jueves, 6 de septiembre de 2018

DOS MIL CUATROCIENTOS OCHO








Con mi mejor intención y haciendo un esfuerzo extra, ayer fui a Bilbao.
No quería perderme la conferencia del doctor Eneko Landaburu.
Llegué a la Bolsa, en pleno casco viejo y encontré mucha gente ocupando las calles adyacentes. 
No se podía entrar.
A pesar de que el evento empezaba a las siete, el foro estaba completo desde las seis y media.
Solo cabían cien personas, pero éramos muchas más las que deseabamos escuchar al ponente.

Al ver que no había posibilidades de entrar, cambié de intención y me dirigí a Boinas Elosegui para comprarme una txapela azul marino, pero no tenían mi talla en ese color que es uno de los pocos que me faltaasí que crucé la calle y entré en el mercado de La Ribera, donde no había estado desde que lo reformaron.
Estaba encantador pero como no puedo tomar gluten, ni lácteos ni azúcar, es como si no existiera para mí.
Hice unas fotos y seguí el recorrido.
Di un paseo por las siete calles y disfruté de un ambiente al que no estoy acostumbrada.
Tiendas con encanto, diseños especiales, nada que ver con el estilo de batalla que se estila en Getxo.
Un verdadero placer recorrer esas siete calles que aunque han cambiado desde que yo era pequeña e iba con mi madre a hacer recados, siguen manteniendo un encanto que alegró mi existencia.

Recordé que mi madre compraba cada cosa en una tienda especializada.
Comprendo que se comiera tan bien en su casa.
Me gustaba ir con ella aunque pasaba vergüenza cuando pedía descuento.

Ahora, con los supermercados y los centros comerciales, todo se hace deprisa y corriendo en el mismo lugar.

Llegué a casa agotada, pero me alegré de haber estado en un sitio tan especial.
Había sido como viajar en el tiempo.











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