo que pasó después, no recuerdo nada.







domingo, 29 de abril de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS SEIS







He llegado a un momento en mi vida, en que siento una verdadera atracción por el campo y el contacto con la naturaleza.
Tengo la sensación de que hasta ahora me sentía más a gusto en la ciudad y en lo que ella me ofrece.
Me gustan los museos, los cines, las tiendas, las librerías, los restaurantes y la gente que se pasea por la calle, sobre todo en las grandes ciudades como París, Nueva York o Londres.
No obstante, ahora prefiero ir al campo y pasearme a la sombra de los árboles, abrazarme a alguno que me haga sentirme segura y comer en un caserío donde los dueños cultivan su huerta y la etxeko andre (ama de casa en Euskera), cocina con amor.

Tengo la sensación de que el verde me cura.
Al llegar a casa después de un día pasado en la naturaleza me siento renovada.

A lo largo de mi vida he estado en contacto con la mar, he navegado, he pescado, he nadado, he ido a playas salvajes, pero hasta ahora no había sentido esa atracción por el campo, por al vacío aparente que ofrece, hasta que me tumbo a la sombra de un roble y me quedo adormecida escuchando el canto de los pájaros.

La verdad es que todos los sonidos me deleitan.
Los cencerros de las vacas, el rebuzno de un burro, las campanas de una iglesia, el balido de una cabra, el canto de un gallo y sobre todo, me quedo entusiasmada cuando escucho el canto de los pájaros, sobre todo si tengo la fortuna de escuchar a un ruiseñor.













sábado, 28 de abril de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS CINCO







Hoy, Prem Rawat ha dado una conferencia en Munich.
La ventaja de las nuevas tecnologías es que he podido asistir desde mi casa a través de internet.
Me ha gustado tanto, que quisiera escribir algo que me ha hecho recapacitar y que espero que me sirva para ponerlo en práctica cuando algo me irrite y me den ganas de enfadarme.

Es una historia que sucedió en la India.

Había un rey al que le entraron las ganas de conquistar el reino vecino para agrandar el suyo, pero le entraros las dudas, porque tal vez si empezaba una guerra, tendría que ir al frente de su armada y probablemente moriría.
No podía cambiarlo.
Así se hacían las guerras en aquella época.

Empezó a darle vueltas a su cabeza pensando que tenía posibilidades de ir al infierno y no le hacía gracia.
Dudaba.

¿Qué es el infierno?

Se preguntaba y no sabía la respuesta.

Salió a pasear para despejar su cabeza y vio a lo lejos a una hombre con aspecto de sabio.
Se acercó a él y le preguntó:

Señor, usted es viejo, ha vivido mucho y tiene pinta de saber mucho.
¿Podría decirme la diferencia entre el cielo y el infierno?

El hombre respondió:

Perdone, pero vengo de muy lejos y estoy cansado, quiero llegar a mi casa.

El rey se encolerizó y le dijo en un tono que mostraba su enfado:

¿Cómo se atreve usted a decirme eso?
¿No sabe quién soy?
Yo soy el rey y todos me obedecen.

El hombre sonrió y le dijo:

Majestad, ahora usted está en el infierno.

El rey recapacitó y se dio cuenta de que realmente estaba fuera de sí.
Reaccionó y le pidió perdón.

Tiene razón.
Me he dejado llevar por la ira a pesar de que usted ha sido amable conmigo, está cansado y yo tenía que haberle comprendido y preguntarle con humildad.
Le pido perdón, usted me ha enseñado lo que es el infierno y se lo agradezco.

Entonces, el sabio le dijo:

Ahora usted está en el cielo Majestad.









viernes, 27 de abril de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS CUATRO







A veces me pregunto si debo ocuparme de lo que sucede en mi entorno y me dan ganas de tomar la decisión de mirar para otro lado.
Me refiero a casi todo lo que no es arte y literatura, es decir política.
Entonces me acuerdo de que Platón decía que no ocuparse de los asuntos públicos, es de idiotas.
Hasta que leí eso no me preocupaba de nada y vivía en la inopia, como un animalito, me aburrían esas materias.
Ahora estoy al tanto de lo que sucede y me siento más integrada en la comunidad, aunque no discuto y solo hablo del tema con las personas que están en una línea parecida a la mía, aunque incluso con esas personas, suelo tener divergencias.

Ayer, por ejemplo, cuando llegué a casa después de haber estado en el campo todo el día, me encontré con el asunto de la manada (perdón por la palabra) y la terrible sentencia.
Llegó Jaime y le conté que estaba escuchando todo el tema en un programa especial de radio Euskadi.
Grande fue mi sorpresa, cuando Jaime trató de convencerme de que la sentencia podía ser correcta.

