sábado, 1 de septiembre de 2018

DOS MIL CUATROCIENTOS TRES









Parece brujería, pero que se haya terminado el mes de agosto ha desarrollado algo raro en mí, con lo que no contaba.
No sé si me he atontado o al contrario, he vuelto a mi centro.

Recuerdo que, hace mucho tiempo, estando mi madre y yo solas en el pequeño cuarto de estar que formaba parte de su apartamento, me dijo sin saber cómo ni por qué:

A veces te miro, Blanca, y me pregunto si has perdido el norte.

Me quedé callada.
¿que se contesta en esos casos?

La verdad es que también yo me lo puedo preguntar, porque yo misma pienso que a menudo lo pierdo, pero soy como la brújula, tengo una fuerza que me lleva siempre al norte aunque yo intente ir al nordeste.
Cosas de la vida y de las diferentes personalidades.

A pesar de que mi madre era muy inteligente y tenía experiencia de la vida, no me comprendía, lo cual es normal.
Yo no me entiendo ni siquiera a mi misma.

Me conozco lo suficiente como para saber que me tengo que aceptar. 
Es la única manera de acertar.

Me quiero y por consecuencia, me acepto.

Mi cabeza funciona a su manera, no siempre me comunica en lo que está trabajando, por lo que, casi de repente, cuando menos lo espero, me hace ver que ha tomado una decisión que va a ser beneficiosa para mi y no hay más que hablar.
Mi razón y mi corazón funcionan al unísono.

Es la intuición.
No me queda más remedio que confiar en ella.
Siempre ha sido así.
Mi intuición es mi inteligencia.











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