sábado, 15 de septiembre de 2018

DOS MIL QUINIENTOS SIETE







Me quedé charlando con Rita al salir de la clase de Escritura y me animó a que me apuntara al taller de Lectura al que ella acude desde hace años.
Lo lleva el mismo profesor que el de Escritura, Iñigo Larroque, por lo que estaba segura de que me gustaría.
No lo niego.
No obstante hay algunas cosillas que me impiden hacerlo.
La primera y más poderosa es que no quiero tener más obligaciones.
Entre la clase de Pilates, la de Escritura y el masaje de los viernes, considero que mi copo de actividades fuera de casa, está completo.

Siendo la lectura algo tan importante en mi vida, parece que tengo bastante marcados los códigos que me permiten acercarme a lo que me interesa.
Por un lado, me gusta leer a autores que escriben en su lengua materna, sobre todo a los españoles, ya que estoy inmersa en este idioma del que sé tan poco a pesar de que llevo toda una vida unida a él.

Antes de las clases de Escritura con Iñigo Larroque, no me dedicaba a escribir, excepto en mis blogs, metatextos sin importancia más que nada para explicar mis cuadros, mis fotos o simplemente para contar alguna anécdota.

No veneraba el castellano como lo hago ahora, lo utilizaba casi sin saber que no sabía nada.

Escribir y leer mis textos ante un grupo de personas capaces de discernir, supuso una aventura que me indujo a ahondar en la gramática y la ortografía, además de ampliar mi escaso vocabulario.

Por otro lado, evitaba leer libros traducidos, ya que tanto el inglés como el francés, son idiomas que manejaba con soltura y empleo el pretérito imperfecto porque viajaba mucho y utilizaba esos idiomas a menudo.
Ahora casi no me muevo y el español es la lengua en la que estoy centrada y en la que deseo profundizar.

Tal vez lo más importante es que elegir mis lecturas es uno de mis entretenimientos favoritos.
Soy selectiva y como decían de mí cuando vivía en California: 

Hard to please (difícil de complacer)











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