Me quedé perpleja.
Me dijo que la había leído y que todo estaba en orden.
Me callé, porque cuanto vi que la dichosa sentencia constaba de más de trescientas páginas en términos jurídicos, preferí escuchar lo que contaban en la radio.

Me quedé un poco preocupada al constatar que Jaime es machista.
Sabía que no es feminista, pero nunca imaginé que realmente pensara que una niña de diez y ocho años metida en un portal con cinco maromos de treinta años, borrachos y desmelenados, lo hiciera de motu propio y muy a gusto.
Once penetraciones en total, vaginales, anales y orales.

Seguí dando vueltas al tema y llegué a la conclusión de que no puedo ni debo meterme donde nadie me llama.
Jaime tiene casi cincuenta años, es un hombre hecho y derecho, se comporta bien, no hace excesos, está fuerte y sano y conmigo es encantador y con su hermana más todavía.

Vivimos en un ambiente en el que el machismo impera.


¿Quién soy yo para cambiar a otra persona, si ni siquiera soy capaz de cambiarme a mí misma?







jueves, 26 de abril de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS TRES






He pasado un día maravilloso aunque no he conseguido lo que quería.
Rara vez consigo lo que quiero a la primera, no me importa, por lo menos ya he aprendido lo que tengo que hacer cuando lo vuelva a intentar, espero.
Se trataba de visitar, por primera vez en nuestra vida, la famosa cascada de Uguna, de la que he vista tantas fotos y he leído tanto que estaba deseando conocerla en vivo y en directo, escuchando su sonido y en un momento en que me consta que estaría cargada de agua, por todo lo que ha llovido últimamente.

Así que allí nos hemos dirigido la “Rosa sin espinas“ y yo.
Como de costumbre cuando no conocemos el camino, hemos dado varias vueltas por el alto de Barazar, y cansadas y hambrientas hemos decidido comer El Arratiano que tenía mejor aspecto que el otro restaurante que está en el alto de Barazar y cuyo parking estaba lleno de camiones.
Efectivamente, en el comedor solo había hombres que tenían aspecto de camioneros bien alimentados.

Hemos comido bien, en planrústico, pero no nos hemos quejado.
Tras un café para quitarnos la somnolencia, hemos preguntado al chico de la barra, a ver cómo podíamos encontrar la famosa cascada.
Con su explicación hemos entrado en el parque del Gorbea, un primer paso, que me ha hecho ilusión ya que desde hace tiempo tenía ganas de conocerlo.
Estaba precioso.
Hemos recorrido varias pistas y hemos encontrado un riachuelo que posiblemente empezaría en nuestra cascada, pero no hemos sido capaz de encontrarla.

Al salir me he dado cuenta de que necesitaba gasolina, he parado en la primera gasolinera y le he contado lo que nos ha pasado al encargado, que me ha enseñado un mapita hecho a mano en donde parece bien explicado el difícil acceso.

Aconsejada por él he hecho una foto y hemos dejado el plan para otra ocasión, que no se si será cercana porque Rosita me ha dicho que le apetece hacer un plan marinero.






miércoles, 25 de abril de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS DOS






Me aconsejan que regale a mi madre un libro en el día de la madre.
Me parece una falta de sensibilidad.
¿Acaso no se han enterado de que mi madre ya se fue hace varios años?

Cuando todavía estaba aquí, a veces le regalaba libros, sobre todo cuando alguno me había gustado mucho y pensaba que a ella también le gustaría.

Recuerdo que, cuando leí La montaña mágica de Thomas Mann, me cautivó de tal manera, que lo consideré apropiado para ella y se lo regalé con ilusión.
Estaba bastante garantizado que seria de su agrado, puesto que es alemán y mi madre, que presumía de tener un carácter alemán, heredado de su abuelo materno, que se apellidaba Nordhausen, no obstante no solo no le gustó, sino que más bien le aburrió.

Comprendo que es un libro lento y que no ocurren cosas extraordinarios, pero a mí me encantó, me pareció muy placentero y aprendí que en los lugares para curarse, los visitantes pueden enfermarse.

Thomas Mann había ganado el premio Nobel, aunque no con ese libro sino con los Los Buddenbrook que es mejor y más entretenido, pero todavía yo no lo había leído.

A mi me encanta la literatura alemana.
Conocí a una persona que había sido capaz de hacer el esfuerzo de aprender alemán, para poder leer a Goethe en versión original.

Mientras escribo este texto aparece mi hijo Jaime que habla alemán muy bien y le comento este párrafo.
Me cuenta que el vocabulario de Goethe tiene cincuenta mil palabras y que incluso él, que ha vivido en Alemania y ha trabajado en alemán, tiene que hacer tanto esfuerzo para leer a Goethe, que no disfruta.

