viernes, 21 de septiembre de 2018

DOS MIL QUINIENTOS TRECE








Creo que nunca en mi vida me he alegrado más que hoy por haber dejado la pintura.
Desde hace casi un año estaba comprometida a enviar a un museo de Barcelona, una obra que consta de 13 cuadros de 41 x 33 cms. que no deben separarse.
Se llama “Homenaje a Oteiza”.

No me sentía capaz de envolverlos y cada vez que la persona con la que me comunico a través de mail, me preguntaba a ver cuando quería que viniera el transportista a recoger los cuadros, me disculpaba diciendo que estaba enferma.
No era mentira ni verdad, era ambas cosas, porque envolver cuadros con el papel de burbujas, algo que era necesario hacer cada vez que exponía, constituía uno de los motivos que me indujo a dejar la profesión de pintora.

No era capaz de hacerlo.
Por fin hoy ha venido Carlos Alber, un amigo que me ayuda mucho desde que me rompí la pierna y se ha ocupado de hacerlo con mi ayuda.

Desde fuera parece muy bonito ser pintora, pasarse la vida en el estudio pintando y luego exponer y que todo el mundo vaya a la inauguración y te felicite y con suerte vendas algunos cuadros y te hagan entrevistas.
Pues no todo, pero casi todo, por lo menos en mi caso, era mentira.
Incluso he tenido que colgar muchas veces yo misma los cuadros.
No quiero acordarme.
Todo corre a cuenta del artista, los marcos, los transportes, la estancia en la ciudad donde está la galería y más cosas que ya no recuerdo.
Además me sentía en la obligación de ser simpática con la gente del mundo del arte y me convertía en una hipócrita.

Era horroroso.
No me explico como he sido capaz de trabajar tanto para no recibir nada a cambio.


















No hay comentarios:

Publicar un comentario