jueves, 20 de septiembre de 2018

DOS MIL QUINIENTOS DOCE







Mi profesor de informática se llama Óscar Ciencia.
Me sorprendió tanto su nombre que le pregunté si correspondía a la realidad.
Se lo había puesto él.
Me pareció muy acertado para un profesor de informática, sobretodo de productos Apple.
Yo soy Macquera hasta el alma y me entiendo con los que están en esa línea.
No es fácil encontrar un profesor especializado en Apple.

El primer día que vino me sorprendió tanto su modo de trabajar, veloz, sin dudar, con respuestas inmediatas para todo lo que yo le preguntaba, para configurar mis dispositivos aunque en el servicio técnico de Apple me hubieran dicho que no tenían arreglo y encontrando ubérrimas soluciones a millones de problemas imposibles de resolver, a pesar de que yo lo hubiera intentado de mil maneras antes de conocerle.

Tanto me impresionó que le dije:

¡Cuanto sabes Óscar! 

A lo que respondió sin inmutarse.

Es intuición (sic).

Seguimos con la clase y me puso al día de tal manera, que durante semanas estuve trabajando con sus enseñanzas, sobre todo la más importante que consistía en actualizar en tamaño y calidad los videos antiguos que tenía guardados.

El tiempo pasó, seguí llamando a Óscar Ciencia cuando le necesitaba y todo iba viento en popa, hasta hace un par de días encontré una performance llamada “Pesadilla” de la que no me acordaba en absoluto.
Me reí tanto yo sola ante el ordenador, que decidí actualizarla con el método que me había enseñado Óscar Ciencia.
No lo conseguí.
Lo intenté una y mil veces pero no había forma de lograrlo.

Ayer, estando con Pizca, Juan y Rosalía, hablamos del tema porque a ellos también les ayuda.
Una vez más Juan comentó la buena elección del apellido y yo seguí la conversación contándoles lo de la intuición, a lo que Pizca, con toda naturalidad puso la guinda al pastel, con una sola palabra:


Ciencia infusa.












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