Cuando mis hijos eran pequeños les mandé al colegio alemán, porque me parecía que las personas que habían estudiado allí, estaban más y mejor preparadas que las demás.
Para poder ayudarles, me apunté en una academia de Bilbao en la que aprender alemán yo también, pero no conseguí nada.
Echaron a mis niños unos detrás de otro y no me importó porque tenían que entrar muy temprano y además, no eran felices.

Ahora, dado que mi hijo el pequeño vive en Berlín, estoy estudiando alemán con el ordenador, cinco minutos cada día cuando me meto en la cama y así, tontamente, he aprendido a decir algunas palabras esenciales para cuando vaya a visitarle.

Me encantan los idiomas y lo bueno del alemán es que la pronunciación no es difícil para los españoles.








martes, 24 de abril de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS UNO







Me encanta que se celebre el día del Libro, aunque me gustaría que lo hicieran una vez al mes por lo menos.
Me produce un placer extraordinario que en los medios de comunicación hablen de literatura y hagan entrevistas a personas interesantes, como ayer, por ejemplo, cuando Sergio Ramírez, el  ganador del premio Cervantes, escritor nicaragüense, habló sin pelos en la lengua, con una valentía emocionante, no solo de lo que sucede en su país sino de todos los horrores que son aplicables a lo que sufre la humanidad, a causa del despotismo de los mandatarios.

He leído su discurso, en el que sobre todo, sin dejar de lado a Cervantes a quien agradece el castellano, elogia a Rubén Darío, como revolucionario literario de la escritura nicaragüense.

Cuando vivía en Malibu, tenía un amigo originario de Nicaragua, aunque vivía en Los Ángeles desde pequeño y adoraba a Rubén.

Me hablaba de Rubén y recitaba sus versos de memoria.

Recuerdo el que más me impactó, pero he olvidado el título y por más que lo intento no consigo encontrarlo.
Se trataba de un canto a un clavo oxidado en un barco que, a pesar de los bandazos del agua y del esfuerzo que tenía que hacer para seguir siendo una pieza que cumple su tarea, que es fundamental para mantener el barco entero, lo consigue.

Me encantaba ese poema.
Me gusta dar importancia a lo que parece que no la tiene y sin embargo, es fundamental para que todo siga su curso.


Sergio Ramírez domina la palabra, hace bordados con ella y elogia a los que considera sus maestros, me gusta.






lunes, 23 de abril de 2018

DOS MIL DOSCIENTOS







Parece ser que el libro más leído en el año 2017, ha sido el catálogo de Ikea.
Mi primera reacción ha sido la risa.
Pero también me hace pensar.
Para empezar, me encanta Ikea y creo que en la parte del planeta donde nos encontramos, es necesario aprender algunas cosas de los suecos.
Somos acumuladores, barrocos y no tenemos buen gusto, además de que nos complicamos la vida.

Tengo que confesar que las pocas cosas que necesito comprar para la casa, son de Ikea.
Cuando voy a Ikea, suele estar lleno y me alegro, ya que eso significa que la gente está aprendiendo a simplificarse la vida.
Tenemos que aprender a desprendernos de las moquetas llenas de ácaros, del ruido que hacen las aspiradoras y del trabajo que dan los cubiertos de placa o alpaca.

Cada vez que se muere alguien de la familia me suelen ofrecer muebles y objetos de los que no quiero ni oír hablar.

Lisa, la madre de mi nieta, es sueca y detesta Ikea porque se ha pasado la vida rodeada de piezas de Ikea y se ha hartado.
No obstante, tiene una butaca del siglo XIX que heredó de su abuela, grande y muy bonita, que ocupa casi todo el mini apartamento en el que habitan en Berlín.

Leí una entrevista que le hacían a un decorador muy exitoso de Madrid.
Le preguntaban cómo sería la casa de sus sueños y contestó que lo que más le gustaría es tener un apartamento vacío y decorarlo con muebles de Ikea.

Cuando yo era toxicómana, intentaba sacar dinero de donde fuera aunque claro, no atracaba bancos y recuerdo que mi hermana Maria Victoria solía contar que necesitaba una persona, solo para que limpiara la plata de su casa.
Un día que fui a visitarla, al salir vi una pareja de ciervos y me los llevé tan contenta.
Grande fue mi decepción cuando en un piso de las Arenas  que se llamaba  “Compro oro y plata” me dijeron que eran de alpaca, lo cual significaba que no valían nada.

Salí de esa casa con tanta rabia, que los tiré en una papelera de la calle. 





domingo, 22 de abril de 2018

DOS MIL CIENTO NUEVE







He leído una frase de Pateur en la que afirma que lo importante no es el germen, sino el terreno.
Me ha hecho pensar.
Creo que significa que en un cuerpo sano, alcalino, por mucho que quiera estropearlo un germen nocivo, no lo va a conseguir.
De ahí la importancia de cuidarse mucho.
Yo le doy gran importancia a la salud.
He hecho tantos excesos a lo largo de mi vida, que debería de pasarme lo que me queda de vida dando gracias al cielo por lo bien que me encuentro.
¡Que ignorancia la mía y qué soberbia!
Pensando que era inmune a las enfermedades.
Podía hacer toda clase de disparates y me levantaba por la mañana, en caso de acostarme, como nueva.

Ahora agradezco la vida y cada respiración.
Y también intento prepararme para la muerte porque no tengo ni idea de cuando vendrá y en qué consiste.
Hace un par de días murió Pedro Erquicia, que era un buen amigo y un poco mayor que yo.
Antes se morían mis padres, mis tíos y los padres de mis amigos.
Ahora se mueren mis amigos.
Tengo la sensación de que he vivido una parte importante de mi vida y ahora tengo que estar preparada para cuando me toque bajarme del tren de la vida.








sábado, 21 de abril de 2018

DOS MIL CIENTO OCHO







Doy vueltas al perdón y me doy cuenta de que por mucho que quiera perdonar con el corazón y la cabeza, se me quedan dentro los malos ratos que me hicieron pasar algunas personas, sobre todo en conflictos que me afectaban y pasan los años y de repente, por una nadería, salta una chispa y me dan ganas de soltar todos los sapos y culebras que tenía escondidos y no lo sabía.
Aún así, me acepto como ser humano y no tiro la toalla, aprenderé, aunque me cueste.
Solamente el hecho de desearlo, ya es un primer paso para empezar a limpiar mi sombra.


Sigo trabajando en mis asuntos, erre que erre.
Ahora estoy preparando los cuadros que componen el Homenaje a Oteiza, que van a venir a buscarlos para el museo de Art Brut de Barcelona.

Trece piezas que deben estar siempre juntas.
Cuadros pequeños, de 41 x 33 cmts. 
Están pintados por los lados, por lo que no necesitan marco.


Tengo una especie de intolerancia a los números.
Me cuesta muchísimo contar los cuadros y a veces necesito un milagro para que me cuadren.
Aún así, insisto e insisto y al final, como por arte de magia, todos encuentran su puesto.

Hay cosas que, por mucho que nos empeñemos en que las hagan las máquinas, no nos queda más remedio que hacerlas nosotros mismos, a no ser que sepamos programarlas para que hagan algoritmos, lo que no es mi caso, por lo menos de momento.

Ni siquiera he sido capaz de aprender a teclear con todos los dedos, a pesar de haberlo intentado muchas veces.

Yo me perdono siempre, con todo mi amor, no me culpabilizo de nada y me doy tiempo.
Caigo y me levanto una y otra vez.

Soy torpe.






viernes, 20 de abril de 2018

DOS MIL CIENTO SIETE






Cuando vivía en Malibu, California, además de hacer voluntariado y trabajar en mi producción artística y exponerla de vez en cuando, aprovechaba para ir a los museos y disfrutar de lo lindo, ya que los americanos no solo son pioneros en algunos campos, sino que no se privan de nada y llevan a su país lo mejor de Europa.

El museo que más me impresionó desde la primera vez que lo visité, fue el Hammer Museum donde había una exposición de Judy Chicago, en la que entre otras piezas, se exponía su “Dinner Party” tal vez la instalación más famosa de toda su obra.
No fue esa pieza, sin embargo la que me emocionó hasta el punto de hacerme llorar, sino un gran tapiz en el que estaban escritos los nombres de las mujeres artistas. 
Desde el sigo I hasta nuestros días.
Casi todas eran monjas, ya que solo de esa manera podían dedicarse a su trabajo.

En mi caso fue al revés, tuve que casarme para poder hacer la carrera de Bellas Artes.

Me compré los libros escritos por Judy Chicago y aprendí su método de trabajo y su mentalidad, que fue transformándose poco a poco.

He recordado a Judy porque ha salido en la portada del Time, considerada como una de las 100 personas más influyentes del mundo.


Hace poco, tal vez menos de un año, expuso en Azkuna Zentroa, Bilbao y tuve la oportunidad de hablar con ella personalmente.
Su trabajo seguía siendo extraordinario y la felicité por ello.
También me presentó a su marido.

Arakis está haciendo una extraordinaria labor de comisariado, gracias a él, Bilbao sobrevive en el terreno del arte contemporáneo producido por mujeres.